LEY SÍ, LEY NO
<b>El imperio de la
ley es conveniente, sin ley, el caos, pero cuando la ley se convierte en un
lastre, también el caos</b>
La ley es buena si se usa
legítimamente, si no es así, se convierte en un corsé que impide circule el
aire fresco de la libertad que aporta optimismo a la ciudadanía. En el campo
religioso no hacían un buen uso de la ley los fariseos del tiempo de Jesús.
<b>Meritxell
Borràs</b> que acusa al Gobierno de Madrid de hacer un mal uso de la ley,
se saca de la manga la palabra <i>urnafobia</i> por su obsesión de
querer impedir que los catalanes puedan decidir su futuro político en las
urnas. <i>Fobia</i> es aversión a algo o a alguien. Desconozco si
existe una palabra que concentre “obsesión por”. Actualmente la obsesión del Gobierno
de Madrid es la ley. En este caso sí que existe una palabra que condense
“obsesión por a ley”: Fariseo. Los fariseos eran una secta religiosa existente
en Israel en tiempos de Jesús que se caracterizaban por una supuesta obediencia
estricta a la ley de Moisés. Jesús que fue quien reveló a Moisés la Ley de Dios
para su aplicación en los asuntos diarios, los fariseos le acusaban de
infringirla porque la interpretaba desde el punto de vista de la justicia, la misericordia y la fe. La
ley que es rígida se humaniza cuando se sostiene sobre estos tres pilares.
Jesús, a los obsesionados
por la ley, a los fariseos, los cataloga de hipócritas porque con su apariencia
de piedad y respeto a la ley, de hecho la infringían: “Por fuera parecían
justos a los hombres, pero por dentro estaban llenos de hipocresía y de
impiedad” (Mateo 23: 28) Así son todos los adictos a la ley: unos hipócritas
porque son los primeros en incumplirla y muy exigentes para que los otros la
cumplan.
El apóstol Pablo al
convertirse a Jesús yendo a Damasco para encarcelar a los cristianos que vivían
en la ciudad, refiriéndose a su vida anterior a su conversión a Jesús, escribe:
“Aunque yo tengo también de que confiar en la carne. Si alguno piensa de qué
tiene que confiar en la carne, yo más: Circuncidado al octavo día, del linaje
de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, en cuanto a la ley
<i>fariseo</i>, en cuanto a celo perseguidor de la iglesia, en
cuanto a la justicia que es por la ley <i>irreprensible</i>”
(Filipenses 3: 4-6). Pablo idolatraba la ley no en el sentido con que Dios la
había revelado, sino en el sentido con
que la interpretaban los fariseos. El ídolo es alguien o algo que se interpone
entre Dios y el hombre. Cuando se llega al punto de adorar la ley, sea religiosa
o política, el hombre se convierte en un fanático, se deshumaniza. Se le
produce un endurecimiento de corazón que le roba la empatía, el amor al
prójimo. C. H. Spurgeon, predicador evangélico inglés escribió unas palabras
que reflejan el endurecimiento de corazón que padecen los adoradores de la ley,
“Las normas humanas son pobres y miopes, y cuando los hombres las escogen como
su camino, te llevan por montañas tenebrosas”.
Hoy en nombre de la
Democracia se hace un enaltecimiento tan extremo de la Constitución, se la
diviniza, se la hace inalterable como si Palabra de Dios fuese. Instrumento muy
útil para pasar de la Dictadura a la Democracia, se ha convertido en un corsé
que asfixia a una buena parte de la ciudadanía. Las leyes, en el momento que se
descubre que son obsoletas, que se han convertido en un obstáculo para el
progreso y la buena convivencia entre los ciudadanos, deben ser rápidamente
substituidas por otras que abran las ventanas para que penetre en la sociedad
aire fresco y vigorizante. Una sociedad que no se ventile por mantener las
ventanas cerradas, perece.
Nos encontramos en una
situación en que el ídolo que se ha hecho de la Constitución hace lo mismo que
les ocurrió a los idólatras de la ley de Moisés: se creían
<i>irreprensibles</i>, creencia errónea que les hacía poner por
encima del resto de ciudadanos. Los constitucionalistas a ultranza se comportan
de manera parecida a los fariseos que para mantenerse a lo alto del podio no
vacilaban en intrigar, mentir, pactar con el diablo (Pilato, el gobernador
romano odiado por los judíos), con el fin de eliminar a Jesús que se había
convertido en el enemigo público número uno. Esta actitud no es la que enseña
el Evangelio. Jesús por amor a su pueblo no rehusó morir vicariamente por su pueblo. Colgando en la cruz y siendo
injuriado por sus enemigos pronunció aquellas sublimes palabras de amor:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23. 34).
Al inicio de su
ministerio público Jesús enseñó: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y
aborrecerás a tu enemigo, pero yo os digo: Amad
a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los
que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen…Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”
(Mateo 5: 43-48). El amor de Jesús en el corazón de una persona ahuyenta la
fiera que hay en él y la humaniza haciendo que deje de ver en el otro a un
enemigo al que se debe destruir. En el momento en que esto ocurre la ley deja
de ser un ídolo que obliga a sus adoradores a poner cargas insoportables sobre
los hombros de quienes consideran sus enemigos, convirtiéndose en instrumentos
de bienestar social.
Solamente hay una leu
perdurable: la del amor de Dios, las otras, merecen ser revisadas
periódicamente.
Octavi Pereña i Cortina
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