dimarts, 30 de maig del 2017


GALATAS 5:24


“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”

Quienes piensan que la voluntad juega un papel predominante en la salvación, no les gusta la carta del apóstol Pablo a los Gálatas. El motivo: les desmonta sus razonamientos carnales y los coloca en el lugar que les corresponde. La carta a los gálatas es un enaltecimiento de la fe y pone como ejemplo de persona de fe a Abraham: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado a justicia” (3:6).

“Seguid la paz con todos, y a santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). A la persona que le preocupe la cuestión de la santidad personal se preguntará cómo andar en ella. Aquí entra en acción las mortificaciones para poner en sujeción a las pasiones del alma. Un intento de alcanzar la santidad es por medio de flagelaciones y cilicios que mortifican el cuerpo. La Ley no sirve para salvar, es útil para enaltecer el pecado, no para  extirparlo. El propósito de la Ley lo dice claramente el apóstol Pablo: “de manera que la ley ha sido nuestro maestro, para llevarnos a Cristo, a fin que fuésemos justificados por la fe” (3:3).

Volvamos a “la santidad sin la cual nadie verá al Señor”. Una recomendación del apóstol: “andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Hora el apóstol hace un esbozo de la lucha espiritual que se libra en las profundidades del alma: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y del Espíritu contra la carne, y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais” (6: 16,17). El apóstol trata el tema de la lucha espiritual en la que está comprometido, cuando escribe: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7: 24,25).

La lucha espiritual no indica fracaso, sino la evidencia del trabajo que el Espíritu Santo está ejerciendo en el creyente en Cristo para que la santidad que se precisa para poder ver al Señor siga su curso sin detenerse. Hoy, el creyente en Cristo es santo. La sangre de Jesús le ha limpiado todos sus pecados. Pero todavía no es lo que será. La santificación por el Espíritu es el instrumento que Dios utiliza para que el creyente obtenga la plena santificación. “Mas el fruto del Espíritu”, dice el apóstol, “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza…Pero los que son de Cristo, ha crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. El creyente en Cristo que con el poder del Espíritu entabla la lucha contra el pecado, puede gritar con el apóstol Pablo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”.


2 CRÓNICAS 18:7


“El rey de Israel respondió a Josafat: Aún hay aquí un hombre por el que podamos consultar al Señor, mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, siempre mal”

El rey de Israel a que se refiere el texto es Acab, caracterizado por sus impiedades. A pesar que Josafat fue un rey fiel al Señor, cometió un pecado que afectó a su familia: “Contrajo parentesco con Acab” (v.1). A Joram hijo de Josafat le afectó el pecado de su padre: “Y anduvo en los caminos de los reyes de Israel, como lo hizo la casa de Acab, e hizo lo malo a los ojos del Señor” (21:6).

Un pecado lleva a otro. El parentesco de Josafat con Acab le llevó a hacer alianza militar con el rey impío. Acab consultaba a los profetas de Baal antes de tomar decisiones de estado. Josafat como creyente en el Señor quiere consultar con un profeta de Dios, por lo que dice a su consuegro: “¿Hay aún aquí algún profeta del Señor, para que por medio de él preguntemos?” (v.6).

El texto que encabeza este escrito es la respuesta que Acab da a la pregunta de su consuegro: “Aún hay aquí un hombre por el que podamos consultar al Señor, mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, siempre mal”. El verdadero siervo del Señor no puede decir lo que le parezca, siempre debe hablar lo que el Señor le diga. Micaías, el profeta al que Acab aborrecía y había encarcelado porque hablaba la palabra  de Dios, no le decía al rey cosa mala, tenía que decirle la verdad y, la verdad de Dios no gusta a los impíos porque descubre la maldad que hay en ellos.

Cuando Acab por instigación de su malvada esposa Jezabel consiguió apoderarse de la viña de Nabot al hacerlo asesinar legalmente, el Señor envió al  profeta Elías para que le transmitiera al rey la sentencia que merecía su fechoría. Al encontrarse ambos, el rey dijo al profeta: “¿Me has encontrado, enemigo mío?” (1 Reyes 21: 20). Acab no puede soportar encontrarse con la luz que irradia el enviado de Dios: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3. 19,20).

El papa Francisco es un ejemplo notorio por su proyección internacional de lo que no debe hacer un siervo de Dios: buscar el aplauso de los hombres guardando en el cajón la verdad de la palabra de Dios: “bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre”                          (Lucas 6:22)

 

 

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