HECHOS 17: 21
“Porque todos los atenienses y los
extranjeros residentes allí en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir u
oír algo nuevo”
¿A
quién debemos creer, a lo que dicen los hombres o lo que nos dice la Biblia?
Indiscutiblemente la prioridad debe llevársela la Biblia. Se nos vende la
Grecia clásica como modelo de civilización. Lo que nos dice la Escritura sobre
lo que el apóstol Pablo vio en Atenas desmiente el concepto de “cuna de la
civilización” que se nos quiere hacer creer. Cierto es que la Grecia clásica
produjo un cierto número de grandes filósofos. Ello no significa que todos los
ciudadanos fuesen educados. El texto que describe la estancia del apóstol Pablo
en Atenas desmiente un alto nivel intelectual de los atenienses.
El
texto que comentamos nos presenta a los atenienses como personas muy
superficiales: “en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir u oír algo
nuevo”. Se comportaban como las abejas que van de flor, en flor sin aprender
nada. La antigua sociedad griega era muy parecida a la actual: culturalmente
muy superficiales, espiritualmente muy supersticiosos. Carecían de televisión,
pero sus discusiones banales en el areópago sustituían a nuestros shows
televisivos que se caracterizan por ser muy degradantes. Los juegos olímpicos
sustituían al futbol, deporte rey de nuestro tiempo. Al llamado “espíritu del
deporte” le acompaña el griterío de las masas, las palabras malsonantes contra
los árbitros y contra los jugadores, cuando no se consiguen los resultados
esperados .La violencia física también cabe dentro del “espíritu del deporte”
Las
masas de todos los tiempos se comportan de la misma manera: La superficialidad
de pensamiento. Antaño debido al analfabetismo casi total se le atribuía, el
incivismo y la incultura. En nuestra sociedad, casi el cien por cien
escolarizada, ¿a quién debe culparse de la superficialidad de pensamiento? La
alfabetización masiva debido a la obligatoriedad de la escolarización no ha
erradicado la superficialidad de pensamiento de los ciudadanos.
Cuando
los filósofos epicúreos y estoicos discutían con el apóstol Pablo y decían.
“¿qué querrá decir este palabrero?”, daba la impresión que estaban interesados
en las enseñanzas que predicaba el apóstol de Cristo, “pero cuando oyeron de la
resurrección de los muertos, la peguntas que le hicieron a Pablo fue: “¿Podemos
saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos
cosas extrañas. Queremos saber qué quiere decir esto”, el interés por la
enseñanza apostólica se evaporó. “Ya te oiremos acerca de esto otra vez”. A la
hora de la verdad la superficialidad de
pensamiento que concede la escolarización obligatoria no sirve para que los
alfabetizados cultiven una espiritualidad genuina. La mayoría de los atenienses
rechazaron las enseñanzas de Pablo. Hoy, la mayoría de los ciudadanos con el
certificado escolar en la mano rechazan las enseñanzas de la Biblia. Por la
gracia de Dios “algunos creen”. Como escribe el profeta Isaías: “Así será mi
palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).
1 SAMUEL 8: 3
“Pero no anduvieron los hijos por los
caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y
pervirtiendo el derecho”
El
profeta Samuel sin lugar a dudas fue un hombre de Dios, pero no fue un hombre
sin pecado. Fue el hijo de una madre que “con amargura de alma oró al Señor, y
lloró abundantemente” (1 Samuel 1:10), y que si el Señor le concedía “un hijo
varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y no pasará navaja
sobre su cabeza” (v.11). Toda su vida fue consagrada al Señor. Fue un
“nazareo”. A diferencia de Sansón que fue un “nazareo” que se caracterizó por
el escándalo sexual, Samuel lo fue por su santidad. Pero la santidad en el
tiempo presente tiene sus límites. La santidad plena no se alcanzará hasta el
día de la resurrección.
Samuel
tuvo como maestro al sacerdote Elí. Éste tuvo dos hijos: Ofni y Finees,
“hombres impíos, y no tenían conocimiento del Señor” (2:12). Siendo de esta
naturaleza ejercían el sacerdocio, cosa que no agradaba al Señor. Siendo Samuel
un adolescente que servía en el tabernáculo a las órdenes de Elí, el Señor le
habló diciendo: “Y le mostraré que yo juzgaré su casa (de Elí) para siempre,
por la iniquidad que él sabe, porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no
los ha estorbado” 83:13).
Samuel
sabía por revelación directa de Dios que la piedad de un padre no es garantía
de que los hijos sean piadosos también y, que los hijos impíos el padre no debe
ponerlos en el ministerio. Samuel a pesar de la lección recibida, no la aprendió y cometió el mismo pecado que Elí.
“Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre
Israel” (8:1). ¿Qué semblante moral tenían los hijos de Samuel? “Pero no
anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la
avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho”. El ejemplo de estos
dos padres piadosos que pusieron a sus hijos impíos en el gobierno de la iglesia
no se cita por casualidad. Está escrito para instrucción de la posteridad, para
ejemplo de las generaciones que seguirán a ellos.
El
gobierno de las iglesias no es democrático, sino teocrático. El Nuevo
Testamento nos da instrucciones de que la elección de los ministerios debe
hacerse buscando la dirección del Señor. Incluso en un caso tan poco correcto
desde nuestro punto de vista, cuando la iglesia apostólica se encontraba en la
dudad de decidirse por Barnabás o Matías, en sustitución de judas, el traidor,
“orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál
de estos dos has escogido…y los echaron a suertes, y la suerte cayó sobre
Matías, y fue contado con los once apóstoles” (Hechos 1: 24-26). Cuando la elección se hizo a suertes es muy
posible que los apóstoles conociesen este texto: “La suerte se echa en el
regazo, mas del Señor es la declaración de ella” (Proverbios 16:33). La
casualidad no existe.
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