dilluns, 15 de maig del 2017

HECHOS 17: 21

“Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir u oír algo nuevo”
¿A quién debemos creer, a lo que dicen los hombres o lo que nos dice la Biblia? Indiscutiblemente la prioridad debe llevársela la Biblia. Se nos vende la Grecia clásica como modelo de civilización. Lo que nos dice la Escritura sobre lo que el apóstol Pablo vio en Atenas desmiente el concepto de “cuna de la civilización” que se nos quiere hacer creer. Cierto es que la Grecia clásica produjo un cierto número de grandes filósofos. Ello no significa que todos los ciudadanos fuesen educados. El texto que describe la estancia del apóstol Pablo en Atenas desmiente un alto nivel intelectual de los atenienses.
El texto que comentamos nos presenta a los atenienses como personas muy superficiales: “en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir u oír algo nuevo”. Se comportaban como las abejas que van de flor, en flor sin aprender nada. La antigua sociedad griega era muy parecida a la actual: culturalmente muy superficiales, espiritualmente muy supersticiosos. Carecían de televisión, pero sus discusiones banales en el areópago sustituían a nuestros shows televisivos que se caracterizan por ser muy degradantes. Los juegos olímpicos sustituían al futbol, deporte rey de nuestro tiempo. Al llamado “espíritu del deporte” le acompaña el griterío de las masas, las palabras malsonantes contra los árbitros y contra los jugadores, cuando no se consiguen los resultados esperados .La violencia física también cabe dentro del “espíritu del deporte”
Las masas de todos los tiempos se comportan de la misma manera: La superficialidad de pensamiento. Antaño debido al analfabetismo casi total se le atribuía, el incivismo y la incultura. En nuestra sociedad, casi el cien por cien escolarizada, ¿a quién debe culparse de la superficialidad de pensamiento? La alfabetización masiva debido a la obligatoriedad de la escolarización no ha erradicado la superficialidad de pensamiento de los ciudadanos.
Cuando los filósofos epicúreos y estoicos discutían con el apóstol Pablo y decían. “¿qué querrá decir este palabrero?”, daba la impresión que estaban interesados en las enseñanzas que predicaba el apóstol de Cristo, “pero cuando oyeron de la resurrección de los muertos, la peguntas que le hicieron a Pablo fue: “¿Podemos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos saber qué quiere decir esto”, el interés por la enseñanza apostólica se evaporó. “Ya te oiremos acerca de esto otra vez”. A la hora de la verdad  la superficialidad de pensamiento que concede la escolarización obligatoria no sirve para que los alfabetizados cultiven una espiritualidad genuina. La mayoría de los atenienses rechazaron las enseñanzas de Pablo. Hoy, la mayoría de los ciudadanos con el certificado escolar en la mano rechazan las enseñanzas de la Biblia. Por la gracia de Dios “algunos creen”. Como escribe el profeta Isaías: “Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).


1 SAMUEL 8: 3

“Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho”
El profeta Samuel sin lugar a dudas fue un hombre de Dios, pero no fue un hombre sin pecado. Fue el hijo de una madre que “con amargura de alma oró al Señor, y lloró abundantemente” (1 Samuel 1:10), y que si el Señor le concedía “un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza” (v.11). Toda su vida fue consagrada al Señor. Fue un “nazareo”. A diferencia de Sansón que fue un “nazareo” que se caracterizó por el escándalo sexual, Samuel lo fue por su santidad. Pero la santidad en el tiempo presente tiene sus límites. La santidad plena no se alcanzará hasta el día de la resurrección.
Samuel tuvo como maestro al sacerdote Elí. Éste tuvo dos hijos: Ofni y Finees, “hombres impíos, y no tenían conocimiento del Señor” (2:12). Siendo de esta naturaleza ejercían el sacerdocio, cosa que no agradaba al Señor. Siendo Samuel un adolescente que servía en el tabernáculo a las órdenes de Elí, el Señor le habló diciendo: “Y le mostraré que yo juzgaré su casa (de Elí) para siempre, por la iniquidad que él sabe, porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” 83:13).
Samuel sabía por revelación directa de Dios que la piedad de un padre no es garantía de que los hijos sean piadosos también y, que los hijos impíos el padre no debe ponerlos en el ministerio. Samuel a pesar de la lección recibida, no la  aprendió y cometió el mismo pecado que Elí. “Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel” (8:1). ¿Qué semblante moral tenían los hijos de Samuel? “Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho”. El ejemplo de estos dos padres piadosos que pusieron a sus hijos impíos en el gobierno de la iglesia no se cita por casualidad. Está escrito para instrucción de la posteridad, para ejemplo de las generaciones que seguirán a ellos.
El gobierno de las iglesias no es democrático, sino teocrático. El Nuevo Testamento nos da instrucciones de que la elección de los ministerios debe hacerse buscando la dirección del Señor. Incluso en un caso tan poco correcto desde nuestro punto de vista, cuando la iglesia apostólica se encontraba en la dudad de decidirse por Barnabás o Matías, en sustitución de judas, el traidor, “orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido…y los echaron a suertes, y la suerte cayó sobre Matías, y fue contado con los once apóstoles” (Hechos 1: 24-26).  Cuando la elección se hizo a suertes es muy posible que los apóstoles conociesen este texto: “La suerte se echa en el regazo, mas del Señor es la declaración de ella” (Proverbios 16:33). La casualidad no existe.


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