¡CORRUPCIÓN!
<b>¿Luchamos
adecuadamente contra la
corrupción?</b>
Hace años que se habla de
corrupción en España. A finales de abril de 2017 se está poniendo de manifiesto
que la montaña de corrupción se ha hecho tan alta que los deslizamientos
amenazan con sepultar bajo la mierda acumulada a la cúpula de los partidos
políticos. La inmensidad del estercolero no tiene límites. Ante la magnitud del
problema debemos hacernos nuestra la pregunta que se supone <b>Alejandro el Grande de
Macedonia</b> le hizo al filósofo <b>Diógenes</b> cuando le
vio pasear por la calle un día de sol reluciente con un candil encendido en la
mano: “¿Qué haces llevando encendida la lámpara hoy que hace un día tan
espléndido?” La respuesta que el sabio le dio al monarca fue: “Busco un
hombre”. Por la calle transitaban muchos hombres. <b>Diógenes</b>
no buscaba a un hombre cualquiera. Andaba buscando a un hombre íntegro. ¿Dónde
encontrarlo? El actor <b>Groucho Marx</b> responde a la pregunta
cuando dice. “Sólo hay una manera de saber si un hombre es honesto:
Pregúntaselo. Si responde que sí, entonces sabes que es corrupto”. Si hacemos
una encuesta y preguntamos a la gente si creen que son buenas personas, una
abrumadora mayoría responderá que sí. La respuesta a la pregunta es la prueba
del algodón que pone de manifiesto que no hay un palmo de limpio. “Quien aceite
maneja los dedos se unta”, dice el refrán. Cierto es que no todo el mundo se
unta los dedos de aceite ya que no se tiene la oportunidad de hacerlo. La
avaricia, que es “el deseo desordenado de adquirir riquezas para guardarlas”,
según define el diccionario, está al alcance de todo el mundo. Pues bien,
refiriéndose al binomio riqueza-corrupción, el director de cine
<b>Enrique Urbizán</b>, escribió: “Si a la avaricia le añadimos un
cargo político, tienes la corrupción”. Esta es la causa por la que demasiadas
personas “honestas” cuando consiguen un cargo público no pueden resistir la
tentación de untarse los dedos de aceite. También es cierto que no todos los
que pueden meter la mano en el cajón lo hacen. Esto no se debe a que sean
buenas personas. Según Jesús sólo Dios es bueno. Lo que ocurre es que Dios en
su misericordia restringe la maldad, impidiendo que esta se manifieste en toda
su crueldad. Este proceder de Dios debería ser motivo de agradecimiento. Eso
sí, se precisa creer en Él. Si no es así, la providencia divina a favor del
hombre se interpreta como que este es bueno.
Un comentarista anónimo
ha dejado escrito: “Existen dos mecanismos que impulsan la corrupción en la administración pública.
Uno es la propia corrupción moral del corrupto, que hace que considere que vale
más aprovechar una ocasión para enriquecerse que conservar la integridad. Y el
otro es la percepción que con toda probabilidad su delito quedará impune”.
<b>Rodrigue
Trembley</b>, se pregunta y responde la causa de los colapsos económicos
globales, cuando escribe: “¿Por qué la economía mundial parece sufrir cada 60
años una turbulencia económica y bancaria que amenaza con colapsar la economía
mundial. La respuesta se encuentra en la codicia humana y la corrupción
política, aspectos que parece que trabajan juntos para llevar al extremo todos
los tipos de prácticas especulativas y parasitarias”.
La respuesta que se le
quiere dar a la corrupción es el populismo político, filosofía hoy emergente
que denuncia, no la causa, sino las manifestaciones de la corrupción que anida
en lo profundo del corazón del hombre y que se manifiesta con toda su crudeza
si las circunstancias le son propicias. El populismo político emergente puede
frenar momentáneamente la corrupción a que nos ha llevado la alternancia del
bipartidismo. En el momento en que el populismo se sienta en la poltrona del
poder dejará de ser cortafuegos de la corrupción para convertirse en generador
de otra, tal vez peor que la anterior.
Para combatir eficazmente
la corrupción debe irse a la raíz que la ocasiona, que es la incredulidad. Si
no existe Dios, no hay Ley. Si no hay Ley no existe la justicia. Sin Dios
impera la ley el más fuerte. Todo es permitido. Las leyes humanas se quebrantan
impunemente y a menudo se hacen a gusto de los poderosos que entre bastidores
mueven los hilos de los legisladores, para aplastar a quienes se les oponen.
Una sociedad sin Dios termina como Sodoma y Gomorra, destruida por el fuego
divino. Los imperios que han aparecido a lo largo de la historia todos ellos
han acabado siendo destruidos por la
corrupción que han generado. La opulencia sin restricciones es mortal. “Con el
temor del Señor el hombre se aparta del mal” (Proverbios 16:6). La persona
temerosa de Dios, consciente de la corrupción agazapada en su alma implora a
Dios de esta manera: “Inclina mi corazón a tus testimonios (la Ley de Dios), y
no a la avaricia” (Salmo 119:36).
Octavi Pereña i Cortina
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