PROVERBIOS 17: 22
“El corazón alegre
es buena medicina, mas el espíritu triste seca los huesos”
El diablo como “padre de mentira” es el maestro del engaño. Sabe que el ser humano
busca la felicidad y se la facilita de manera tramposa. A los sedientos de
felicidad se la ofrece de mil maneras.
Los cómicos hacen reír aun cuando sea de manera forzada. Las personas ríen sus
sandeces pero son risas que no reflejan el corazón alegre del que nos habla el
texto que comentamos. El espíritu triste se intenta alegrarlo con la
risoterapia. Todas las maneras artificiales
de hacer reír tienen algún parecido con los parches que se ponen en las
carreteras para hacer desaparecer los hoyos que se han producido con el
desgaste cundo lo que se necesita es un cambio del firme.
¿Cómo conseguir el corazón alegre que es la
buena medicina contra la tristeza de corazón? La única manera de alcanzarlo es
con cambiar el corazón. No un corazón viejo parcheado con risa artificial. Se
necesita un corazón nuevo en el que resida de manera permanente el “gozo del Señor”. Si no es así, el
corazón triste seguirá secando los huesos. Sequedad que marchita el ánimo que
es la fuente del mal carácter, del subirse por las paredes al más mínimo
inconveniente. El rostro es el reflejo del alma. La risoterapia no puede borrar
la tristeza del alma.
Vayamos al grano. Examinemos nuestro corazón.
Se dice que los payasos que se ganan la vida haciendo reír a las personas no
consiguen liberarse de sus penas guardadas en lo profundo de sus corazones. Son
las personas más tristes que nos podamos imaginar. En la Grecia clásica a estas
personas se las llamaba hipócritas, no en el sentido despectivo que hoy tiene
la palabra. Cuando salían al escenario se ponían una careta que simbolizaba el
personaje que representaban. De ahí que hipócrita signifique falso, lo que no
es verdadero. De ahí que millones de personas andan por el mundo llevando puesta
una careta que representa la felicidad cuando realmente tienen corazones
tristes. Abandonemos ser felices-hipócritas. Quitémonos la careta y examinemos
nuestro corazón a la luz del Sol de Justicia que es el Señor Jesucristo y nos
daremos cuenta de lo que en realidad somos.
No nos engañemos. Seamos honestos con
nosotros mismos. Reconozcamos que tenemos un corazón triste, marchito, que seca
los huesos, lo cual nos llena de infelicidad y amargura. Vayamos a Jesús que es
la buena medicina que transforma nuestro corazón triste en uno que genera un
gozo permanente. Los contratiempos de la vida, que son muchos, no consiguen
borrar el gozo con el que el Señor Jesús llena nuestro corazón.
EZEQUIEL 14: 8
“Y pondré mi
rostro contra aquel hombre, y le pondré por señal y por escarmiento, y lo
cortaré de en medio de mi pueblo, y sabréis que yo soy el Señor”
Algunos ancianos de Israel acudían al profeta
Ezequiel en busca de consejo. El Señor le habla al profeta y le dice: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto
sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de
su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos?” (v.3).
El Señor no puede ver con buenos ojos a aquellos que le han convertido en
imágenes a semejanza de hombres y animales. Los idólatras pueden guardar las
formas del culto verdadero pero el Señor no les puede prestar atención de
ninguna de las maneras porque conoce la hipocresía que se esconde en sus
corazones.
El profeta que habla en Nombre de Dios sin
que Éste le haya enviado, y quien escuche al profeta, “llevarán ambos el castigo de su maldad, como la maldad de quien
consulte, así será la maldad del profeta” (v. 10).
La relación del creyente con Cristo es como
la de la esposa con el Esposo. Tiene que ser de total fidelidad. Los hombres
toleramos los matrimonios mixtos: creyentes con no creyentes; católicos con protestantes. Dios no acepta de
ninguna manera que sus hijos validen el matrimonio mixto. Los israelitas tenían totalmente prohibido que se casasen
con gentiles porque este tipo de matrimonio los llevaría a adorar a los dioses
de los conyugues gentiles. La prohibición era rotunda. Pero la desobedecieron y
la consecuencia fue: “Cualquier hombre de
la casa de Israel que hubiese puesto sus ídolos en su
corazón, y establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniese
al profeta, yo el Señor responderé a que venga conforme a la multitud de sus
ídolos” (v. 4). La consecuencia de la idolatría de los israelitas fue que
Asiria conquistó el reino de Israel y Babilonia el de Judá. El templo de
Jerusalén fue destruido, reedificado y vuelto
destruir, hasta nuestros días. La desobediencia al Dios Padre de nuestro
Señor Jesucristo se paga cara.
El templo de Jerusalén como lugar de
encuentro con Dios ha dejado de ser. Jesús lo deja bien claro cuando
conversando con la samaritana le dijo: “Mujer,
créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al
Padre…Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán
al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4: 21, 23). Jesús dijo: “Yo soy l camino, y la verdad, y la vida,
nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14: 6). La fe en su Nombre es lo
que mantiene abierta la comunicación con Él.
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