0H VIDA, ¿DÓNDE
ENCONTRARTE?
<b>Jesús
es la resurrección y la vida</b>
Poco
antes de morir <b>Claudio Naranjo</b> su hijo le preguntó: “¿Crees
que la gente sabe que morirá? El padre le respondió: “Sí que lo saben, pero no
lo sienten. Si lo sintiesen se convertirían en buenas personas”.
El
patriarca Jacob que sentía que la muerte acechaba en la esquina llamó a sus
hijos para decirles: “Juntaos, y os declararé lo que ha de acontecer en los
días venideros” (Génesis 49: 1). Cuando
Jacob terminó de dar las instrucciones a sus hijos “encogió sus pies en la
cama, y expiró, y fue reunido con sus padres” (v. 33). Jacob fue un hombre que
sabía que la guadaña estaba lista para segar su vida terrenal. También era
consciente que este acontecimiento no le afectaba individualmente ya que tenía
la trascendencia de permitir reunirse con todos los hijos de Dios previamente
fallecidos. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. El apóstol Juan en una
visión ve al Cordero (Jesús), “y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían
el Nombre de Él y el de su Padre escrito en la frente” (Apocalipsis 14: 1). Las
almas de los fallecidos en Cristo van directamente a la presencia de Dios
esperando el día que el Señor resucite sus cuerpos para pasar juntos con Él toda
la eternidad. “Bienaventurados de aquí en adelante, todos los que mueren en el
Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con
ellos siguen” (v. 13). En Cristo la vida y la muerte tienen sentido.
El
apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Filipos les expone el dilema de
seguir aquí en la Tierra o morir: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el
morir es ganancia” (Filipenses 1: 21). Sigue escribiendo: “Porque de ambas
cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo
cual es muchísimo mejor” (v. 23).
Para el
incrédulo hablar de la muerte le es un tema incómodo del que no quiere oír
hablar, pero sí que tiene que oír hablar de ella si es que desea que su vida
tenga sentido. El secreto de la vida se encuentra en Jesús muerto y resucitado,
acontecimientos que se recuerdan muy superficialmente el Viernes Santo y
Domingo de Resurrección cuando los placeres sensuales acaparan la atención.
Hablar de resurrección provoca rechazo. Cuando el apóstol Pablo habló de ello a
los atenienses, éstos le dijeron: ya hablaremos de ello otro día. El otro día
jamás llegó. Pero no querer hablar de la resurrección no significa que no
exista. El secreto de la resurrección para vida o para muerte se encuentra en
la resurrección de Jesús: “Y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección
de vida, mas los que hicieron lo malo a resurrección de condenación” (Juan 5:
29). A los negacionistas el apóstol Pablo les aporta el testimonio de los testigos presenciales (1
Corintios 15: 3-8). Quienes niegan la resurrección de los muertos como
alternativa presentan la transmigración de las almas lo cual los convierte en
los más desgraciados de los hombres pues si Jesús no ha muerto y resucitado
para salvación de los pecadores, siguen murtos en sus delitos y pecados. El
apóstol Pablo después de dar el dato que más de quinientas personas dan fe de
la resurrección de Jesús, como traca final aporta su testimonio: “Y al último
de todos, como a un abortivo, me
apareció a mí” (1 Corintios 15: 8).
La
resurrección es imprescindible porque “la carne y la sangre no pueden heredar
el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorruptibilidad” (v. 50). A
continuación desvela el secreto de la resurrección: “He aquí os digo un
misterio: No todos dormiremos (moriremos), pero todos seremos transformados, en
un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará
la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos
transformados” (los vivos en el momento de producirse la resurrección, sin
pasar por la muerte, sus cuerpos mortales serán transformados en inmortales e
incorruptibles), porque es necesario que esto corruptible se vista de
incorrupción, y esto mortal de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya
vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, se
cumplirá la palabra que está escrita: sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está oh muerte, tu agujón? ¿Dónde oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón
de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la Ley. Mas gracias sean
dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (vv. 1-57).
Las
muertes violentas que nos informan los medios de comunicación y las defunciones plácidas que nos anuncian las esquelas se encargan de
recordarnos que la muerte acecha en la esquina. Lo triste es que no se hace
caso a la información recibida que por repetitiva tendría que despertarnos del
letargo. No debería ser así porque la muerte es la puerta de entrada a la
eternidad. Si damos excesiva importancia a las cuestiones humanas que son
efímeras, con mayor motivo tendría que preocuparnos la muerte por la
trascendencia que tiene. Si no existiese la eternidad bien podríamos decir:
“Comamos y bebamos que mañana moriremos”. La eternidad es un tiempo que no
tiene fin. La condición en que se entra es irreversible. Es imprescindible
apartarse del mundanal ruido. Refugiarse en un lugar tranquilo y reflexionar
sobre la muerte y el misterio que descubre la Biblia. El tiempo dedicado a
investigar y a reflexionar sobre un tema de tanta trascendencia será la mejor
inversión que hayamos podido hacer ya que permitirá decidirnos por Jesús que da
VIDA ETERNA.
Octavi Pereña i Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada