dissabte, 15 d’abril del 2023

 

SALMO 31: 19

“¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!”

La grandeza de la bondad de Dios no es universal. Tiene que anunciarse, sí, a todas las naciones lo que significa que tiene que llegar a todas las personas. El texto que comentamos limita la bondad a los que le temen y esperan en Él. “Muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 20: 16).

El texto que comentamos dice la ha guardado para los que le “temen”, la ha “mostrado “a los que esperan en (Él) delante de los hijos de los hombres. No es una bendición que permanece en secreto sino que lo secreto del alma trasciende a “los hijos de los hombres”. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12: 34).Lo que habla la boca depende de lo que llene el corazón. Si los hombres son víboras como Jesús cataloga a los fariseos, entonces la boca vomitará veneno. Pero si el corazón del hombre está lleno del amor y de la misericordia de Dios de los labios de los hombres saldrán palabras de vida eterna. “De la abundancia del corazón habla la boca”, para bien o para mal.

Jesús refiriéndose a los suyos, dice. “Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz  delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen  a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5: 14-16).

El creyente en Cristo que se ha convertido en la luz del mundo es un personaje público que recibe el mismo trato que se le dio a Jesús cuando transitaba por los caminos de la Tierra Prometida: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros perseguirán” (Juan 15: 20). Podemos argumentar que Jesús era Dios y nosotros personas pecadoras y débiles, cierto. Pero no debe olvidase que Jesús, que nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos, en la oración sacerdotal que dirige al Padre, no pide que a los suyos los quite del mundo sino que los guarde del mal (Juan 17. 13). En la ausencia de Jesús,  el Padre a quienes ha entregado al Hijo y que por la fe en Éste se han convertido en hijos de Dios por adopción.

Volvamos al salmo 31. Satanás insta a los suyos a aborrecer a Dios y a su pueblo. Es inevitable que Satanás por medio de sus hijos lance dardos de fuego contra los hijos de Dios. Pero Dios los protege. Veamos cómo David describe esta protección: “En lo secreto de tu presencia los esconderás de la presencia del hombre, los pondrás en un tabernáculo a cubierto de contención de lenguas” (v. 20).


 

OSEAS 6: 6

“Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocausto”

A pesar de que la mayoría de las personas vivan sin Dios y sin esperanza, aún queda en ellas una vislumbre de haber sido creadas a imagen de Dios. Por su condición humana, no bestial,  son religiosas aunque lo sean sin ciencia. La característica de esta incontable multitud que son religiosas de forma, pero no de contenido, se practica un ceremonial muy elaborado.

El texto que comentamos dice que a Dios no le gustan los sacrificios ni los holocaustos, es decir la parte externa de la religiosidad. Los receptores del mensaje del profeta eran muy ritualistas. Al Señor no le place el ritualismo. Los ritualistas creen que cuanto más ostentoso sea el ritual más satisfecho estará Dios y así alabará sus excesos ceremoniales. De la misma manera que los antiguos israelitas tenían los ojos puestos en lo externo del candidato a ser rey y se olvidaban que Dios “no mira su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho, porque el Señor no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16: 7).

En el culto, ¿qué es lo que le place a Dios? Según Oseas: un corazón misericordioso y el conocimiento de Él. El corazón del hombre deja de ser ruin cundo por la fe en el Nombre de Jesús el hombre se convierte en un hijo adoptivo de Dios y el Espíritu Santo mora en el creyente que se convierte en templo de Dios. Esta persona es la que da fruto agradable a los ojos de Dios. Esto es lo que al Padre le agrada a ver. Lo que no es fruto del Espíritu es obra del diablo. Dios rechaza de lleno las obras del diablo por muy teñidas de religiosidad que estén.

La religión  que muestra ostentación procede del padre del religioso que no es otro que el Diablo, que en el aspecto humano procede de la descendencia de Adán no convertida al Señor: “Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto” (v. 7). Cuando Adán se encontraba en el Edén gozando de una perfecta comunión con Dios se le ordenó que no comiese el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2: 17). Dios hizo con Adán un pacto y éste lo rompió. La descendencia de Adán se divide en dos grupos: hijos de Dios e hijos de Satanás. Los primeros son minoría. Los segundos mayoría. De ahí que los adoradores sean: sobrios u ostentosos. La filiación lo hace. Por nacimiento todos nacemos siendo hijos del diablo. Por la conversión a Cristo los hijos del diablo se convierten en hijos de Dios por adopción. El cambió de paternidad se refleja en la adoración que de la ostentación engreída se pasa a la austera que manifiesta el cambio ocurrido en el corazón.

 

 

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