EL BUEN PASTOR
<b>Si no existe vida eterna, ¿qué
valor tiene la vida?</b>
“Una de las cuestiones clave a las que
nos tenemos que enfrontar es si nuestras vidas acaban después de la muerte. La
creencia en la eternidad determina nuestros hechos. Por lo tanto, es crucial
determinar qué hay de mortal en nosotros, qué hay de eterno, y que atesoremos
la parte eterna. La mayoría de las personas hace todo lo contrario”
(<b>Blaise Pascal</b>).
He aquí el dilema: existencia más allá de
la muerte o aniquilación en la muerte. Empezaremos por la segunda opción.
Quienes no creen en Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo se consideran
animales evolucionados que mueren como lo hacen las bestias. Sus cuerpos sirven
de nutrientes que favorecen el crecimiento de las plantas y así la vida animal
pueda seguir existiendo. En el fondo no están seguros de que su final sea este.
Si la muerte es súbita como la de aquellas personas que mirando un partido de
futbol en la tele cierran los ojos para no volver a abrirlos, o como la de
aquellos que se acuestan y ya no despiertan, consideran que es la mejor manera
de morir. No sufren y no hacen sufrir a los suyos.
El final no es siempre así. Para estos
casos existen los equipos de atención domiciliaria cuyo trabajo “consiste en
acompañar al final de la vida, permitiendo que salgan los miedos que uno no
sabe a quién explicar cuando uno tiene una enfermedad avanzada y esté cerca la
muerte. Ofrecer confort y vías para morir en paz, proporcionar todas las
herramientas posibles para adaptarse a una situación que no se resuelve con
medicinas” (<b>Ana Mcpherson</b>). Los miembros de los equipos de
atención domiciliaria dan soporte emocional en quienes sufren dolencias de
larga duración y, de alguna manera contribuyen a bien morir. Para muchos
enfermos terminales el único soporte que tienen es el de sus familiares y de los miembros de los equipos de atención
domiciliaria que los ayudan en el viaje a la aniquilación de la mejor manera
posible.
Por lo que hace a quienes creen en la
existencia más allá de la muerte, me referiré en quienes creen en Dios, el
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es un Dios personal con quien el
creyente puede mantener comunicación. Por un lado Dios habla por medio de la
Biblia que, con sus palabras vivificadas por el Espíritu Santo se convierte en
el libro de cabecera que conforta en los momentos en que la enfermedad
angustia.
Pero la relación es bidireccional. De
parte del creyente tiene a su disposición la oración. Mediante esta herramienta
el creyente que yace en el lecho del dolor expone sus sentimientos al Padre
celestial que le escucha de la manera
que solamente Él sabe hacerlo. Le unge con el bálsamo que mitiga el
dolor del alma. La paz de Dios que sobrepasa
la comprensión humana, le invade. Además cuenta con las plegarias de los
hermanos en la fe que son un refuerzo añadido ya que los creyentes en Cristo
forman un solo cuerpo: “Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con
él” (1 Corintios 12: 26).
Una oración bíblica de la que se hace un
mal uso porque se pronuncia en los funerales y acompaña los recordatorios.
También se nos hace familiar por su presencia en los
<i>westwerns</i>, el salmo 23 conocido como “el Señor es mi
Pastor”. Digo que se hace un mal uso de este poema porque los difuntos no
necesitan de nuestras oraciones intercesoras porque con el deceso queda sellado
el destino eterno. Las oraciones a los difuntos no pueden influir en ellos.
El Salmo 23 memorizado y recordado durante la duración de la
enfermedad terminal sirve de mucho consuelo porque nos recuerda el
misericordioso amor de Dios. Su autor, el rey David, durante su reinado sufrió
muchas penalidades. Desconocemos por cuál de ellas escribió el poema. Mejor que
sea así porque ello nos impide que seamos tentados a aplicarla en una en
concreto y dejarnos desprotegidos del resto, que no son pocas.
Dice así el salmo: “El Señor es mi
Pastor, nada me faltará/ En lugares de
delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará. /
Confortará mi alma, me guiará por sendas de justicia por amor de su Nombre. /
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo, tu vara y tu cayado me infundirán aliento. / Aderezas mesa
delante de mí en presencia de mis angustiadores, unges mi cabeza con aceite, mi
copa está rebosando. / Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos
los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”.
¿No es una riqueza de valor incalculable
saber que Jesús que es el Buen Pastor que dio su vida por las ovejas nos
acompañará lo largo de todos nuestros días y de manera especial cuando la
enfermedad terminal haga estragos en nuestro cuerpo?
Octavi
Pereña i Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada