diumenge, 5 de març del 2023

 

ECLESIASTÉS 8: 11

“Por  cuanto no se ejecute pronto sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal”

Jetro, suegro de Moisés cuando se percató que su yerno se hacía cargo en exclusiva de la administración de justicia y de las largas colas que se producían desde el amanecer hasta el atardecer, le dijo: Hijo mío no lo haces bien. Escoge de cada una de las tribus hombres sabios que se encarguen de atender los conflictos pequeños y tú resérvate los más graves. Moisés escuchó el consejo que le dio su suegro  y la administración de justicia se hizo más eficiente (Éxodo 18: 13-27).

El texto que comentamos es un toque de atención a la administración de justicia de nuestros días. A menudo algunos delitos prescriben porque no se resuelven con la rapidez necesaria o se permite que se pudran en el fondo del cajón. Además los abogados ponen palos a la rueda para dar largas al  dictamen de sentencia. A veces se pone como excusa la falta de personal, de material anticuado, de recursos. Con todas estas limitaciones no se puede administrar justicia debidamente. Aún falta un ingrediente que es imprescindible para una buena administración de justicia. He ahí el consejo que Jetro le da a su yerno:

“Oye ahora mi voz, yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia, y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo,  y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo” (Éxodo 18: 19-22)

Estas son las personas que tienen que administrar justicia en Nombre de Dios: “Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el  bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella, porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.” (Romanos 13: 3, 4).

Una buena administración de justicia es la que nos hace falta. Que resuelva los casos con prontitud y que dé su merecido a los malos, que evite que los delincuentes que acumulan cargos y que andan sueltos repitiendo sus fechorías. Esta es la justicia que hace grande a una nación.


 

MATEO, 16: 15

“Y les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Se encontraba Jesús en la región de Cesarea de Filipo. Zona salpicada de templos dedicados a los dioses paganos. En este lugar escogido por Satanás para levantar una fortaleza para luchar contra el Dios de Israel, lo escoge Jesús para preguntar a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos Juan el Bautista, otros  Elías, y otros Jeremías, o alguno de los profetas”

Imaginémonos que estamos con Jesús en el lugar en que nos encontramos en un lugar salpicado de templos dedicados  a santos, santas, vírgenes y Jesús nos hace la misma pregunta que hizo a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” ¿Responderíamos con la contundencia que lo hizo Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente?” Me temo que no porque son muchos que carecen del ingrediente  que hizo posible que Pedro respondiese de la manera como lo hizo: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12. 3). A la respuesta de Pedro Jesús le dice: “Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. La respuesta que Jesús da a Pedro está en consonancia con la oración sacerdotal que Jesús dirige  al Padre: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu Nombre, a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17: 12).

Quienes vivimos en un país de influencia católico romana estamos acostumbrados a oír que fuera de la Iglesia católica no es posible la salvación, que la Iglesia se comporte como si fuera el arca de Noé y que todos quienes estén bajo su protección están resguardados del Maligno. Que el agua bautismal limpia el pecado original y que los bautizados automáticamente se convierten en hijos de Dios. La Iglesia Católica enseña que Jesús es el Salvador a la vez que se tiene añadir: la Iglesia, los santos, las vírgenes, los sacramentos. No basta con Jesús. No se tienen en cuenta las palabras del apóstol Pedro: “Este Jesús es la piedra reprobada  por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 11, 12).

“Nadie puede llamar a Jesús Señor, si no es por el Espíritu Santo. Si uno no ha recibido el Espíritu Santo aun cuando se considere cristiano no lo es porque el Nombre de Jesús es el único Nombre que otorga salvación.

 

 

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