MATEO 16: 15
“Jesús les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que
yo soy?”
Jesús y
sus discípulos se encentran en la región de Cesarea de Filipo, región, por cierto, plagada de
templos dedicados a las divinidades paganas. En este territorio tan adverso a
la fe cristiana, Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del Hombre?”
respondieron: “Unos Juan el Bautista,
otros Elías, y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Dirigiéndose
Jesús a sus discípulos les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que yo soy?” Es
una pregunta que no tiene escapatoria. El impulsivo Pedro anteponiéndose a sus
compañeros, le responde: “Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente”. La respuesta que Jesús da a la
declaración de Pedro es algo que tiene que tenerse en consideración: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Las
palabras que Jesús dice a Pedro están en sintonía con la enseñanza del apóstol
Pablo: “Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe, y esto no es de vosotros, pues es don de Dios, no por obras,
para que nadie se gloríe” (Efesios
2: 8, 9).
La fe
no es una obra meritoria de la que el creyente pueda vanagloriarse. Es un don,
un regalo que Dios da graciosamente a quien le parezca. La conversión de Saulo
de Tarso, más tarde conocido como el apóstol Pablo. Pablo, siendo fariseo fue
perseguidor a muerte de cristianos. Esteban fue víctima del odio de Saulo.
Dirigiéndose Saulo a Damasco con el encargo del sumo sacerdote para dar muerte
a los cristianos que había en la ciudad, ocurrió algo sorprendente: “Repentinamente le rodeó un resplandor de
luz del cielo, y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús a quién
tú persigues, dura cosa es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9: 1-19).
De este encuentro que Saulo tuvo con Jesús, por el poder de Dios apareció en el
escenario religioso Pablo de Tarso que de perseguidor de cristianos se
convirtió por la gracia de Dios en cristiano. Que de gozar el favor del sumo
sacerdote, se convirtió en diana de la ira
sacerdotal.
La
conversión de Saulo de Tarso a Cristo
ilustra con luz meridiana la iniciativa de Jesús a la hora de salvar al pecador
y la respuesta del hombre a la iniciativa divina.
JOSUÉ 9: 14
“Pero no pidieron consejo de la boca del
Señor”
Como era
imparable el avance de los israelitas por la Tierra Prometida, los gabaonitas
diseñaron un plan para impedir su destrucción. Enviaron a unos falsos
embajadores a parlamentar con Josué. Antes de emprender el viaje se cubrieron
con ropaje viejo y descosido: “Y todo el
pan que traían para el camino era seco y mohoso”. Con su aspecto andrajoso,
los falsos embajadores simulaban proceder de un país lejano. Se presentaron
ante Josué para pactar una alianza con Israel. Las dudas que en un principio
pudo tener Josué desaparecieron a ante
las explicaciones que le dieron y su aspecto andrajoso. “Y Josué hizo paz con ellos, y celebró con
ellos alianza concediéndoles la vida, y también lo juraron los príncipes de la
congregación” (v. 15). Pasado tres días descubrieron que los gabaonitas
los tenían al alcance de la mano.
Josué y
los dirigentes de Israel respetaron el acuerdo que habían jurado. Pero el
pueblo murmuró por el pacto de paz que sus dirigentes habían concertado
con los
gabaonitas. “Nosotros lo hemos
jurado por el Señor Dios de Israel, por tanto ahora no los podemos tocar”
(v.19).
El
pacto de Josué con los gabaonitas por el hecho de constar en la Biblia que es
Palabra de Dios por haber sido Josué inspirado por el Espíritu Santo a
incluirlo en las Sagradas Escrituras, por tanto “es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios
sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16,
17). Es de obligado cumplimiento para todos los creyentes en Cristo.
Josué y
los dirigentes de Israel juraron dar protección a los gabaonitas. Las quejas
del pueblo no les hicieron cambiar de parecer. Acostumbramos a anular las
promesas si nos perjudican. Jesús nos dice: “Sea
vuestro hablar: Sí, sí, no, no, porque lo que es más de esto, del maligno
procede” (Mateo 5: 37). El contexto de estas palabras del Señor es el
perjurio, jurar en falso. El Señor nos dice que no tenemos que hacerlo. Tenemos
que limitarnos a decir en cualquier circunstancia. Sí o no “porque lo que es más de esto, del maligno procede”, que es el
padre de la mentira.
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