JUSTICIA, ¿DÓNDE TE ESCONDES?
Al hombre natural la justicia le es tan
difícil de retener como el agua en el cuenco de la mano
En el
escrito “Sin justicia no hay democracia”, Albert Montagut escribe: “El consejo
editorial de The new York Times es un órgano que actúa de manera independiente
respecto a la redacción del diario…El fin de la semana pasada, con el título:
“Trump deshonra a la justicia de los Estados Unidos”, el consejo editorial
arremetió contra el presidente Donald Trump por utilizar “el sistema legal como
arma para desquitarse de sus ofensas personales”… Oponerse a Trump, desde el
lunes centrado en Israel, tiene un precio. Y quienes creyeron que el sistema
judicial de Estados Unidos lo pararía, se equivocaron. Desde el caso Watergate
el poder judicial de Estados Unidos se había mantenido al margen de las
decisiones del poder político. Aquella independencia garantizaba la protección de los ciudadanos y
el cumplimiento de la ley…Sin justicia no hay democracia, y si la ley la
imponen los más fuertes la situación es
peligrosa…Lo que sí es verdad es que hoy, cuando la justicia y la
constitución han pasado a un segundo plano, Estados Unidos está inmerso en una
guerra social”.
Cuando
veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar. El proverbio nos
da un buen consejo que no tendríamos que desaprovechar. ¿Qué es democracia?
Significa gobierno del pueblo. La democracia nació como contrapoder frente a
las monarquías absolutistas. Este contrapoder es un dios con pies de barro.
Cualquier tropiezo hace que los pies se rompan y toda la estructura política
que se ha levantado se haga añicos. La hecatombe política ya hace años que da
señales de que se produciría. La proliferación de partidos ultra, sean de
derechas o de izquierdas, da lo mismo, son señales que alertan que la
democracia no es la filosofía política que enaltece a las naciones porque no
aporta la justicia necesaria para conseguirlo.
La
estatua de la libertad levantada en un islote delante de la entrada del puerto
de Nueva York como símbolo de libertad y de emancipación de las monarquías
absolutistas europeas, era lo primero que veían los inmigrantes europeos al
llegar a tierra americana. Creían que habían llegado a la Tierra Prometida que
fluye leche y miel. Lo que aquellos inmigrantes no pudieron hacer fue dejar en
tierras europeas el pecado que impide que florezca la justicia que enaltece a
las naciones. Con el equipaje que
desembarcaron se encontraba el pecado que les acompañó durante la colonización
y que sigue estando muy vivo. Los nativos pagaron el pato. La injusticia de los
colonizadores se ensañó con los nativos. Ni el agua bautismal, ni la
predicación evangélica, si no llega al corazón no sirve para extirpar el pecado
que origina la injusticia. El paraíso perdido en Adán no puede recuperarse aquí en la tierra.
A pesar
que “la sangre de Jesucristo el Hijo (de Dios) nos limpia de todo pecado” (1
Juan 1: 7), los verdaderos creyentes en Cristo por la fe en Jesús son santos,
todavía conservan su condición de pecadores por lo que tienen que seguir
pidiendo al Señor que perdone sus pecados y les dé fuerzas para no volver a
cometerlos. Así será hasta el día de la resurrección cuando el creyente en
Cristo no tendrá ni la más mínima mota de pecado. En la Tierra en las
condiciones actuales es totalmente imposible recuperar el paraíso perdido.
Tenemos
que luchar para dejar un mundo mejor de lo que lo encontramos. No seamos
crédulos. El pecado que arrastramos abre la puerta a las diversas
manifestaciones de la injusticia. Se
podrá hacer algún apaño. Pero no eliminarlo del todo. Hoy, los verdaderos
creyentes en Cristo ya son por la fe ciudadanos del paraíso recuperado que se
hará efecto en el día de la resurrección. El apóstol Juan enviando un mensaje a
la iglesia de Éfeso, escribe: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice
a las iglesias. Al que venza, le dará de comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de
Dios” (Apocalipsis 6: 7). Hoy los verdaderos cristianos que lo son por la fe en
Jesús gozan las primicias de lo que será la gloria futura.
Octavi
Pereña Cortina
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