LUCAS 1:38
“Entonces María dijo: He aquí la sierva del
Señor, hágase conforme a tu palabra”
Las
palabras de este texto las dijo María en
respuesta al anuncio del ángel que le dijo que sería madre del Hijo de Dios
según la carne y que Elisabeth, su parienta, que en la vejez había concebido el
hijo que se llamaría Juan el Bautista que sería el precursor de Jesús. Las
palabras de María que encabezan este comentario manifiestan un ejemplo de
humildad por ser la escogida de Dios para ser madre del Hijo de Dios en la
persona de Jesús. A parte de unos pocos versículos, el nombre de María no
aparece en los Evangelios. De las pocas palabras de María que aparecen en los
Evangelios sobresalen las que encabezan este escrito que por cierto manifiestan
una total sumisión a la voluntad de Dios.
Juan
José Omella, arzobispo de Barcelona cierra su escrito: “Una cuestión
familiar”, con estas palabras:
“Bienqueridos hermanos y hermanas, sigamos los pasos de Jesús y sigamos con Él,
amigo de los pobres. Pidamos a la madre de Dios que nos ayude a dar consuelo y
esperanza a los más necesitados”. María que se considera “sierva del Señor”
jamás se atrevería a anteponerse al Hijo que el Espíritu Santo engendró en su
vientre. La sierva jamás puede anteponerse al Señor.
El
mandamiento es clarísimo. Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es. Oye Israel, el Señor
nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor
que estos” (Marcos 12: 29-31).
¿Cómo
se le puede ocurrir a alguien que la sierva del Señor se anteponga a la
autoridad del Hijo y le usurpe el poder de consolar y dar esperanza a los más
necesitados? ¿No es Jesús quien dice: “Venid
a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar? Llevad
mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí,
que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas,
porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30).
Jesús
no ha renunciado y jamás lo hará de ser ”el camino y la verdad y la vida, nadie
viene al Padre, sino por mí” (Juan 14: 6), porque es Él y nadie más que Él
que ha dado su vida para salvar al pueblo de Dios de sus pecados y consolarlo
en su aflición..
LUCAS 6: 39
“Y les dijo (Jesús) una parábola. ¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego?, ¿No caerán ambos en el hoyo?”
Debido
a nuestra condición de pecadores instintivamente nos convertimos en jueces de
nuestro prójimo. Jesús nos reprende cunado dice: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados, perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará, medida buena
aprobada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo, porque con la misma
medida con que medís, os volverán a medir” (vv. 37, 38). Los juicios que pronunciamos con
respecto a nuestro prójimo tienen efecto boomerang. Se revuelven contra quienes
los pronuncian. ¡Cuántas dolencias padecemos que no sabemos de dónde nos
vienen. ¿Por qué a mí?, nos preguntamos. Ignoramos que son el resultado de
juicios maliciosos pronunciados contra nuestro prójimo.
Respecto
a juzgar a nuestro prójimo Jesús dice una parábola que analizada atentamente
nos enseñará mucho: “¿Acaso puede un
ciego guiar a otro ciego?, ¿No caerán ambos en el hoyo?”. De entrada Jesús nos considera ciegos
espirituales debido al pecado que ha cegado nuestros ojos lo cual no nos
permite ver con claridad lo que sucede en nuestro alrededor. Jesús hace sonar
la alarma para que despertemos del ensueño de creer que somos lo que no
somos. “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de
ver la que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano,
déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando la viga que está en el
tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien
para sacar la paja del ojo e tu hermano” (vv. 41, 42).
¡Ay
pecador, cuánto daño te causa tu pecado! El pecado te ha dañado la visión hasta
el punto que te permite ver la paja que está en el ojo de tu hermano y no te
deja ver la viga que está en el tuyo!
Señor,
de la misma manera que devolviste la vista al ciego Bartimeo porque te lo
pidió, te pido Señor que quites la viga que está en mi ojo y pueda ver con
claridad. Dejaré de ser juez de mi hermano porque te pido Señor que tengas
piedad de mí que soy pecador.