diumenge, 26 d’octubre del 2025

 

SALMO 51: 17

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciaras, tú, oh Dios”

Los siete primeros versículos de este salmo sapiencial se tienen que tener en cuenta si es que verdaderamente el lector desea crecer espiritualmente. El salmo lo escribe el rey David después que el profeta Natán le reprendiese por haber por haber cometido adulterio con Betsabé, esposa de Hurias, que en aquel momento se encontraba en el campo de batalla. Así dicen los versículos mencionados: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades lava mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por justo en tu juicio. He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tu amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve”

Si el lector lee atentamente este salmo y le pide al Señor que le unja con el Espíritu Santo se dará cuenta enseguida que rechaza totalmente la práctica religiosa como  medio para alcanzar el favor de Dios: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza, porque no quieres sacrificio que yo lo daría, no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás, tú, oh Dios” (vv, 15-17). Estos versículos trasladados a nuestros días significan que ni la confesión auricular con un sacerdote, ni ayunos, ni abstinencias, ni flagelaciones, ni peregrinaciones a lugares considerados santos, no sirven de nada para alcanzar el favor de Dios.

En sueños el Espíritu Santo habló a José que tenía que casarse con María que lo que es esta “es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 20, 21).

Concluyo este comentario con las palabras que el apóstol Pablo escribe a los cristianos de Éfeso: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no es de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2: 8-10).


 

SALMO 58: 3

“Se apartaron los impíos desde la matriz, se desviaron hablando mentira desde que nacieron”

Como consecuencia del pecado de Adán toda su descendencia nace marcada por el pecado. Algunos dicen que los hijos son engendrados sin pecado y que la influencia externa es la responsable de que adquieran hábitos malos.

El salmo 58 trata de manera muy concreta la cuestión de la maldad humana. Comienza el poema diciendo: “Oh congregación, ¿pronunciaréis en verdad justicia? ¿Juzgáis rectamente hijos de los hombres? Antes en el corazón maquináis iniquidades, hacéis pasar la violencia de vuestras manos en la tierra”. Este texto se refiere a personas adultas que se comportan malvadamente. El versículo que encabeza este escrito expone el origen de la maldad de los adultos.

La Iglesia Católica conocedora de la realidad infantil practica el bautismo de recién nacidos  por aspersión porque considera que el agua bautismal bendecida por el sacerdote tiene poder para limpiar el pecado del bebé. Ceremonia inútil porque el agua bendecida que el cura asperje sobre la cabeza del recién nacido no posee ningún poder de limpiar pecados.

Jesús se encontraba en Capernaum y como era habitual arrastraba multitudes. Entonces trajeron a un paralítico y al   no poder acceder a Él hicieron una obertura en el techo de la casa donde se encontraba Jesús “y bajaron la camilla en que yacía el paralítico”. Al ver Jesús su fe dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Entre la multitud se encontraban “algunos escribas que cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién pude perdonar pecados, sino solo Dios? Los mencionaos escribas al considerar que Jesús era un hombre como todos los otros tenían toda la razón al decir que no podía perdonar los pecados. Conociendo Jesús los pensamientos de aquellos escribas, les dice: “Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir al paralítico: tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate toma tu lecho y anda. Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Entonces él se levantó enseguida, y tomando su camilla salí de delante de todos” (Marcos 2: 1-12).

Resumiendo: Cree en el Señor Jesucristo y, y sin añadir nada, tus pecados te serán perdonados, porque la sangre que Jesús vertió en la cruz tiene el poder de limpiar todos tus pecados.

 

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