EL VENENO DEL ODIO
“Los que aman al Señor, odian el mal” (Salmo
97:10)
“Y la
política no resuelve esta niebla de rabia y cabreo que padecemos, porque unos
ganan votos y a los otros les suda el mal que hacen. Y los otros pierden votos
y todavía no han entendido que existe un antídoto contra la rabia: la verdad”
(Anna María Martí).
El
periodista Eusebio Val le pregunta a la filósofa Casiraghi: “¿Qué pasión
negativa le inquieta más?” La respuesta: ”El odio. El discurso del odio se
infiltra por todas partes. Empieza con pequeñas frases, burlas,
estigmatizaciones. Es lo que más me inquieta: Excluir de la sociedad a una
parte de las personas. ¿Por qué se llega a pensar que a ellas no se les tienen
que aplicar los derechos humanos? A mí
esto es insoportable. Hemos vivido hechos muy catastróficos de genocidios y
todavía existen muchos lugares de extrema fragilidad donde puede
desencadenarse. Creo que no somos lo suficiente conscientes”.
El
antídoto contra el odio es el amor. ¿Qué es amor? Se recomienda mucho el amor especialmente en
situaciones tan críticas como la actual donde las diferencias políticas se
resuelven con la ley del más fuerte: el genocidio. Muchas reuniones políticas
al más alto nivel para poner fin a los genocidios vigentes. Estos persisten. El
amor que puede frenarlos es mucho más que una cuestión filosófica o moral. Es
una cuestión de ser hijo de Dios por la fe en el Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Por la fe en este Dios único el creyente se convierte en templo del
Espíritu Santo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16), y, “el fruto del Espíritu es amor”
(Gálatas 5: 22), “porque el amor de Dios ha sido derramado en vuestros
corazones por el espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5. 5).
El
vacío que deja en nuestros corazones la
ausencia del Espíritu Santo lo llena el odio: “que incita a discordias”
(Proverbios 10: 12). Si la mayoría de la sociedad es atea, a pesar que pueda
ser muy religiosa, la consecuencia lógica es que el odio impere con más o menos
intensidad. “Los que aman al Señor”, son templos del espíritu Santo y,
“aborrecen el mal” (Salmo 97: 10).
Como
creación de Dios lo somos a imagen y semejanza suya (Génesis 1: 26). Debido al
pecado de Adán dicha semejanza se hizo pedazos, pero queda algo de ella aunque
muy desfigurada. A causa de ello el amor que queda muy descafeinado. Amamos a
nuestros familiares, a las personas que nos caen bien. Pero excluimos aquellas
que son distintas, que nos desagradan. El amor que excluye no es el de Dios.
“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en
tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay
tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en
tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Juan 2: 9-11).
Se
acostumbra a decir que somos buenas personas. Que no hemos hecho mal a nadie.
La Biblia es clara al respecto: “Todo aquel que odia a su hermano es homicida”
(1 Juan 3: 15). Esta declaración es muy dura. Emparenta a quien odia con
Satanás “que es homicida desde el principio” (Juan 8: 44). Quizás no mata con
un tiro a la nuca. Pero mata espiritualmente.
“Jesús
es la vida, y la vida es la luz de los hombres. La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1: 4, 5). Las
personas que son ciegas debido a las tinieblas, no tienen la luz de la vida
(Juan 8: 12). El nombre Jesús es muy conocido, tanto es así que incluso una de
la torres del templo de la Sagrada Familia de Barcelona ha sido bautizada con
dicho Nombre. Pero Jesús sigue siendo el gran desconocido. Se le alaba de
labios, pero los corazones de dichos adoradores están muy lejos de Él. La
adoración superficial que se rinde a Jesús asistiendo a la misa católica o al
culto evangélico, no hace desaparecer las tinieblas malignas. “Yo (Jesús), la
luz he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en
tinieblas” (Juan 12: 46). “Yo (Jesús) soy la luz del mundo, el que me sigue no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12). “Yo
(Jesús), la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no
permanezca en tinieblas” (Juan 12: 46).
El
mundo sin Cristo que es la luz del mundo está envuelto de espesas tinieblas
espirituales que le impiden ver el camino a la vida. Quienes están envueltos de
tinieblas espirituales, a pesar de las quejas por sus consecuencias, se
encuentran a gusto en ellas. Se dan personas que les incomoda vivir en
tinieblas espirituales. No se encuentran a gusto con su ceguera. Estos
invidentes se comportan como el ciego Bartimeo que cuando escuchó que Jesús
estaba cerca “comenzó a dar voces y decir: ¡Jesús, hijo de David, ten
misericordia de mí! Muchos le reprendían para que callase, pero el ciego
persistía en gritar. “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Al final
llevaron al ciego ante Jesús que le dijo: “¿Qué quieres que te haga?” El ciego
le respondió: “Maestro, que recobre la vista”. Jesús que es misericordia pura le
dijo: “Vete, tu fe te ha salvado” (Marcos 10: 46-52). El ciego Bartimeo es una
muestra de que Jesús puede devolver la vista espiritual si los ciegos que se lo
piden. El amor de Dios en el corazón elimina el odio que existía en él.
Octavi
Pereña Cortina
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