diumenge, 5 d’octubre del 2025

 

AMOR O “KINDFULNESS”

Si no florece la rosa del amor de Dios, el mundo se lanza al desastre

“Kindfulness” es un anglicismo que significa “amabilidad” La amabilidad es el fruto del amor de Dios. Como poco amor de Dios se encuentra en el hombre, la amabilidad desaparece del escenario público. El verdadero amor que es el divino es mucho más que amor sexual que tan a menudo se tiene a flor de labios. Cuando alguien dice a otro: “Te amo”, generalmente significa que se desea tener relación  sexual con él. Este no es el amor que deseo tratar en este escrito.

¿Qué es amor? La pregunta tendría que plantearse de otra manera: ¿Quién es amor? La respuesta indiscutiblemente tenemos que ir a buscarla en la Biblia que nos dice: “Dios es amor” (1 Juan 4: 16). Ser religioso no equivale a ser espiritual. Se encuentran personas extremadamente religiosas, conocidas como beatas. Pero el Señor que conoce  al dedillo lo que se  esconde en las profundidades del corazón, les dice: “Yo os conozco que no tenéis amor de Dios en vosotros” (Juan 5: 42).

El amor es un sentimiento y los sentimientos no se visualizan si no se convierten en obras. Jesús que quiere sacarnos de la incertidumbre, sin rodeos afirma: “Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan 15: 12). Hemos dicho que Dios el Padre de Jesús “es amor”. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿Cómo podemos relacionarnos con Dios que “es amor? Jesús comenta con sus seguidores sobre las estancias celestiales. Tomás le dice que desconoce el camino que conduce a ellas. Jesús le responde: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14: 6). De momento, como el Espíritu Santo todavía no había sido enviado, los primeros seguidores de Jesús no podían entender las palabras del Maestro si Dios no les abre el corazón. La cosa cambió cuando en el primer Pentecostés después de la resurrección y de su ascensión de Jesús al cielo, el Espíritu Santo fue enviado sobre la incipiente iglesia. Los ojos de aquellos creyentes les fueron abiertos para que pudiesen comprender lo que hasta aquel momento les estaba oculto. Descubrieron “que el amor de Dios había sido derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que les fue dado” (Romanos 5: 5), y que “el fruto del Espíritu es amor” (Gálatas 5: 22). Si no se ha nacido de nuevo por la fe en Jesús, no tiene sentido el amor de Dios. Pedir como lo hace el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso: “Andad en amor, como también Cristo nos amó” (Efesios 5: 2), o, “pido en oración, que vuestro amor abunde aún más” (Filipenses 1: 9). Pedir a los incrédulos, aunque sean religiosos, que se amen los unos a los otros con el amor tan grande con el que Dios ha amado al mundo, que dio a su Hijo único para que quien crea en Él no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3: 16), es pedir peras al olmo. El amor de Dios en la actual situación es como una flor de invernadero que necesita atención extra. Es por ello que no se puede bajar la guardia a la hora de “considerarnos unos a otros para estimularnos al amor y las buenas obras” (Hebreos 10: 24).

Los creyentes en Cristo tenemos que vigilarnos mutuamente no con el propósito de fiscalizarnos, sino con el fin de estimular en el amor de Dios en el hermano que flaquee.

En los centros sanitarios se han colgado carteles en los que se lee: “Basta a la violencia”. Es un deseo muy loable en un mundo que está de violencia hasta el cuello. ¿Es posible poder ver un mundo libre de violencia? Sería posible si se siguiesen ciertos requisitos. En la oración que Jesús dirigió a su Padre, entre otras cosas dice: “y les he dado a conocer tu Nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17: 26).

Los apóstoles, mientras Jesús estuvo con ellos fueron carnales porque disputaban entre ellos quien sería el más grande en el reino de los cielos (Marcos 9: 39). Tenían que cambiar la carnalidad por la espiritualidad. Esto sucedió en la celebración de la primera Pascua después de la ascensión de Jesús al cielo cuando la incipiente iglesia fue llena del Espíritu Santo.  Aquellos hombres y mujeres se convirtieron en templo del Espíritu Santo y, el fruto del Espíritu “es amor” (Gálatas 5: 22). A estas personas y nadie más que ellas, junto con el amor de Dios, manifiestan: “Gozo, paz, paciencia, tolerancia, afabilidad, bondad, fidelidad, sencillez y autodominio” (vv. 22, 23).

Un fariseo que intentaba poner a Jesús en un aprieto, le pregunta: “Maestro, ¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mateo 22: 35-39). Las personas que no desean oír hablar de Dios y menos amarlo, ¿se les puede pedir que amen a sus prójimos como a ellas mismo, no es un absurdo? Aparentemente sí. Pero si se tiene en cuenta que el Señor tiene el poder de abrir los corazones como lo hizo con Lidia para que creyese lo que el apóstol Pablo estaba diciendo (Hechos 16: 14), el anuncio del Evangelio deja en las manos de Dios que los escogidos de Dios pasen de muerte a vida por la fe en Jesús. La proclamación del Evangelio no es un anuncio que se hace en el vacío.

Octavi Pereña Cortina

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