dissabte, 31 de maig del 2025

 

PROVERBIOS 21: 10

“El alma del impío desea el mal, su prójimo no halla favor en sus ojos”

El impío aparentemente es una buena persona. De labios es un buenísimo individuo. Juzga severamente a quien hace el mal, pero comete lo mismo que condena. Existen grados de maldad. La misericordia de Dios frena que los impíos puedan llagar al colmo de la maldad. A los impíos, según el grado de maldad, el prójimo no halla favor en sus ojos. Dada la omnipresencia del mal en la sociedad, ¿no debería ello motivarnos a pensar qué grado de responsabilidad tengo yo? A pesar de que todos pensamos de nosotros mismos que somos bellísimas personas, ¿cómo es posible que el mal no desaparezca. Todo lo contrario que vaya a más?

Hasta hace unos años en la Iglesia Católica era un requisito la confesión auricular con un sacerdote para poder comulgar. Ahora esta obligación no existe. ¿Es que el pecado para la Iglesia Católica no existe?

En las iglesias evangélicas nunca ha existido la confesión auricular. Si se tiene en cuenta el texto 1 Corintios 11: 23-32, existe una diferencia remarcable entre la comunión católica y la Cena del Señor evangélica. En la hostia consagrada católica por el poder que la Iglesia le concede al sacerdote,  la oblea se convierte en residencia presencial de Jesús. El pan y el vino que se emplean en la Cena del Señor evangélica  es  un recordatorio del cuerpo de Jesús clavado en la cruz para dar vida eterna a quienes creen en Él. Si Jesús está presente en la celebración de la Cena del Señor lo es por la fe de los comulgantes.

Participar en la Cena del Señor no puede hacerse a la ligera: “De manera que cualquiera que coma este pan y beba esta copa del Señor indignamente  será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así el pan, y beba de la copa. Porque el que come indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (vv. 27-29).

Participar en la Cena del Señor no es participar de la manera como se hace en las celebraciones de aniversarios. Consiste en recordar a Jesús crucificado dando su vida por el perdón de los pecados del pueblo de Dios. Participar irreverentemente en la celebración d la Cena del Señor tiene sus consecuencias dramáticas: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros y muchos duermen” (v. 30).  La Cena del Señor evangélica no está investida de poderes mágicos. Pero el Señor está espiritualmente presente en la celebración, si el corazón del celebrante no es trigo limpio, el castigo divino recae sobre él.


 

PROVERBIOS 20: 13

“No ames el sueño para que no te empobrezcas, abre tus ojos y te saciarás de pan”

“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio, la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, procura en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar un poco las manos para reposar, así vendrá la necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado” (Proverbios 6: 6-11).

Los dos textos citados tienen una doble lectura. Tanto pueden referirse a la pobreza material, como a la espiritual. Como la función básica de la Biblia es tratar la salud del espíritu, comentaremos los textos desde esta perspectiva. ¿Por qué nos encontramos con tantas personas muy religiosas pero espiritualmente desnutridas? Sencillamente porque por una causa u otra no tienen tiempo para dedicarlo a Dios. Les sobra tiempo para dedicarlo a practicar un deporte, ver la televisión, el ocio. No les queda tiempo para dedicarlo a Dios. La televisión se encarga de mostrarnos imágenes de niños y adultos desnutridos que se parecen a cadáveres vivientes. Estas imágenes con toda su crudeza,  ilustran el aspecto que presentan de millones de personas que siendo muy religiosas son cadáveres espirituales.

“No ames el sueño, para que no t empobrezcas”, nos avisa el escritor sagrado. ¿Qué quiere decirnos el escritor inspirado por el Espíritu Santo? Que tenemos que convertirnos en místicos que someten a sus cuerpos a duras privaciones hasta enfermar con el propósito de redimir su pecado y obtener el favor de Dios. Nada de eso. El día tiene 24 horas y se tiene que distribuir el tiempo  para que cada una de las necesidades básicas reciba la porción necesaria. La pregunta que es necesario hacernos: ¿Cuánto tiempo dedicamos al cultivo del espíritu? Si no le damos el tiempo que necesita no debe extrañarnos que espiritualmente nos parezcamos a las personas cadavéricas que nos muestran las imágenes televisivas.

Si en verdad sentimos necesidad de abandonar el raquitismo espiritual que tanto afea a nuestra imagen, urge una reestructuración de nuestro calendario para abandonar todo lo que no sea imprescindible para dedicar el hueco que queda al cultivo del espíritu que afecta a la eternidad que tenemos por delante. Todo lo que afecta a la sensualidad desaparece. Lo que afecta al espíritu tiene trascendencia eterna, sea para bien o para mal. Merece la pena dedicar un tiempo para alimentar el espíritu con la Palabra de Dios.

 

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