PROVERBIOS 21: 10
“El
alma del impío desea el mal, su prójimo no halla favor en sus ojos”
El impío aparentemente es una buena
persona. De labios es un buenísimo individuo. Juzga severamente a quien hace el
mal, pero comete lo mismo que condena. Existen grados de maldad. La
misericordia de Dios frena que los impíos puedan llagar al colmo de la maldad.
A los impíos, según el grado de maldad, el prójimo no halla favor en sus ojos.
Dada la omnipresencia del mal en la sociedad, ¿no debería ello motivarnos a
pensar qué grado de responsabilidad tengo yo? A pesar de que todos pensamos de
nosotros mismos que somos bellísimas personas, ¿cómo es posible que el mal no
desaparezca. Todo lo contrario que vaya a más?
Hasta hace unos años en la Iglesia
Católica era un requisito la confesión auricular con un sacerdote para poder
comulgar. Ahora esta obligación no existe. ¿Es que el pecado para la Iglesia
Católica no existe?
En las iglesias evangélicas nunca ha
existido la confesión auricular. Si se tiene en cuenta el texto 1 Corintios 11:
23-32, existe una diferencia remarcable entre la comunión católica y la Cena
del Señor evangélica. En la hostia consagrada católica por el poder que la
Iglesia le concede al sacerdote, la
oblea se convierte en residencia presencial de Jesús. El pan y el vino que se
emplean en la Cena del Señor evangélica
es un recordatorio del cuerpo de
Jesús clavado en la cruz para dar vida eterna a quienes creen en Él. Si Jesús
está presente en la celebración de la Cena del Señor lo es por la fe de los
comulgantes.
Participar en la Cena del Señor no puede
hacerse a la ligera: “De manera que cualquiera
que coma este pan y beba esta copa del Señor indignamente será culpado del cuerpo y de la sangre del
Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así el pan, y beba de la
copa. Porque el que come indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor,
juicio come y bebe para sí” (vv. 27-29).
Participar en la Cena del Señor no es
participar de la manera como se hace en las celebraciones de aniversarios.
Consiste en recordar a Jesús crucificado dando su vida por el perdón de los
pecados del pueblo de Dios. Participar irreverentemente en la celebración d la
Cena del Señor tiene sus consecuencias dramáticas: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros y muchos
duermen” (v. 30). La Cena del Señor evangélica no está investida
de poderes mágicos. Pero el Señor está espiritualmente presente en la
celebración, si el corazón del celebrante no es trigo limpio, el castigo divino
recae sobre él.
PROVERBIOS 20: 13
“No
ames el sueño para que no te empobrezcas, abre tus ojos y te saciarás de pan”
“Ve
a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio, la cual no teniendo
capitán, ni gobernador, ni señor, procura en el verano su comida, y recoge en
el tiempo de la siega su mantenimiento. Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y
cruzar un poco las manos para reposar, así vendrá la necesidad como caminante,
y tu pobreza como hombre armado” (Proverbios 6:
6-11).
Los dos textos citados tienen una doble
lectura. Tanto pueden referirse a la pobreza material, como a la espiritual. Como la función básica de la Biblia es
tratar la salud del espíritu, comentaremos los textos desde esta perspectiva.
¿Por qué nos encontramos con tantas personas muy religiosas pero espiritualmente
desnutridas? Sencillamente porque por una causa u otra no tienen tiempo para
dedicarlo a Dios. Les sobra tiempo para dedicarlo a practicar un deporte, ver
la televisión, el ocio. No les queda tiempo para dedicarlo a Dios. La
televisión se encarga de mostrarnos imágenes de niños y adultos desnutridos que
se parecen a cadáveres vivientes. Estas imágenes con toda su crudeza, ilustran el aspecto que presentan de millones
de personas que siendo muy religiosas son cadáveres espirituales.
“No
ames el sueño, para que no t empobrezcas”, nos
avisa el escritor sagrado. ¿Qué quiere decirnos el escritor inspirado por el
Espíritu Santo? Que tenemos que convertirnos en místicos que someten a sus
cuerpos a duras privaciones hasta enfermar con el propósito de redimir su pecado
y obtener el favor de Dios. Nada de eso. El día tiene 24 horas y se tiene que
distribuir el tiempo para que cada una
de las necesidades básicas reciba la porción necesaria. La pregunta que es
necesario hacernos: ¿Cuánto tiempo dedicamos al cultivo del espíritu? Si no le
damos el tiempo que necesita no debe extrañarnos que espiritualmente nos
parezcamos a las personas cadavéricas que nos muestran las imágenes
televisivas.
Si en verdad sentimos necesidad de
abandonar el raquitismo espiritual que tanto afea a nuestra imagen, urge una
reestructuración de nuestro calendario para abandonar todo lo que no sea
imprescindible para dedicar el hueco que queda al cultivo del espíritu que
afecta a la eternidad que tenemos por delante. Todo lo que afecta a la sensualidad
desaparece. Lo que afecta al espíritu tiene trascendencia eterna, sea para bien
o para mal. Merece la pena dedicar un tiempo para alimentar el espíritu con la
Palabra de Dios.
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