diumenge, 25 de maig del 2025

 

EDUCANDO A LOS HIJOS

Ejercer la paternidad responsable es muy duro

¿Quién es el responsable de la educación espiritual de los hijos? Lo lógico es que lo sean los padres. Debido a la degradación que se ha producido en ese campo, los padres delegan en la escuela la educación integral de sus hijos. ¿Es correcto este traspaso de poderes? La Biblia afirma taxativamente que la enseñanza espiritual de los hijos recae exclusivamente en los padres. “Por tanto pondrás estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos” (Deuteronomio 11: 18). Estas palabras Moisés las dirigió a los adultos en general. Según este texto todo el pueblo tendría que haber hecho un Master en Sagrada Escritura. Para ayudarlo a conseguirlo tenían a su disposición la sinagoga donde cada sábado se enseñaba Sagrada Escritura. El adoctrinamiento que cada sábado se impartía en la sinagoga  era necesario pero no era el único. El texto citado implica que todos los israelitas tenían que tener un conocimiento profundo de toda la Escritura porque es la Palabra de Dios. Debería filtrarse por los poros. ¿Qué tenían que hacer los padres atiborrarados de Biblia? he aquí lo que dice Moisés: “Y las enseñarás a vuestros hijos, hablando con ellos cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (vv. 19, 20). Los hebreos no tuvieron en cuenta esta instrucción  divina y su historia estuvo abarrotada de derrotas.  La nuestra también es una historia que va de fracaso en fracaso por el hecho de no tener en cuenta al Padre de nuestro Señor Jesucristo en nuestros caminos.

El libro de Proverbios comienza con la preciosa analogía de Dios poniéndose en la piel de un padre preocupado por el bienestar de su hijo. El texto que irradiará la luz necesaria es 1: 17-19. Está claro que serán muchos quienes no prestarán atención a lo que voy a escribir porque si no creen en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, lo que escribiré no les interesará. Siempre habrá algún padre/madre preocupado por la educación de sus hijos. En atención a ellos seguiré escribiendo.

Educar no consiste en enseñar las materias que se imparten en la escuela. La educación de los hijos comienza en el hogar: “El principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Proverbios 1: 7). Sin el cimiento  de la fe no se puede poseer un verdadero espíritu educativo. De ahí el fracaso de la escuela pública: de las aulas apenas salen  personas que se comporten como tales.

El padre de la analogía abre su corazón al hijo a quien quiere instruir: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la educación de tu madre, porque adorno de gracia  serán a tu cabeza, y collares a tu cuello” (vv. 8, 9). Los versículos transcritos son la súplica amorosa de un padre que desea lo mejor para su hijo. El padre no puede atarle corto para que no se encabrite.  Llegará el día que el hijo se soltará de la mano de sus padres para adentrarse en los vericuetos de este mundo lejos del hogar. Tiene que aprender a caminar solo. Le avisa de lo que se va a encontrar en el mundo inhóspito que hay fuera del hogar: “Hijo mío si los pecadores te quieren engañar, no consientas. Si te dicen ven con nosotros, pongamos acechanzas, acechemos sin motivo al inocente”                   (vv. 10, 11). El asedio escolar va en aumento. Los maestros están desesperados porque no saben qué hacer. Preguntémonos si los padres de estos chavales que se convierten en problema social se han preocupado de instruirlos en el camino del bien, de respetar a sus compañeros que son distintos. Si les han inculcado el sentimiento de ayudar a sus compañeros necesitados. A controlar sus sentimientos machistas…Las noticias son alarmantes. Los delitos cometidos por menores crecen exponencialmente y en malignidad. Esto significa que la educación que los hijos reciben en el hogar no es la correcta.

Me sorprendió leer la plegaria que el general de los Estados Unidos Douglas MacArthur ha dejado escrita pensando en su responsabilidad de padre de educar a su hijo para que fuese hombre de bien. A pesar que la oración es una obra humana no me cabe la menor duda que fue inspirada por el Espíritu Santo. Merece la pena que se le preste la atención debida: “Dame un hijo, oh Señor, que sea lo suficiente fuerte para saber que es débil, y cuando sea lo suficientemente fuerte, que sepa enfrentarse a los miedos, que sea orgulloso e inflexible en los fracasos, comedido en la derrota y humilde en la victoria. Dame un hijo que te conozca  y que se conozca a sí mismo que es el cimiento del conocimiento. Guíalo,  te pido, no en  el camino de la vida fácil y del confort, sino bajo la dificultad y el desafío. Que aprenda a resistir en la tempestad y que aprenda a ser compasivo con los que fracasan. Dame un hijo de corazón limpio y de propósitos altos de miras, un hijo que se controle ante el deseo de controlar a los otros. Un chaval que aprenda a reír y jamás olvide cómo llorar. Un muchacho que se adentre al futuro y que nunca se olvide del pasado. Y cuando tenga todo esto, añado, te pido que tenga buen sentido del humor, y así pueda ser siempre serio, que no se mire con excesiva dureza, Dale humildad para que se acuerde siempre de la sencillez de la grandeza, la mente abierta a la verdadera sabiduría, la humildad de la fuerza auténtica”.

 A pesar de que existe la posibilidad de que el hijo se convierta en un pródigo que abandona la casa de su padre y malbarate los bienes viviendo disolutamente, siempre existe la posibilidad de que le suceda lo que le ocurrió al hijo pródigo de la parábola que habiendo malbaratado la herencia, volvió en sí y regresó a la casa de su padre que no tenía que haber abandonado nunca. El texto: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando sea viejo no se apartará de él” (Proverbios 22: 6), no ha sido borrado de la Biblia. Sigue siendo una puerta abierta para cualquier bala perdida que dándose cuenta de su necedad se levante y emprenda el camino de regreso a la casa del Padre celestial.

Octavi Pereña Cortina

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