MARIA, ¿MEDIADORA?
El misterio de la encarnación del Hijo de
Dios en la persona de Jesús no lo
resuelve la razón sino la fe que es don de Dios
“La
representación de la escena del calvario en el arte contiene no solo una imagen
del Crucificado, sino que nos evoca las palabras que Jesús dijo a su madre
antes de morir: “Mujer aquí tienes a tu hijo” y después dirigiéndose a Juan le
dijo: “Aquí tienes a tu madre” (Juan 19: 26, 27). Juan nos representa a todos.
El Señor nos confía las manos llenas de ternura de la madre. Él quiere que
sintamos que María nos sostiene para afrontar y vencer en nuestro camino humano y cristiano” (Juan José Omella, arzobispo de
Barcelona). Si la Biblia no nos proporcionase más información podríamos dar
como buena la interpretación que el purpurado hace de las palabras de Jesús.
Como la Biblia nos la proporciona no podemos considerar acertada la
interpretación que el purpurado hace de María.
El
contexto general de la Biblia enseña que un pecador no puede ser mediador con
Jesús. El dogma católico que es fruto de la Tradición, enseña la inmaculada
concepción de María. La misma María se encarga de refutarla. El ángel que
anunció a la doncella de Nazaret que sería fecundada por el Espíritu Santo para
ser la madre del Salvador, también la
avisó que Elisabeth su parienta, en su ancianidad, estaba embarazada. Sin
perder ni un segundo fue a visitar a su emparentada. Al encontrarse, Elisabeth
llena del Espíritu Santo le dijo a María: “¿Por qué se me concede esto a mí, que
la madre del Señor venga a mí.”? (Lucas 1: 43” María le respondió: “Engrandece
mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (vv. 46, 47).
José
desposado con María, al tener constancia de que la doncella con la que tenía
que casarse estaba embarazada supuso que le había sido infiel. Para no
infamarla, José “quiso dejarla secretamente, y pensando él en esto, he aquí un
ángel del Señor se le apareció en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no
temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del
Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque Él
salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 19-21). María fue la pieza clave
del plan de Dios diseñado antes de la creación del mundo. La elegida para tan
alta misión, para nuestra enseñanza, exclama: “Engrandece mi alma al Señor, y
mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Una vez nacido Jesús que es el
Hijo de Dios encarnado María se comporta como cualquier otra madre que ama a su
hijo. Excepto en la concepción, no se notó en ella nada de sobrenatural.
El
dogma católico a Jesús por María carece del soporte bíblico. La petición que
María le hace a Jesús en la boda de Caná: “No tienen vino” (Juan 2: 3) no puede
extrapolarse alegremente, basándose en suposiciones. El dogma “a Jesús por
María” tiene consecuencias devastadoras porque afecta directamente al importantísimo tema de la salvación. En la
Biblia no se encuentra ni la más pequeña grieta por la que pueda colarse tan
nefasta doctrina. En la plegaria sacerdotal que Jesús dirige a su Padre
intercediendo por sus discípulos (Juan 17), no menciona a María como mediadora
con Jesús en la salvación del pueblo de
Dios.
“La
paga del pecado es la muerte” (Romanos 6: 23). María que conocía al dedillo la
causa de su embarazo virginal no le impide declarar: “Mi espíritu se alegra en
Dios mi Salvador”. Con esta declaración reconoce que un día, cuando Dios lo
disponga morirá como lo hacen todos los pecadores. “Dios enviando a su propio
Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado
en la carne” (Romanos 8: 3). Nos encontramos inmersos en el misterio de la
salvación de los pecadores. El raciocinio no lo puede intuir. El hombre no
puede creerlo de no ser que el Espíritu Santo le otorgue el don de la fe. ¿Cómo
puede entrar el justo e las entrañas de una pecadora? Esta pregunta no tiene
respuesta si no es que el Espíritu Santo abra los ojos de los ciegos
espirituales.
La
Iglesia Católica que dogmáticamente se confiesa monoteísta, de hecho, en la
práctica, con la multitud de santos, santas, vírgenes, que han alcanzado la
santidad gracias a los supuestos milagros que se les atribuyen, de hecho se les
considera dioses. Si no fuese así, ¿qué sentido tiene invocarlos para que
concedan favores?
El
apóstol Pedro considerado por la Iglesia Católica como el primero de una larga
lista de papas, se encarga de desmontar el lucrativo negocio que se ha
establecido a costillas de tantos pecadores que necesitan invocar a Dios. Se
los desvía hacia los falsos dioses que la Tradición ha fabricado. El apóstol
Pedro lleno del Espíritu Santo, encontrándose en presencia de las autoridades
religiosas, expone: “Sea notorio a todos
vosotros, y a todo el pueblo de Israel,
que en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a
quien Dios le resucitó de los muertos,
por Él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra
reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del
ángulo. Y en ningún otro hay salvación,
porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser
salvos” (Hechos 4: 10-12).
Octavi Pereña Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada