LAS APARIENCIAS
ENGAÑAN
La toxicidad desestabiliza las relaciones
El
autor de “De tóxicos” comienza así su escrito: “¿Qué hacemos con los que dan
buenos resultados, pero son malas personas? Cumplen sus objetivos a veces con
creces pero a veces derraman su sinceridad de manera interesada. Siembran
agravios comparativos. Se rodean de víctimas propicias a su verborrea que
rezuma superioridad moral. ¿Qué hacemos con los tóxicos que dan resultados?”
El
10/04/2025, en un encuentro en la Escuela del Trabajo de Lleida, en la nota de
prensa el periodista S. Costa D. destaca en el título de su escrito: “Es más
importante tener buena actitud que un buen currículo”. La selección de personal
sea en el campo que sea siempre es un hueso duro de roer.
Los israelitas
no estaban contentos con el gobierno de
los Jueces. Querían un rey como tenían las naciones vecinas. En el escenario
público aparece Saúl: “Joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él, de hombros
arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 Samuel 9: 2). En el momento de
proclamar a Saúl como rey de Israel, el profeta Samuel se dirigió al pueblo con
estas palabras:”¿Habéis visto al que ha elegido el Señor, que no hay semejante
a él en todo el pueblo? Y todo el pueblo gritó viva el rey” (1 Samuel 10: 24).
La esperanza depositada en él pronto se desvaneció. Fue un fracaso aquel joven
“que no hay semejante a él en todo el pueblo”. Los condujo al desastre más
ignominioso. Se tiene que buscar un nuevo monarca. El Señor le dice al profeta
Samuel: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no
reine sobre Israel?” (1 Samuel 16: 1a). Añade el Señor: “Llena tu cuerno de
aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto
de rey” (16: 1b). Dicho y hecho. El profeta se dirige a Belén. Al llegar al
pueblo y ver a Eliab, primogénito de Isaí, Samuel se dijo: “De cierto delante
del Señor está su ungido” (v. 6). El Señor tiene que corregir a su profeta,
diciéndole: “El Señor no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que
está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (v. 7). Las
apariencias engañan. Todos los hijos de Isaí que estaban en Belén en aquel
momento son rechazados. Ninguno de ellos puede ser ungido como nuevo rey de
Israel. Ante el fracaso, Samuel le dice a Isaí: “¿Son estos todos tus hijos?
(v. 11a). El padre respondió: “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas”
(v.11b). Isaí mandó a buscarlo. El texto describe al adolescente: “Era rubio,
hermoso de ojos, y de buen parecer” (v. 12a). Entonces el Señor le dijo a
Samuel: “Levántate y úngelo, porque éste es” (v. 12b). El Señor examina y
prueba los corazones. En cumplimiento de la orden recibida el profeta unge a
David como nuevo rey de Israel en sustitución
del desechado Saúl (v. 13). A pesar de que el Espíritu del Señor vino sobre
David (v. 13). David no perdió la condición de pecador, pero fue “un varón
conforme al corazón del Señor (1 Samuel
13: 14).
Indiscutiblemente,
hoy la elección de personas para tareas
específicas como lo fue en el caso de David no puede repetirse. Disponemos de
herramientas para escoger personas de manera más precisas de cómo normalmente
se hace. Las apariencias engañan. La toxicidad en las relaciones no se encentra
limitada en el ámbito empresarial. Se extiende por todas partes: en el
deportivo, escolar, político, familiar, religioso…El ser humano se encuentre
dónde se encuentre arrastra consigo la toxicidad de su pecado. Guste o no
guste, la toxicidad humana es la consecuencia del pecado que hemos heredado de
Adán. Si en verdad estamos interesados en desprendernos de la toxicidad que
tanto daño ocasiona no tenemos más remedio que deshacernos del pecado que nos
asedia.
El
Creador finaliza su obra creativa se sentó debajo de la sombra refrescante de
un frondoso árbol y, tal como lo hace un artista para contemplar su obra recién
terminada. “Y vio que todo lo que había hecho era bueno en gran manera”
(Génesis 1: 31).
Dios
instaló a Adán en el jardín de Edén para que lo labrara y lo cuidara (Génesis
2: 18). Todos los frutos del huerto estaban a su libre disposición, “más del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él
comas ciertamente morirás” (2: 17). Adán comió y en un abrir y cerrar de ojos,
y en un mundo excelentemente bueno apareció la maldad. Nos quejamos mucho de la
toxicidad humana porque nos perjudica pero no movemos ni un dedo para descubrir
qué la causa. Si nos importa el problema, por narices tenemos que examinar los
tres primeros capítulos de Génesis que hablan de nuestros orígenes. De entrada
rebaten las tesis evolucionistas que enseñan que el hombre procede de diversas
familias de primates que independientemente
las unas de las otras, en el transcurso de millones de años
evolucionaron hasta convertirse en homo
sapiens. Lo que los evolucionistas no pueden explicar es: Si los primates
evolucionaron a homo sapiens en
lugares distintos, independientemente los unos de los otros ¿cómo es que todos sin excepción estemos manchados por
la toxicidad del pecado? Cuando el Señor recrimina a Adán y Eva por su
desobediencia se sacuden las pulgas acusándose mutuamente: Adán intenta
exculparse acusando a Eva: “La mujer que me diste por compañera me dió del
árbol, y yo comí” (Génesis 3: 12). Cuando el Creador se dirige a Eva
diciéndole: “¿Qué es lo que has hecho?” (v. 13), se sacude las pulgas
diciéndole: “La serpiente me engañó, y comí” (v. 13). No reconocer el pecado no
convierte en inocente el culpable. Ambos, Adán y Eva no quisieron reconocer su
infracción, pero no pudieron evitar las consecuencias de su desobediencia:
“Conocieron que estaban desnudos, y entonces cosieron hojas de higuera y se
hicieron delantales” (3: 7). Se escondieron de la presencia de Dios (3: 8). En
su misericordia, Dios, simbólicamente, les enseña cómo pueden liberarse de la
toxicidad del pecado: “Y el Señor hizo al hombre y a su mujer túnicas de
pieles, los vistió” (v. 21). Más claro que el agua: “Sin derramamiento de
sangre no hay perdón” (Hechos 9: 22). Juan el Bautista señalando a Jesús dijo a
la multitud: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan
1: 29). El proceso de desintoxicación del pecado se inicia en el instante en
que uno cree que Jesús es su Salvador.
Octavi Pereña Cortina
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