SOLEDAD IMPUESTA
<b>Busco
en Internet espantar la soledad pero no lo consigo</b>
Según
<b>Javier Senent</b>, presidente de Cruz Roja Española “Existe una
fractura social importante, con índices de paro significativos. Con los
colectivos con los que trabajamos se da una incidencia que multiplica por dos y
por tres los peores índices generales. Una de nuestras máximas preocupaciones
es el problema de la fractura digital. Parece que damos por hecho que todo el
mundo tiene conectividad y equipos informáticos y no es así. Con los colectivos
con los que trabajamos es un porcentaje
muy pequeño, con casi un 64% sin ordenadores y un 50% sin internet en el hogar.
La fractura digital afecta el aislamiento, y en muchos países se han creado
ministerios para atender este
aislamiento que afecta a muchas personas mayores. Todo el tema de la
digilitización que se ha acelerado añade dificultades que acentúan la soledad y
el aislamiento”.
Según
los sicólogos se dan dos tipos de soledad: la impuesta y la buscada. La
primera, uno se la encuentra sin necesidad de tener que ir a buscarla. Nadie
desea enviudar y más en edades avanzadas cuando tan necesaria es la compañía.
Son situaciones en las que uno nada puede hacer. Se tiene que aceptar la
realidad tal como es y no darse cabezazos contra la pared que solo sirven para
empeorar el estado en que uno se encuentra. Es la mejor decisión que puede
tomarse. Esta situación no deseada tiene que aceptarse con tranquilidad. A
menudo se opta por el atajo buscando llenar el tiempo en compañía de cualquier
manera. Ello nos lleva a aquello que un maestro hindú dijo: “Mil personas
andando por un camino, mil solitarios andando juntos”. El deseo de encontrar
fuera lo que no se tiene dentro nos lleva a un trasegar constante en busca de
la compañía que creemos nos curará la soledad.
Ahora
que se ha levantado la veda del confinamiento debido a la Covid-19 se llenan
las terrazas de las cafeterías. El ocio nocturno hierbe. Los turistas asaltan
los aeropuertos sin importarles lo más mínimo las molestias que se ocasionan.
La ecología se guarda en el cajón. ¡A disfrutar de la vida que solamente se
vive una vez! Una vez enmudecido el ruido del trajín la soledad escondida
resurge con virulencia pidiendo experiencias más intensas. Es como la rueda del
hámster, un movimiento continuo entre hambre/satisfacción que conduce a la
mediocridad de la existencia. Sin ser conscientes de ello, el trajín
vertiginoso indica la sed de Dios que siente el alma. Lo grave del caso es que
se busca saciarla por caminos erróneos. “Como el ciervo brama por las
corrientes de las aguas”, escribe el salmista, “así clama por ti, oh Dios, el alma
mía. Mi alma tiene sed del Dios vivo” (Salmo 42: 1, 2).
“Mi
alma tiene sed del Dios vivo”, afirma el salmista. Los sucedáneos no sirven.
Algunos nos quieren llevar a la práctica religiosa, la que sea. Se puede llegar
a ser muy religioso, pero la religión sin Dios
se comporta como el agua salada, cuanta más se bebe, la sed se hace más
ardiente. La religión no es el Dios vivo por el que suspira el salmista. El
Nuevo Testamento expone con mucha claridad este error que si no se corrige a
tiempo lleva a la muerte eterna. Los máximos representantes de esta filosofía
fueron los fariseos a quienes desenmascara Jesús cuando dice de ellos: “Este
pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me
honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15: 8, 9).
El
Antiguo Testamento miraba hacia el futuro, hacia el Mesías que tenía que venir.
El Nuevo nos presenta al Mesías que ya ha llegado, que es el agua viva en la
que el salmista apaga la sed de su alma. Diversos textos nos lo presentan así.
Hay uno de muy relevante que nos muestra a Jesús apagando la sed del alma de
una mujer.
Jesús,
cansado de la caminata se sienta junto el pozo de Jacob. Se acerca una mujer
con un cántaro en la cabeza a buscar agua del pozo. Jesús, rompiendo los tabúes
de la época se dirige a la mujer, diciéndole: “Dame de beber” (Juan 4: 7). En
respuesta, la mujer saca a relucir la hostilidad existente entre judíos y
samaritanos. La samaritana fue una mujer marginada por dos razones: por ser
mujer y por ser samaritana. Jesús que vino a derribar los muros de separación
que se encargan de levantar los hombres, le dice: “Si conocieras el don de
Dios, y quien es el que te dice. Dame de beber, tú le pedirías, y Él te daría
agua viva” (v. 10). Rota la prevención y derribado el muro de separación, entre
Jesús y la mujer se establece una animada conversación sobre el agua. Jesús le
viene a decir: Mujer, tú vienes al pozo
a buscar agua. Mañana tendrás que volver de nuevo a buscar más agua porque el
agua que te llevas con el cántaro no apaga la sed para siempre. Pero el agua
que yo te daré, que soy yo, “no tendrás
sed jamás, sino que el agua que yo te daré será en ti una fuente que salte para
vida eterna” (v. 14).
Esta
mujer sexualmente liberada porque había tenido cinco maridos y el que ahora tenía no era su marido, no
estaba satisfecha con su vida. Dejó olvidado el cántaro junto al pozo y se
marchó corriendo hacia el pueblo para decir a sus conciudadanos con gran
alegría: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será
este el Cristo?” (v. 29). Una mujer condenada a la exclusión por los prejuicios
sociales, “Dios hace habitar a los solitarios en un hogar” (Salmo 68. 6). La
amistad con Jesús derriba todas las soledades impuestas. La fe en Él llena el
vacío existencial al saciar el alma con la presencia del Espíritu Santo. Uno
puede encontrase sumergido en una soledad impuesta y la fe en Jesús no lo saca
de dicha situación. La presencia del Espíritu Santo convierte a uno en templo
del Dios vivo. Ríos de agua viva brotan de su corazón.
Octavi Pereña i Cortina
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