diumenge, 26 de juny del 2022

 

SALMO: 27: 1

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?”

En la hora del peligro, ¿en quién confiamos? En la Edad Media se representaba a la Iglesia Católica como un barco que se encontraba azotado por una fuerte tormenta. Los pasajeros que navegaban en él eran cardenales, obispos, monjes, frailes…La Iglesia los protegía. En las aguas embravecidas, multitudes, entre ellas, ningún tonsurado. Manera muy entendedora de decir que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación posible. Es muy probable que la imagen de la Iglesia como fuente de salvación eterna haya sido tomada prestada del arca de Noé en la que únicamente ocho personas justas se salvaron de perecer ahogadas.

La imagen medieval de la nave salvavidas es un tremendo error que tiene consecuencias eternas ya que aparta de Jesús los ojos de los pecadores para ponerlos en la Iglesia que usurpa el poder de Dios de perdonar los pecados por la fe en el Nombre de Jesús.

El salmista que sabe en quien ha creído no aparta los ojos de Dios que es quien le ha dado el don de la fe. Empieza el poema afirmando: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?

En el v. 5 David que es el autor del salmo escribe: “Porque Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal, me ocultará en lo reservado de su morada, sobre una roca me pondrá en alto”. Esta declaración de fe nos transporta al Edén después que Adán y Eva hubiesen pecado pretendiendo esconder la desnudez en que se encontraban tapándose con unos delantales cosidos con hojas de higuera. Su necedad no les impidió tener miedo que les infundía la presencia de Dios que se aproximaba. Quisieron desaparecer de su presencia escondiéndose entre los árboles.

David habla de esconderse, no de la presencia de Dios, sino en su tabernáculo, que era el símbolo de la presencia de Dios entre los hombres. Jesús denuncia a los jerosolimitanos su rechazo al intento de juntarlos bajo sus alas como la gallina lo hace con sus polluelos al menor síntoma de peligro. Pero no quisieron. (Mateo 23: 32).

David, distinguiéndose de las multitudes que perecen en el vano intento de protegerse bajo las alas de la Santa Madre Iglesia, su fe en Jesús le hace decir: “Sobre una roca me pondrá en alto”. David edifica su vida sobre la Roca que es Jesús: “descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa, y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7: 25).

Lector, no pongas tu confianza en algo tan débil como lo es una institución eclesial, sea cual sea el nombre que lleve. Es un mal  negocio poner la confianza en los hombres a pesar de que lleven puesta una mascarilla que venda piedad.


 

DEUTERONOMIO 8: 5

“Reconoce asimismo en tu corazón que como castiga el hombre a su hijo, así el Señor tú Dios te castiga”

Por la fe en el Nombre de Jesús un hijo del diablo por adopción se convierte en un hijo de Dios. El recién nacido en la familia de Dios sigue siendo pecador y por lo tanto poseyendo actitudes censurables. En Efesios 6: 4 el apóstol Pablo expone cómo deben comportarse los padres con sus hijos: “Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijo, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo a la vez que Padre nuestro, porque nos ama y desea nuestro bien, tiene que disciplinarnos. Nuestros padres nos disciplinaron porque necesitábamos ser domados. A veces se extralimitaban en su tarea educativa y “nos provocaban a ira” porque no lo sabían hacer ”en disciplina y amonestación del Señor”. Muchas veces nos enfurecíamos al ser disciplinados. Más tarde comprendimos que lo habían hecho para nuestro bien. En nuestras rebeldías, para nuestros padres seguíamos siendo sus hijos y tenían la responsabilidad de convertirnos en personas de bien.

Han transcurrido los años y llegamos a la vejez. Observamos a nuestro alrededor y nos damos cuenta de que hay demasiados potros sin domar. Niños y jóvenes sin bridas que los mantengan en el camino recto. Esta juventud indómita que tan a menudo aparece en los medios de comunicación por las fechorías que cometen se debe a que sus padres no han puesto freno a sus impulsos delictivos. Mucho de ellos pierden la posibilidad de ser reconducidos al buen camino.

Moisés en el texto que comentamos dice: “Reconoce asimismo en tu corazón que como castiga el hombre a su hijo, así el Señor tú Dios te castiga”, Reconoce, acepta en tu corazón que Dios como Padre nuestro tiene la obligación de disciplinarnos, corregirnos debido a los muchos tropiezos que cometemos. Nos disciplina porque nos ama y quiere nuestro bien. A menudo nos rebelamos contra su disciplina que jamás “provoca a ira” porque nos da lo que justamente nos merecemos. No se excede ni una milésima.

Que el Señor nos enseñe a aceptar la disciplina que nos aplica porque tiene la finalidad de que la imagen de su Hijo se vaya formando en nosotros y con ello su carácter, “para que seamos irreprensibles y sencillos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses2: 15)

 

 

 

 

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