SALMO 18: 1
“Te amo, oh Señor, fortaleza mía”
Este
salmo lo escribió el rey David el día en que el Señor le libró de todos sus
enemigos, especialmente del rey Saúl que como sabueso, persiguió a muerte a
David su fiel servidor y yerno. A pesar de sus muchos defectos, David fue un
hombre que permaneció siempre fiel a su Señor. Si no hubiese sido así, jamás
habría podido escribir este salmo que refleja una incombustible dependencia de
Dios.
Una
persona de fe vacilante, que fuese un niño en la fe, jamás habría podido
escribir un poema que manifieste una total dependencia del Señor como lo hace
el Salmo 18. Señor, danos fe para que
podamos hacernos nuestro el poema que comentamos y que como David nos podamos
dirigir a ti, diciéndote: “Te amo, oh
Señor, fortaleza mía”
No
olvidemos que este salmo lo escribió David cuando fue liberado de todos sus
enemigos entre los cuales sobresalía Saúl. Es un poema que reconoce que durante
la persecución confió en la protección divina. ¡Cuán necesitados estamos de que
nos fortalezcamos en el Señor y en el poder de su fuerza. Vestidos de toda la
armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas del
diablo! (Efesios 6. 10, 11).
David
se fortalece en el Señor: “Señor, roca
mía, y mi libertador, Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré, mi escudo, y la
fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (v. 2). David es alguien que sabe
en quien ha creído. Su fe no es una fe de biblioteca, racional. Es una fe que
se ha forjado en el campo de batalla luchando contra sus enemigos que
instigados por Satanás quieren destruirlo.
El
Señor no desea que seamos cristianos de invernadero que protegidos de toda
inclemencia, nos haga tropezar y caer la más suave brisa. Dios no desea que
seamos cristianos floreros. Conociendo como sabe los límites de nuestra
resistencia, nos prueba, nos hace pasar por el crisol de la aflicción adecuado
a nuestras fuerzas, para expulsar la escoria que desmerece nuestro carácter con
el propósito de que resplandezcamos como oro pulido. Una vez superada la prueba
y con la satisfacción de haber vencido al enemigo de nuestra alma podamos
exclamar con David. “Invocaré al Señor,
quien es digno de ser alabado”.
Como le
sucedió a Jesús, el diablo no pudo vencerle con sus tentaciones. Su fracaso no
le hizo perder la esperanza de conseguir la victoria en una nueva oportunidad: ”Se apartó de Él por un tiempo”(Lucas 4:
13). Por lo tanto, no tenemos que bajar la guardia porque más pronto o más
tarde volverá a la carga. Tenemos que seguir fortaleciéndonos en el temor del
Señor para que el diablo no nos encuentre desprevenidos y que a través de una
grieta en nuestra armadura pueda introducir la flecha ardiente que nos dañe.
Así es como seremos salvos de nuestros enemigos (v.3).
JUECES, 14: 3
“Y Sansón respondió a su padre: Tómame ésta
por mujer, porque ella me agrada”
Sansón
era un nazareo. Un hombre que desde el vientre de su madre había sido escogido
para servir a Dios en santidad. En ningún lugar de la Escritura se encuentra un
texto que diga que los siervos de Dios tengan que ser célibes. La ley del
matrimonio lo es para todos los hombres, excepto “los eunucos que nacieron así del vientre de su madre” (Mateo 19:
12). Interpreto esta excepción en el sentido que el Señor por el motivo que sea
haya borrado el deseo sexual en un niño. Un texto que tiene que tenerse
presente en el tema del celibato obligatorio de los sacerdotes: “Pero el Espíritu dice claramente que en los
postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus
engañadores y a doctrinas de demonios, por la hipocresía de mentirosos que,
teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse” (1 Timoteo 4: 1-3).
A los
hombres de Dios se les puede aplicar el mandato del apóstol Pablo: “Digo, pues, a los solteros…que bueno les
fuera quedarse como yo” (soltero),”pero
si no tienen el don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse
quemando” (1 Corintios 7, 8, 9).
El
principio general vigente entre los israelitas fue lo que hoy se conoce como
matrimonio mixto. Entre los israelitas la prohibición afectaba a los
matrimonios entre un israelita y un gentil. La prohibición que provenía de Dios
tenía su razón de ser. El conyugue que no perteneciese al pueblo de Dios
induciría al conyugue creyente a fornicar con los dioses paganos que adoraba el
conyugue gentil. Sansón por haber sido instruido por sus padres en la Ley de
Dios tenía que ser conocedor de dicha prohibición. Así y todo pidió a sus
padres que tomasen para él una mujer filistea. La explicación que les dio para
tal elección fue: “”porque ella me
agrada”. No le importaban las creencias de la mujer. Lo que prevalecía fue
el aspecto físico. Las creencias no importaban. Sansón, contraviniendo la Ley
de Dios se casó con una gentil y en un abrir y cerrar de ojos el matrimonio
naufragó. La cosa no termina aquí. El
declive espiritual de Sansón continuó acentuándose con sus relaciones sexuales
con prostitutas. Dalila fue la más famosa de ellas y la que le llevó al
desastre.
El
apóstol Pablo da instrucciones a las viudas que considero son perfectamente
aplicables a los solteros: “La mujer
casada está ligada por la Ley mientras su marido vive, pero si muere su marido,
libre es de casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor” (1
Corintios 7: 39). “Que sea en el Señor”
es el secreto de un matrimonio cristiano. Ello no quiere decir que los futuros
esposos no tengan que agradarse físicamente. El atractivo físico juega un papel
importante en el matrimonio, pero no el más importante, a la hora de escoger
marido o esposa. Lo que hace que un matrimonio sea indestructible es si los
conyugues son uno en el Señor. En este caso lo que Dios une no lo separa el
hombre.
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