diumenge, 12 de juny del 2022

 

SALMO  18: 1

“Te amo, oh Señor, fortaleza mía”

Este salmo lo escribió el rey David el día en que el Señor le libró de todos sus enemigos, especialmente del rey Saúl que como sabueso, persiguió a muerte a David su fiel servidor y yerno. A pesar de sus muchos defectos, David fue un hombre que permaneció siempre fiel a su Señor. Si no hubiese sido así, jamás habría podido escribir este salmo que refleja una incombustible dependencia de Dios.

Una persona de fe vacilante, que fuese un niño en la fe, jamás habría podido escribir un poema que manifieste una total dependencia del Señor como lo hace el Salmo 18. Señor, danos fe  para que podamos hacernos nuestro el poema que comentamos y que como David nos podamos dirigir a ti, diciéndote: “Te amo, oh Señor, fortaleza mía”

No olvidemos que este salmo lo escribió David cuando fue liberado de todos sus enemigos entre los cuales sobresalía Saúl. Es un poema que reconoce que durante la persecución confió en la protección divina. ¡Cuán necesitados estamos de que nos fortalezcamos en el Señor y en el poder de su fuerza. Vestidos de toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas del diablo! (Efesios 6. 10, 11).

David se fortalece en el Señor: “Señor, roca mía, y mi libertador, Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré, mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (v. 2). David es alguien que sabe en quien ha creído. Su fe no es una fe de biblioteca, racional. Es una fe que se ha forjado en el campo de batalla luchando contra sus enemigos que instigados por Satanás quieren destruirlo.

El Señor no desea que seamos cristianos de invernadero que protegidos de toda inclemencia, nos haga tropezar y caer la más suave brisa. Dios no desea que seamos cristianos floreros. Conociendo como sabe los límites de nuestra resistencia, nos prueba, nos hace pasar por el crisol de la aflicción adecuado a nuestras fuerzas, para expulsar la escoria que desmerece nuestro carácter con el propósito de que resplandezcamos como oro pulido. Una vez superada la prueba y con la satisfacción de haber vencido al enemigo de nuestra alma podamos exclamar con David. “Invocaré al Señor, quien es digno de ser alabado”.

Como le sucedió a Jesús, el diablo no pudo vencerle con sus tentaciones. Su fracaso no le hizo perder la esperanza de conseguir la victoria en una nueva oportunidad: ”Se apartó de Él por un tiempo”(Lucas 4: 13). Por lo tanto, no tenemos que bajar la guardia porque más pronto o más tarde volverá a la carga. Tenemos que seguir fortaleciéndonos en el temor del Señor para que el diablo no nos encuentre desprevenidos y que a través de una grieta en nuestra armadura pueda introducir la flecha ardiente que nos dañe. Así es como seremos salvos de nuestros enemigos (v.3).


 

JUECES, 14: 3

“Y Sansón respondió a su padre: Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada”

Sansón era un nazareo. Un hombre que desde el vientre de su madre había sido escogido para servir a Dios en santidad. En ningún lugar de la Escritura se encuentra un texto que diga que los siervos de Dios tengan que ser célibes. La ley del matrimonio lo es para todos los hombres, excepto “los eunucos que nacieron así del vientre de su madre” (Mateo 19: 12). Interpreto esta excepción en el sentido que el Señor por el motivo que sea haya borrado el deseo sexual en un niño. Un texto que tiene que tenerse presente en el tema del celibato obligatorio de los sacerdotes: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse”  (1 Timoteo 4: 1-3).

A los hombres de Dios se les puede aplicar el mandato del apóstol Pablo: “Digo, pues, a los solteros…que bueno les fuera quedarse como yo” (soltero),”pero si no tienen el don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Corintios 7, 8, 9).

El principio general vigente entre los israelitas fue lo que hoy se conoce como matrimonio mixto. Entre los israelitas la prohibición afectaba a los matrimonios entre un israelita y un gentil. La prohibición que provenía de Dios tenía su razón de ser. El conyugue que no perteneciese al pueblo de Dios induciría al conyugue creyente a fornicar con los dioses paganos que adoraba el conyugue gentil. Sansón por haber sido instruido por sus padres en la Ley de Dios tenía que ser conocedor de dicha prohibición. Así y todo pidió a sus padres que tomasen para él una mujer filistea. La explicación que les dio para tal elección fue: “”porque ella me agrada”. No le importaban las creencias de la mujer. Lo que prevalecía fue el aspecto físico. Las creencias no importaban. Sansón, contraviniendo la Ley de Dios se casó con una gentil y en un abrir y cerrar de ojos el matrimonio naufragó. La cosa no termina aquí.  El declive espiritual de Sansón continuó acentuándose con sus relaciones sexuales con prostitutas. Dalila fue la más famosa de ellas y la que le llevó al desastre.

El apóstol Pablo da instrucciones a las viudas que considero son perfectamente aplicables a los solteros: “La mujer casada está ligada por la Ley mientras su marido vive, pero si muere su marido, libre es de casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor” (1 Corintios 7: 39). “Que sea en el Señor” es el secreto de un matrimonio cristiano. Ello no quiere decir que los futuros esposos no tengan que agradarse físicamente. El atractivo físico juega un papel importante en el matrimonio, pero no el más importante, a la hora de escoger marido o esposa. Lo que hace que un matrimonio sea indestructible es si los conyugues son uno en el Señor. En este caso lo que Dios une no lo separa el hombre.

 

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