NO TENGO NADA QUE EXPLICAR
<b>Más
pronto o más tarde todos nos veremos obligados a declarar</b>
La
visita del rey emérito a España ha provocado que un sector de la población y de la clase política se haya lamentado de
que no haya dado ninguna explicación de su comportamiento de dudosa calidad. La
justicia no investiga porque se ha cerrado el caso. Preguntado el monarca por
un periodista sobre el tema, respondió: “No tengo nada que explicar”. No nos
estanquemos en el rey Juan Carlos. Se dan muchos casos de corrupción
acompañados de hermetismo judicial. No tiene nada que decir. Las escuchas
telefónicas hechas ilegalmente aunque vayan avaladas por la aprobación
judicial, la respuesta ha sido el silencio porque las actuaciones del CIS son secretas.
De las cloacas del Estado no se habla porque son razón de Estado. Se dan
delitos que si llegan a los juzgados se les da esquinazo. Otros delitos
permanecen ocultos porque se ignoran. ¿Estamos seguros que lo que permanece
oculto no llegará un día que no vaya a hacerse público?
Si no
existiese Dios que es el Creador de todo lo existente y que por ello es la
autoridad suprema y que se cuida de conocer todo lo que los hombres hacemos,
ello sería motivo de frustración. Como existe, no da lugar a la frustración
porque es la garantía que la justicia que no se encuentra aquí en la Tierra se
hará en el cielo dando a cada uno de acuerdo a lo que sus obras merezcan.
Se nos
enseña que el ser humano, si se lo propone seriamente, pude llegar a conocerse
a sí mismo. Si lo que la Biblia dice es cierto, y lo es porque es Palabra de
Dios, el hombre natural, el que es nacido de mujer, anda en tinieblas, la
introspección que se nos recomienda hacer para que lleguemos a conocernos a
nosotros mismos, no puede llevarnos a conocer quiénes somos. Jesús que es la
luz del mundo, al alumbrar el corazón de los hombres y despejar las tinieblas
que en ellos hay, sí que consigue que nos conozcamos a nosotros mismos al ser
conscientes del pecado que se encuentra escondido en nuestra alma. El salmista,
inspirado por el Espíritu Santo, confiesa: “Mientras callé, se envejecieron mis
ojos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu
mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (Salmo 32: 3, 4). La experiencia
del salmista, ¿no refleja nuestra
sociedad sacudida por numerosos trastornos mentales que la hacen gemir día y
noche? Si no fuese por la presencia del Espíritu Santo que hace ver al hombre
lo que realmente es, el poeta habría sido incapaz de hacer la declaración.
“Confesaré mis transgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (v. 3).
La
mayoría de las personas no creen que Dios exista, ni mucho menos que se le
tenga que dar cuenta de lo que hacemos. Así nos van las cosas, de mal a peor.
No nos place pensar que existe un código ético-moral que resume la
filosofía de la vida en el texto que
conocemos como los Diez Mandamientos. En cierta ocasión se le acerca a Jesús un
hombre rico para preguntarle que tendría que hacer para heredar la vida eterna.
Jesús le responde: los mandamientos tienes,
cúmplelos. Este hombre satisfecho consigo mismo, responde: “He guardado
todas estas cosas desde mi juventud”. Al escuchar estas palabras Jesús le
responde: “Todavía te falta una cosa: Vende todo lo que tienes y repártelo con
los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Y ven, sígueme. Al oír esto se
entristeció porque era muy rico” (Lucas 18: 18-30). Este personaje anónimo
creía que se concia. Jesús al hacer la prueba del algodón se puso de manifiesto
que de sí mismo no sabía nada.
Existen
muchas personas que con altanería dicen: “¿Qué tengo que explicar?” Piensan que
porque han dado el esquinazo a la justicia humana también lo van a conseguir
con la divina. Ante los ojos de Cristo, el Juez supremo, que conoce al dedillo
las interioridades de los juzgados, se equivocan si piensan que van a darle
gato por liebre.
El rey
David escribió esta declaración: “Oh Señor, tú me has examinado y conocido. Tú
has conocido mi sentarme y mi levantarme, has entendido desde lejos mis
pensamientos, has escudriñado mi andar y mi reposo, todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra
en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda. Detrás y delante me
rodeaste, y sobre mí pusiste tus manos. Tú conocimiento es demasiado
maravilloso para mí, alto es, no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu
Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia…” (Salmo 139: 1-12).
Se
puede ser muy religioso a la vez que ateo. La incredulidad no elimina a Dios.
Así que, cuando llegue la hora en que tengamos que presentarnos ante la
presencia del Juez supremo, ¿cree el lector que podremos proceder como si nos
encontrásemos ante un periodista que al planearnos una pregunta incómoda le
podremos decir: “No tengo nada que explicar?”
Octavi Pereña i Cortina
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