1 REYES 19: 4
Y él se fue por el desierto un día de camino,
y vino y se sentó debajo de un enebro, y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh
Señor, quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres”
Previamente
en la cima del monte Carmelo se había producido una manifestación de que Dios
está por encima de los falsos dioses y efectuada una limpieza de sacerdotes
adoradores de Baal. Por decisión divina Elías condujo a los sacerdotes de Baal “al arroyo de Cisón y allí los degolló”.
Nuestros caminos no son los caminos del Señor. Sus pensamientos son más altos
que nuestros pensamientos y no los podemos entender. En vez de discutir y
enfrentarnos a la voluntad de Dios permitamos que su voluntad se haga sin estridencias.
Nuestra salud mental lo requiere.
Después
de tres años de sequía el Señor le dice a Elías que se presente ante el rey
Acab para decirle: “Yo haré llover sobre
la faz de la tierra” (18: 1). Este texto nos dice que la sequía no se debe
a un malbaratamiento de la tierra por parte del hombre sino un castigo de Dios
por el pecado del ser humano. Y así sucedió. Los designios de Dios no gustan al
hombre y nos resistimos a ellos. Acab contó a su esposa lo que Elías había hecho con los sacerdotes de Baal,
lo cual provocó la ira de la reina y dijo: “Si
mañana a estas horas yo no he puesto a tu persona como la de una de ellos”
(19: 2).
El
hombre que se había enfrentado a cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal y
al rey Acab porque se había fortalecido en el Señor al obedecer sus
instrucciones, la amenaza de una mujer le hizo apartar la mirada del Señor para
depositarla en sí mismo que es carne mortal. Su debilidad le impulsó a desear
morir. Huyó amedrentado para no caer en las manos de la impía Jezabel.
Encontramos al victorioso profeta sentado “debajo
de un enebro, y deseando morirse”. Todavía no le ha llegado al profeta la
hora de tener que abandonar este mundo. Durmiendo plácidamente debajo del
enebro un ángel del Señor se le acercó para decirle: “Levántate, come porque largo camino te queda” (1 Reyes 19: 7). El
profeta sigue miedoso, pero el Señor le dice: “Ve, vuelve por tu camino por el desierto…y unge a Eliseo para que sea
profeta en tu lugar” (1 Reyes 19. 16).
No es
el hombre quien decide su destino. A cada persona Dios le ha encargado una
tarea a realizar. Elías desea morir y dejar este mundo como todas personas lo
hacen, pero Dios le reserva a Elías dejar este mundo de manera inusual. Abandonó esta tierra sin pasar por
la muerte. El Señor se lo llevó en un torbellino. Es el Señor quien dirige
nuestros pasos. No somos nosotros quienes decidimos la hora de nuestro deceso.
Distinguiéndonos de quienes en situaciones difíciles se quitan la vida porque no pueden soportar sus angustias,
preguntémosle al Señor: ¿Qué quieres Señor que haga? Si se tiene en cuenta al dador de la vida en
las vicisitudes que todos tenemos que sobrellevar, un horizonte de perspectivas
maravillosas se abrirá antes nuestros ojos que dará sentido a nuestra vida y
con ello la felicidad.
1 REYES 18: 17
“Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú
el que turbas a Israel?
Una
larga sequía había diezmado a Israel. Hoy se la consideraría una cuestión
ecológica y que se tiene que hacer algo para evitar la destrucción del planeta.
El profeta Elías hablando en Nombre de Dios, dice. “Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá
lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17: 1).
Anuncia una fuerte sequedad. Cuando se acerca el final de la aridez anunciada
por el profeta, el Señor le dice a su sirvo: “Ve, preséntate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (18:1).
Cuando el profeta y el rey se encuentran cara a cara, el monarca en vez de
sentirse humillado, le grita al profeta: “¿Eres
tú el que turbas a Israel?”
Se
puede considerar el relato bíblico de la calamidad que padeció Israel durante
tres largos años como un hecho histórico más que queda registrado en los anales
de la historia sin más sentido que ser un relato más de sequias. Ser tema de
especulaciones para los historiadores del futuro.
La
calamidad que da motivo a esta reflexión ha quedado registrada en las páginas
de la Biblia para que sepamos el verdadero origen de las sequedades que nos
trastornan. Si la sequía a que nos referimos no estuviese registrada en la
Biblia, al presentarse una sequía de tres años de duración sería motivo de
debate buscando las causas de su aparición como ocurre en nuestros días con el
aumento de la temperatura. Se culpa al hombre de la envergadura que ha tomado
el problema ecológico que es de alcance universal. En parte tienen razón
quienes así lo consideran. Esta postura solamente tiene en cuenta la epidermis
del problema. Se tiene que cavar más hondo para llegar al fondo de la cuestión.
El rey Acab acusando al profeta de ser el causante de la sequía que arruinaba a
Israel intenta quitase las pulgas de
encima. La respuesta que Elías da al monarca sitúa la causa de la sequía en el
lugar correcto: “Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando
los mandamientos del Señor, y siguiendo a los baales” (v.18).
Sí, es
cierto, en parte somos responsables de la tragedia ecológica que nos cae
encima: El crecimiento insostenible de la economía junto con el consumo
inadmisible contribuye a ello. La médula del problema se encuentra es que todos
sin excepción hemos abandonado a Dios para adorar a falsos dioses: dinero,
sexo, protagonismo…Habiendo abandonado a Dios y supliendo el vacío que ha
dejado con el materialismo desenfrenado que caracteriza nuestro tiempo es la
causa de que Dios se haya visto obligado a reprendernos para que reaccionemos
antes de que sea demasiado tarde. Me temo que el regreso a Dios colectivamente
no se va a producir nunca. No estamos dispuestos a dar el brazo a torcer. Si yo tengo que
fastidiarme que se fastidien todos.
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