diumenge, 24 de juliol del 2022

 

1 REYES 19: 4

Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro, y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Señor, quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres”

Previamente en la cima del monte Carmelo se había producido una manifestación de que Dios está por encima de los falsos dioses y efectuada una limpieza de sacerdotes adoradores de Baal. Por decisión divina Elías condujo a los sacerdotes de Baal “al arroyo de Cisón y allí los degolló”. Nuestros caminos no son los caminos del Señor. Sus pensamientos son más altos que nuestros pensamientos y no los podemos entender. En vez de discutir y enfrentarnos a la voluntad de Dios permitamos que su voluntad se haga sin estridencias. Nuestra salud mental lo requiere.

Después de tres años de sequía el Señor le dice a Elías que se presente ante el rey Acab para decirle: “Yo haré llover sobre la faz de la tierra” (18: 1). Este texto nos dice que la sequía no se debe a un malbaratamiento de la tierra por parte del hombre sino un castigo de Dios por el pecado del ser humano. Y así sucedió. Los designios de Dios no gustan al hombre y nos resistimos a ellos. Acab contó a su esposa lo que  Elías había hecho con los sacerdotes de Baal, lo cual provocó la ira de la reina y dijo: “Si mañana a estas horas yo no he puesto a tu persona como la de una de ellos” (19: 2).

El hombre que se había enfrentado a cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal y al rey Acab porque se había fortalecido en el Señor al obedecer sus instrucciones, la amenaza de una mujer le hizo apartar la mirada del Señor para depositarla en sí mismo que es carne mortal. Su debilidad le impulsó a desear morir. Huyó amedrentado para no caer en las manos de la impía Jezabel. Encontramos al victorioso profeta sentado “debajo de un enebro, y deseando morirse”. Todavía no le ha llegado al profeta la hora de tener que abandonar este mundo. Durmiendo plácidamente debajo del enebro un ángel del Señor se le acercó para decirle: “Levántate, come porque largo camino te queda” (1 Reyes 19: 7). El profeta sigue miedoso, pero el Señor le dice: “Ve, vuelve por tu camino por el desierto…y unge a Eliseo para que sea profeta en tu lugar” (1 Reyes 19. 16).

No es el hombre quien decide su destino. A cada persona Dios le ha encargado una tarea a realizar. Elías desea morir y dejar este mundo como todas personas lo hacen, pero Dios le reserva a Elías dejar este mundo de manera  inusual. Abandonó esta tierra sin pasar por la muerte. El Señor se lo llevó en un torbellino. Es el Señor quien dirige nuestros pasos. No somos nosotros quienes decidimos la hora de nuestro deceso. Distinguiéndonos de quienes en situaciones difíciles se quitan la vida  porque no pueden soportar sus angustias, preguntémosle al Señor: ¿Qué quieres Señor que haga?  Si se tiene en cuenta al dador de la vida en las vicisitudes que todos tenemos que sobrellevar, un horizonte de perspectivas maravillosas se abrirá antes nuestros ojos que dará sentido a nuestra vida y con ello la felicidad.


 

1 REYES 18: 17

“Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel?

Una larga sequía había diezmado a Israel. Hoy se la consideraría una cuestión ecológica y que se tiene que hacer algo para evitar la destrucción del planeta. El profeta Elías hablando en Nombre de Dios, dice. “Vive el Señor Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17: 1). Anuncia una fuerte sequedad. Cuando se acerca el final de la aridez anunciada por el profeta, el Señor le dice a su sirvo: “Ve, preséntate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (18:1). Cuando el profeta y el rey se encuentran cara a cara, el monarca en vez de sentirse humillado, le grita al profeta: “¿Eres tú el que turbas a Israel?”

Se puede considerar el relato bíblico de la calamidad que padeció Israel durante tres largos años como un hecho histórico más que queda registrado en los anales de la historia sin más sentido que ser un relato más de sequias. Ser tema de especulaciones para los historiadores del futuro.

La calamidad que da motivo a esta reflexión ha quedado registrada en las páginas de la Biblia para que sepamos el verdadero origen de las sequedades que nos trastornan. Si la sequía a que nos referimos no estuviese registrada en la Biblia, al presentarse una sequía de tres años de duración sería motivo de debate buscando las causas de su aparición como ocurre en nuestros días con el aumento de la temperatura. Se culpa al hombre de la envergadura que ha tomado el problema ecológico que es de alcance universal. En parte tienen razón quienes así lo consideran. Esta postura solamente tiene en cuenta la epidermis del problema. Se tiene que cavar más hondo para llegar al fondo de la cuestión. El rey Acab acusando al profeta de ser el causante de la sequía que arruinaba a Israel  intenta quitase las pulgas de encima. La respuesta que Elías da al monarca sitúa la causa de la sequía en el lugar correcto: “Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos del Señor, y siguiendo a los baales” (v.18).

Sí, es cierto, en parte somos responsables de la tragedia ecológica que nos cae encima: El crecimiento insostenible de la economía junto con el consumo inadmisible contribuye a ello. La médula del problema se encuentra es que todos sin excepción hemos abandonado a Dios para adorar a falsos dioses: dinero, sexo, protagonismo…Habiendo abandonado a Dios y supliendo el vacío que ha dejado con el materialismo desenfrenado que caracteriza nuestro tiempo es la causa de que Dios se haya visto obligado a reprendernos para que reaccionemos antes de que sea demasiado tarde. Me temo que el regreso a Dios colectivamente no se va a producir nunca. No estamos dispuestos  a dar el brazo a torcer. Si yo tengo que fastidiarme que se fastidien todos.

 

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