MIEDO AL MAÑANA
<b>El
miedo nos predispone a ver las cosas peor de lo que son</b>
<b>Ima
Sanchís</b> resume con estas palabras la entrevista que le hizo a
<b>Laurent de Sutter</b>, ensayista que analiza el uso de la
química para funcionar mejor en la vida: “En el último” (ensayo) “reflexiona
sobre el cómo y el por qué nos hemos convertido en una sociedad que no puede
funcionar sin la ayuda de sustancias químicas: Somníferos, analgésicos,
antidepresivos, marihuana y cocaína son nuestro pan de cada día y no lo
abordamos como el síntoma de sociedad enferma que pone en evidencia porque a
esta sociedad capitalista ya le va bien”.
La
periodista le pregunta al ensayista: “¿Ya no podemos funcionar sin la ayuda de
sustancias químicas?” La respuesta que le llega “Esto parece, nuestras vidas
son como farmacias. Tomamos pastillas para ponernos en marcha, para dormir,
para estar contentos, para salir de fiesta”. La entrevistadora le pregunta:
¿Una sociedad narcotizada?” “Totalmente”, responde en ensayista, “somos una
sociedad apática y sedada diseñada para producir a un ritmo alto y obedecer al
orden establecido”. “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, pregunta Ima. “Detrás de
estas drogas se afirma una visión del mundo”. “Explíquemelo”, le dice la
redactora. “Cuando ingerimos antidepresivos o somníferos”, dice de Sutter, “lo
hacemos para funcionar mejor ya que existe una presión para que funcionemos
mejor y que se basa en aquello que consideramos que tiene que ser el ser humano
en el concepto del capitalismo contemporáneo”. “Cuando esnifas cocaína”, dice
<b>Laurent</b>, “hablas mucho, estás nervioso, muy seguro de ti
mismo, inaguantable…pero no pasa nada es un viaje narcisista que no impide ir
al tajo al día siguiente fresco como una ros. No es una casualidad que haya
sido la droga preferida de los brokers de Wall Street en los años veinte, es la
droga de la eficacia, de rentabilidad y de orden para que nuestras vidas sean
cuanto más productivas mejor”.
Pienso
que el analista que estudia el uso de la química para funcionar en la vida
pierde de vista la condición humana. Cierto que los altos mandos militares
dopan a los soldados para que pasen días y días sin dormir y sin sentir
cansancio. Pero discrepo del ensayista que culpa al capitalismo de habernos
introducido a “la era de la anestesia”. El ser humano sin el Padre de nuestro
Señor Jesucristo está saturado de miedos.
El
miedo no existía antes de la Caída.
Apareció después de que Adán
hubiese comido el fruto del árbol prohibido. Se presentó de súbito, no
de manera paulatina. Después de la desobediencia, Adán y Eva se escondían entre
los árboles del jardín cuando escuchaban los pasos de Dios que se acercaban
para hablar con ellos. (Génesis 3. 8).
Como muy bien dice <b>H. P. Lovecraft</b>, escritor de novelas de
terror: “El miedo es la emoción más antigua y más fuerte de la humanidad”. El
miedo es el verdadero culpable de que se haya instaurado “la era de la
anestesia”. Deseamos huir del miedo sedándonos. Ello nos lleva a huir de la
llamas para caer en las ascuas. Las drogas, sean legales o ilegales han creado
un grave problema sanitario al atacar las consecuencias pero no la causa del
miedo.
Si el
miedo se presentó en el ser humano por haber abandonado a Dios, lo lógico es
que para hacerlo desaparecer se tenga que volver Él. Esto es precisamente lo que hace el
salmista: “Busqué al Señor, y Él me oyó. Y me libró de todos mis temores. Los
que miraron a Él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados. Este
pobre clamó, y le oyó el Señor, y lo libró de todas sus angustias. El Ángel del
Señor acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad y ved que es
bueno el Señor, dichoso el hombre que confía en Él” (Salmo 34: 4-8).
Las
palabras que Jesús dijo a los jerosolimitanos, perfectamente se pueden aplicar
en nosotros: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los
que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la clueca
junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23: 37).
Jesús, con dulce ternura suplica a sus enemigos que se vuelvan a Él para que
pueda cobijarlos debajo de sus alas como la clueca lo hace con sus polluelos.
La respuesta al amor de Dios fue: “No queremos”.
Jesús
no procede como lo ha hecho la Iglesia Católica durante los siglos que tenía a
los poderes temporales agarrados en su puño. Durante este período perseguía a
muerte a quienes consideraba herejes y a los paganos mediante la Inquisición y
el poder secular. A los primeros para obligarles a volver al redil del que se
habían ido. A los segundos para forzar su conversión.
La
respuesta que Jesús dio a los jerosolimitanos por querer volver a Él fue: “He aquí vuestra casa
es dejada desierta” (v. 38). Jesús con la misma ternura que emplea pidiendo al
pueblo rebelde que se vuelva a Él, lo hace con nosotros. Si nuestra respuesta
es no querer volver a Él, el miedo no nos abandonará. Nos perseguirá durante
todos nuestros día. A pesar de los avisos de las autoridades sanitarias que nos
alertan de los peligros de la sedación colectiva, la gente seguirá consumiendo
la química que agrava su malestar.
Octavi Pereña i Cortina
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