dissabte, 2 de juliol del 2022

 

DEUTERONOMI 29: 29

“Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las reveladas  son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta Ley”

A partir del instante en que Adán y Eva pecaron Dios les habló y ha seguido haciéndolo a través de los siglos por medio de los profetas y finalmente por medio de su Hijo Jesús. A partir del Hijo, Dios nos habla por medio de la Biblia, el Libro inspirado por el Espíritu Santo y que contiene todo lo que el hombre necesita saber para su salvación.

El texto que comentamos deja claro que Dios no nos lo ha dicho todo. Existen cosas que se las guarda para sí porque considera que no es necesario que las sepamos. Jesús habla, expone a sus discípulos su venida gloriosa al final el tiempo y de las señales que precederán a su venida. Saber la fecha exacta de cuándo va a suceder este evento inquieta a muchos y se esfuerzan por descubrirlo. Solamente el Padre sabe la fecha exacta: “Pero del día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre  (Mateo 24: 36). De vez en cuando aparece un iluminado que pronostica la fecha exacta de la venida del Señor. Se equivocan. A estos iluminados les tenemos que agradecer su anuncio aunque sea equivocado. Tal vez al lector le sorprenda lo que termino de escribir. Pasan los años y si no somos asiduos lectores de toda la Biblia nos olvidamos de que Jesús anunció a sus discípulos que se marchaba, pero no temáis, voy a preparar un lugar para vosotros para que dónde yo estoy vosotros también estéis conmigo. A nosotros esta tardanza nos produce somnolencia y nos olvidamos que Jesús prometió que volvería. Estos  iluminados se presentan de súbito y aun cuando sea erróneamente  anuncian una fecha del regreso de Jesús. Este anuncio nos despierta del ensueño y nos refresca la memoria y recordamos que Jesús prometió que volvería.

Las iglesias evangélicas celebran periódicamente la Cena del Señor, celebración que sirve para recordar, con el pan y el vino que se utilizan, la muerte de cruz de Jesús para salvar al pueblo de Dios de sus pecados. La Cena del Señor no solo sirve para recordar que Jesús murió en la cruz. También sirve para que recordemos la promesa que hizo Jesús de que volvería a buscarnos. No dice la fecha porque no necesitamos saberla, pero despierta la expectación: “Así pues, todas la veces que coméis este pan y bebéis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga” (1 Corintios 11: 26). Que este recordatorio que periódicamente nos hace participar en la Cena del Señor no se quede en un rito que se hace por costumbre. Que la lectura del texto no sean unas palabras que el viento se las lleva.

El apóstol Pablo nos da un toque de atención para que despertemos de la somnolencia: “De manera que cualquiera que come este pan o bebe esta copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor” A los que no velan esperando la venida del Señor, como les sucedió a las vírgenes necias, no se les abrirá la puerta que da acceso al salón en donde se celebrará el banquete de bodas del Cordero. Recordemos: “El Señor viene”


 

SALMO 139: 23, 24

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón, pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?” La pregunta del profeta recibe respuesta inmediata: “Yo el Señor, que escudriña la mente, que prueba el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17: 9, 10).

Lo dicho por el rey emérito: “¿Qué tengo que explicar?”, describe lo que muchos creen: No tienen que dar a nadie explicaciones  de la que hacen. Más pronto o más tarde todos tendremos que dar cuenta de todo lo que hemos hecho en esta vida ante el tribunal de Cristo. Si las obras realizadas no son justas, de los labios del Juez supremo saldrá esta sentencia: “Os digo que no sé de donde sois, apartaos de mí todos vosotros hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13: 27, 28).

El texto que comentamos lo escribió un hombre que conocía a Dios, no de oídas,  sino alguien que por la misericordia de Dios, el Espíritu de Jesús,que es la luz del mundo,  mora en su corazón. La luz divina pone al descubierto la maldad que hay en su corazón. Junto con el apóstol Pablo puede decir: “Yo sé en quien he creído” (2 Timoteo 1: 12).

Movido por el Espíritu, David no hace como Adán y Eva que cuando después de pecar fueron abiertos sus ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos intentaron cubrir su desnudez con unas túnicas cosidas con hojas de higuera. No lo consiguieron. Cuando oyeron los pasos de Dios que se acercaba para hablar con ellos, se escondieron entre los árboles del hurto (Génesis 3: 7-11).

David, iluminado su corazón por la presencia del Espíritu Santo, consciente de la maldad que se esconde en lo profundo de su alma, hace lo que dice el texto que comentamos: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón, pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay camino e perversidad”.

Adán y Eva cubiertos sus cuerpos con túnicas cosidas con hojas d higuera se alejan de Dios al sentirse desnudos. El Señor se acerca a ellos y los cubre con unas túnicas cosidas con las pieles de unos corderos que Él mismo sacrificó: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Los cubrió con su justicia que se revelará con el máximo esplendor el día en que Jesús en su gloria venga a buscar al pueblo de Dios.

Mientras no llegue este día, los creyentes cuyos pecados han sido totalmente borrados por la sangre que Jesús derramó en el Gólgota, siguen siendo pecadores que necesitan arrepentirse de sus pecados diarios.

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