DEUTERONOMI 29: 29
“Las cosas secretas pertenecen al Señor
nuestro Dios, mas las reveladas son para
nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las
palabras de esta Ley”
A
partir del instante en que Adán y Eva pecaron Dios les habló y ha seguido
haciéndolo a través de los siglos por medio de los profetas y finalmente por
medio de su Hijo Jesús. A partir del Hijo, Dios nos habla por medio de la
Biblia, el Libro inspirado por el Espíritu Santo y que contiene todo lo que el
hombre necesita saber para su salvación.
El
texto que comentamos deja claro que Dios no nos lo ha dicho todo. Existen cosas
que se las guarda para sí porque considera que no es necesario que las sepamos.
Jesús habla, expone a sus discípulos su venida gloriosa al final el tiempo y de
las señales que precederán a su venida. Saber la fecha exacta de cuándo va a
suceder este evento inquieta a muchos y se esfuerzan por descubrirlo. Solamente
el Padre sabe la fecha exacta: “Pero del
día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi
Padre” (Mateo 24: 36). De vez en cuando aparece un iluminado
que pronostica la fecha exacta de la venida del Señor. Se equivocan. A estos
iluminados les tenemos que agradecer su anuncio aunque sea equivocado. Tal vez
al lector le sorprenda lo que termino de escribir. Pasan los años y si no somos
asiduos lectores de toda la Biblia nos olvidamos de que Jesús anunció a sus
discípulos que se marchaba, pero no temáis, voy a preparar un lugar para
vosotros para que dónde yo estoy vosotros también estéis conmigo. A nosotros
esta tardanza nos produce somnolencia y nos olvidamos que Jesús prometió que
volvería. Estos iluminados se presentan de súbito y aun
cuando sea erróneamente anuncian una fecha del regreso de Jesús.
Este anuncio nos despierta del ensueño y nos refresca la memoria y recordamos
que Jesús prometió que volvería.
Las
iglesias evangélicas celebran periódicamente la Cena del Señor, celebración que
sirve para recordar, con el pan y el vino que se utilizan, la muerte de cruz de
Jesús para salvar al pueblo de Dios de sus pecados. La Cena del Señor no solo
sirve para recordar que Jesús murió en la cruz. También sirve para que
recordemos la promesa que hizo Jesús de que volvería a buscarnos. No dice la
fecha porque no necesitamos saberla, pero despierta la expectación: “Así pues, todas la veces que coméis este
pan y bebéis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”
(1 Corintios 11: 26). Que este recordatorio que periódicamente nos hace
participar en la Cena del Señor no se quede en un rito que se hace por
costumbre. Que la lectura del texto no sean unas palabras que el viento se las
lleva.
El
apóstol Pablo nos da un toque de atención para que despertemos de la
somnolencia: “De manera que cualquiera
que come este pan o bebe esta copa del Señor indignamente, será culpable del
cuerpo y de la sangre del Señor” A los que no velan esperando la venida del
Señor, como les sucedió a las vírgenes necias, no se les abrirá la puerta que
da acceso al salón en donde se celebrará el banquete de bodas del Cordero.
Recordemos: “El Señor viene”
SALMO 139: 23, 24
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón,
pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay en mí camino de perversidad, y
guíame en el camino eterno”
“Engañoso es el corazón más que todas las
cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?” La pregunta del profeta recibe respuesta
inmediata: “Yo el Señor, que escudriña la
mente, que prueba el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el
fruto de sus obras” (Jeremías 17: 9, 10).
Lo
dicho por el rey emérito: “¿Qué tengo que explicar?”, describe lo que muchos
creen: No tienen que dar a nadie explicaciones
de la que hacen. Más pronto o más tarde todos tendremos que dar cuenta
de todo lo que hemos hecho en esta vida ante el tribunal de Cristo. Si las
obras realizadas no son justas, de los labios del Juez supremo saldrá esta
sentencia: “Os digo que no sé de donde
sois, apartaos de mí todos vosotros hacedores de maldad. Allí será el llanto y
el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los
profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos” (Lucas 13: 27,
28).
El
texto que comentamos lo escribió un hombre que conocía a Dios, no de oídas, sino
alguien que por la misericordia de Dios, el Espíritu de Jesús,que es la luz del
mundo, mora en su corazón. La luz divina
pone al descubierto la maldad que hay en su corazón. Junto con el apóstol Pablo
puede decir: “Yo sé en quien he creído”
(2 Timoteo 1: 12).
Movido
por el Espíritu, David no hace como Adán y Eva que cuando después de pecar
fueron abiertos sus ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos intentaron
cubrir su desnudez con unas túnicas cosidas con hojas de higuera. No lo
consiguieron. Cuando oyeron los pasos de Dios que se acercaba para hablar con
ellos, se escondieron entre los árboles del hurto (Génesis 3: 7-11).
David,
iluminado su corazón por la presencia del Espíritu Santo, consciente de la
maldad que se esconde en lo profundo de su alma, hace lo que dice el texto que
comentamos: “Examíname, oh Dios, y conoce
mi corazón, pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay camino e
perversidad”.
Adán y
Eva cubiertos sus cuerpos con túnicas cosidas con hojas d higuera se alejan de
Dios al sentirse desnudos. El Señor se acerca a ellos y los cubre con unas
túnicas cosidas con las pieles de unos corderos que Él mismo sacrificó: “He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. Los cubrió con su justicia que se revelará con el máximo
esplendor el día en que Jesús en su gloria venga a buscar al pueblo de Dios.
Mientras
no llegue este día, los creyentes cuyos pecados han sido totalmente borrados
por la sangre que Jesús derramó en el Gólgota, siguen siendo pecadores que
necesitan arrepentirse de sus pecados diarios.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada