diumenge, 1 de maig del 2022

 

SALMO 51: 17

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”

La religión normalmente enseña a hacer cosas para agradar a Dios como si Dios estuviese falto de algo que le haga  feliz. No olvidemos que todo lo que hacemos está manchado de pecado y que al Dios tres veces santo no le placen nuestras obras impuras. La falsa religión, a pesar que no aporta los beneficios que se espera de ella, tiene muchos seguidores porque enaltece el orgullo humano. ¡Fíjate, Dios mío, cuántas cosas hago para agradarte, tienes que estar contento con todo lo que hago por ti! ¡Cuán equivocados están quienes piensan que por ellos mismos pueden hacer algo que agrade a Dios! El salmista nos dice que Dios no se fija en lo que hacemos sino en quienes somos. La denuncia que Jesús hace de los fariseos también es aplicable a nosotros. Los fariseos fueron unos extremistas que a su parecer hacían buenas obras. ¿Qué les dijo Jesús a estas personas tan santurronas? “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”  (Mateo 15: 7-9). Cuide el lector vigilar si esta denuncia que Jesús hace de los fariseos se puede aplicar a ti. Vigila para descubrir si lo que practicas es una religión de obras impuesta por los falsos maestros que enseñan como mandamientos doctrinas de hombres.

El salmista en el texto que comentamos enseña que Dios antes de fijarse en las obras que hacemos mira lo que hay en el corazón de quien las hace. La adoración externa que puede exigir muchos sacrificios no es bien vista por Dios. Los sacrificios que Dios ve con buenos ojos, el salmista lo dice con claridad meridiana que no da lugar a duda: “El espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado  no despreciarás tú, oh Dios”.

La parábola del fariseo y del cobrador de impuestos contiene la enseñanza que mejor nos aclarará lo que estamos comentando. “El fariseo puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este cobrador de impuestos, ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el cobrador de impuestos, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”. La opinión que tiene Jesús de estos dos hombres que a la misma hora se encontraban orando en el templo: “Os digo que éste” (el cobrador de impuestos), “descendió a su casa justificado” (perdonado), “antes que el otro”  (el fariseo), “porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18: 9-14).

“Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”


 

2 SAMUEL 7: 4-7

“Ve y di a mi siervo David: Así ha dicho el Señor: ¿Tú me has de edificar una casa en que yo more?…Y en todo cuanto he andado con todos los hijos de Israel…?Por qué no me habéis edificado casa de cedro?”

“Después que el Señor le había dado reposo de todos sus enemigos en derredor” (v. 1), cuando la paz se hubo establecido en el reino. Cando David  ya no estaba ocupado en guerras, y vivía tranquilo en su casa, reflexionó y se dio cuenta que habitaba “en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas” (v. 2). David compara el lujo de su casa con la humilde tienda en que estaba depositada el arca de Dios. Esto no puede continuar así. El arca de Dios merece estar depositada en un lugar adecuado a la gloria del Señor. David consulta con el profeta Natán su deseo de construir un templo en donde depositar el arca del Señor. El profeta convencido de que el deseo del rey era correcto, le dice: ”Anda y haz todo lo que está en tu corazón, porque el Señor está contigo” (v. 3). El profeta que da por bueno el propósito de David  comete un error: No consulta con el Señor la intención del rey. Dios habla con Natán y le dice. “¿Tú me has de edificar una asa en que yo more?” (v.5). No sería David quien edificaría el templo. El privilegio de construirlo caería en su hijo Salomón. Sería un magnífico templo.

En la ceremonia de la dedicación del templo al Señor, Salomón dijo algo muy importante al respecto de los monumentales edificios, catedrales y otros edificios majestuosos dedicados al culto: “Pero, ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos de los cielos, no te pueden contener, ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado”    (1 Reyes 8: 27). Dios no habita en templos construidos por la mano del hombre. El templo en Jerusalén era una figura del verdadero (Hechos 9: 24). Si un edificio majestuoso construido por encargo de Dios no puede contener al Dios eterno, menos lo pueden contener los sagrarios y las obleas que se dice que Jesús el Hijo de Dios está en ellos de cuerpo presente.

Con la venida de Jesús, su muerte hizo que se partiese de arriba abajo el velo que separaba el lugar santo del santísimo al que únicamente podía entrar el sumo sacerdote una vez al año previo sacrificio de un cordero que representaba a Jesús el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, indicaba que lugar tan sagrado estaba abierto a todos los verdaderos creyentes. Asombroso: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16), ¿”O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6: 19). Hemos de dejar de interesarnos por las majestuosas edificaciones que están vacías de Dios. El apóstol nos dice que debemos interesarnos   por nuestro cuerpo que es el verdadero templo de Dios en la tierra: “Porque habéis sido comprados por precio, glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (v.20). ¿Manchamos nuestro cuerpo que es templo de Dios viviendo en pecado? Velemos para mantenerlo santo.

 

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