CELOS HOMICIDAS
<b>Los
celos impetuosos liberan la bestia que tenemos dentro</b>
Los
celos dice el escritor noruego <b>Jo Nerbo</b> “son una fuerza
motriz detrás de muchas de nuestras acciones. Nuestra competividad la mueven
los celos. Se dan distintos grados, está claro. No es lo mismo pegar a tu
hermano en una lucha por una mujer que correr en una pista. Un poco puede ser
bueno. Cuando terminas en asesinato o en gente atormentándose a sí misma, no.
¿A Putin le mueven los celos, y la envidia? ¿A Bush cuando invadió Irak para
superar el legado de su padre? Es una fuerza motriz y también destructiva?”
El
diccionario define celos. “Amor, afecto recluido de quien teme que el otro
pueda ser preferido. Envidia que nos causa quien disfruta de alguna cosa que
querríamos para nosotros”. Envidia y celos son sinónimos.
Un
ejemplo bíblico de celos que no son buenos y “terminan en asesinato o en gente
atormentándose a sí misma” se encuentra en Saúl que fue el primer rey de Israel.
Muchas personas conocen la historia de David y Goliat. David fue un adolescente
pastor de ovejas que mató al terrible Goliat con un guijarro que lanzó con su
honda y que impactó en la frente de su temible enemigo. El valiente David fue
fichado de inmediato por el monarca. De pastor de ovejas se convierte en un
renombrado soldado que cuando regresa victorioso de las batallas contra los
filisteos las mujeres salían a recibirle cantando: “Saúl hirió a sus miles, y
David a sus diez miles” (1 Samuel 18: 7). Esto enojó en gran manera a Saúl,
dijo: “A David dieron diez miles y a mí miles, no le falta más que el reino. Y
desde aquel día Saúl no vio con buenos ojos a David” (vv. 8,9). Los celos
infundados que se despertaron en Saúl le impulsaron a proceder con alevosía.
Empezó disparatar. A pesar de que Jonatán, hijo de Saúl, defendía ante su padre
la fidelidad de David, los celos descontrolados prevalecieron. “Aconteció al
otro día que un espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl, y el desvariaba en
medio de la casa. David tocaba con su mano como los otros días, y tenía Saúl la
lanza en la mano. Y arrojó Saúl la lanza, diciendo: Enclavaré David a la pared.
Pero David lo evadió dos veces” (vv 10,11o). David huye y Saúl le persigue con
el mismo ensañamiento que el sabueso persigue a su presa. Lo que se siembra se
recoge. Saúl murió ignominiosamente junto con sus hijos luchando contra los
filisteos en la batalla de Gilboa, lanzándose sobre sobre su espada.
“Los
celos como los de Otelo”, dice A. C. Bradley, “convierten la naturaleza humana
en un caos y liberan los celos que todos encierran”. Cuando se abre la puerta del corazón que
mantiene encerrados los celos salen con ímpetu haciendo estragos más o menos
virulentos. La violencia de género es fruto de ellos. El escritor <b>Jo
Nerbo</b> atribuye a los celos la barbarie que Putin comete en Ucrania.
Los aprendices de dictadores que son estos jóvenes políticos que se inician en
la política hacen públicos sus celos con sus declaraciones incendiarias con el
propósito de expulsar de la palestra pública a quienes les hacen sombra. Su
presencia les es un estorbo en sus aspiraciones a convertirse en el número 1 y
así poder sentarse en la butaca desde donde recibir la pleitesía de la
multitud. A pesar de que destruyen la tierra a la que dicen amar, lo cierto es
que destruyen la que dicen quieren salvar de aquellos que a su parecer quieren
destruirla. Lo único que persiguen es gratificar su ego recibiendo un baño de
multitudes. Lo cierto es que más pronto o más tarde, según decida Dios,
acabarán indignamente como le sucedió al
rey Saúl.
El
apóstol Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto les dice algo muy
chocante: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como espirituales, sino
como carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda, porque
aún no eráis capaces, ni sois capaces todavía, porque sois carnales, pues
habiendo en vosotros <i>celos”</i> (enfatizo celos porque es lo que
caracteriza a los políticos), “¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios
3. 1-3). El apóstol escribe la carta a una iglesia compuesta por los que él
considera “los santificados en Cristo Jesús” (1: 2), es decir personas
verdaderamente cristianas. A pesar de
que llevaban tiempo convertidas a Cristo no habían llegado a ser adultos y
seguían necesitando que se les diese leche espiritual. No habían aprendido a
coger el cuchillo con el que cortar la carne, ni a utilizar el tenedor para
ponérsela en la boca para masticarla y
engullirla. Esto indica que los celos son un pecado que requiere tiempo para
desarraigarlo. A los cristianos les es posible con la ayuda del Espíritu Santo
disminuirlos en gran manera pero no erradicarlos del todo. Siempre tendrán que
manejar las tijeras de podar para impedir que los brotes lozanos se apoderen de
nuevo del corazón. A medida que se va pasando de la infancia a la madurez en
Cristo se va rebajando la virulencia de los celos. La sicología puede detectar
la maldad de los celos pero no curar el corazón carnal que los engendra.
Únicamente la fe en Jesús y la participación del Espíritu Santo pueden hacer
que el corazón produzca: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” (Gálatas 5. 22, 23), características que son inusuales
en los incrédulos.
Octavi, Pereña i Cortina
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