2 TIMOTEO 3: 13
“Pero los hombres malos y los engañadores
irán de mal a por, engañando y siendo engañados”
El
apóstol Pablo describe la condición humana a lo largo de los siglos desde
cuando Adán incumplió el mandamiento de Dios que le prohibía comer el fruto del
árbol del conocimiento del bien y del
mal. La maldad del ser humano se ha ido modificando a lo largo de los siglos
adaptándose a los medios para poderlo hacer. El mal en sus diversas
manifestaciones tiene un origen común: el corazón perverso y malvado que poseen
las personas cuyo padre espiritual es
Satanás, el padre de mentira que siempre ha tenido un espíritu homicida.
El mal
lo contemplamos por doquier. Desde el niño que tiene un berrinche porque quiere
conseguir algo, hasta la persona más encumbrada que no teniendo bastante con lo
que ya posee roba para tener más. Los medios humanos para frenar el mal no
sirven. Las leyes que se dictan no se aplican como es debido. Se ejecutan en
quienes no tienen manera de defenderse de los jueces y de los poderosos. Los
otros, que lo tienen todo, las eluden con sobornos y malas prácticas. A pesar
de los frenos que se activan para frenar el avance impetuoso del mal, fallan.
El mal se sale con la suya.
A pesar
que el mal, aparentemente es una enfermedad incurable llegará el día cuando el
Señor Jesús venga en su gloria a buscar a su pueblo, desaparecerá. Cuando esto
se produzca, los creyentes en Jesús que serán ciudadanos del Reino de Dios,
gozarán de la plena visión de la gloria de Dios porque en el reino de Dios no
se encuentra ni una pizca de pecado. Mientras no llegue este día, el mal
permanecerá lozano en la Tierra. Si el lector se siente preocupado por la
presencia del mal y desea no verse atrapado en sus redes, el apóstol Pablo
receta la medicina a su discípulo Timoteo.
“Tú persiste en lo que has aprendido” (v.4).
¿De quién aprendió Timoteo las enseñanzas que deben prevalecer en su vida? De
su abuela Loida y de su madre Eunice (2
Timoteo 1: 5). El remedio contra el mal no es un conocimiento relegado en un rincón
del corazón, sino un saber que permanece activo que como levadura leuda al
creyente. La abuela y la madre de Timoteo le enseñaron desde niño las Sagradas
Escrituras “que hacen sabio para la
salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (v. 15). ¿Por qué es tan
importante que abuelas y madres enseñen a sus nietos e hijos las Sagradas
Escrituras? Sencillamente porque “toda
la Escritura es inspirada por Dios, y
útil para enseñar, para instruir en justicia, a fin que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (vv. 16, 17).
El
hombre, la mujer, que cree que cree que la Biblia es la Palabra de Dios y la guarda en su corazón se
convierte por la presencia del Espíritu Santo
en un escudo que lo/la protege de las flechas incendiarias de Satanás.
SOFONÍAS 3: 17
“El Señor está en medio de ti, poderoso, Él
salvará, se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre
ti con canticos”
Sofonías,
en el Nombre del Señor está diciendo a su pueblo de la bendición que recaerá
sobre él en el día del Señor cuando se producirá la total liberación del pecado
y habiendo sido vencida la muerte por la resurrección del cuerpo, hoy mortal,
mañana incorruptible e inmortal. A pesar de que el profeta habla de cosas que
tienen que suceder, la garantía de que será así se encuentra en que el pueblo
de Dios, hoy disfruta la primicia de lo que mañana disfrutará en toda su
plenitud.
Hoy por
la fe en Jesús, no olvidemos que es un regalo de Dios, creemos que los cuerpos
de los escogidos se han convertido en “templo
de Dios, y que el Espíritu de Dios mora
en vosotros” (1 Corintios 3: 16). ¿Somos conscientes de que significan las
palabras del apóstol Pablo? El tabernáculo en el desierto y el templo en
Jerusalén eran lugares en que simbólicamente Dios moraba entre su pueblo. Lo
que fue símbolo se hace realidad con la muerte y resurrección de Jesús. Esta
realidad la anticipa Jesús cuando junto al pozo de Jacob le dice a la
samaritana: “Mujer, créeme, que la hora
viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4:
21). Si cada cristiano se ha convertido por la gracia del Señor en templo de Dios significa que cada lugar en
que se encuentre un verdadero cristiano se
convierte en lugar santo, simbólicamente tenemos que quitarnos el calzado. Dado
que allí en donde estemos la presencia de Dios nos acompaña, cualquier lugar,
por extraño que pueda parecernos, es un lugar adecuado para invocar su Nombre.
Algunos van a una iglesia, ahora es más difícil porque se cierran las puertas cuando
ha terminado la misa, porque allí se encuentra recogimiento y supuestamente la
presencia de Jesús en el sagrario. Recordemos las palabras de Jesús a la
samaritana: “Mujer, créeme, que la hora
viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. Todos
los lugares son apropiados para adorar a Dios.