BANQUETE DE BODAS
<b>Creación
y evolución: dos fes antagónicas como la luz y la oscuridad</b>
La
periodista <b>Gemma Tramullas</b> entrevista a <b>Marta
Salguero</b> que estudia cuarto de matemáticas en la Universidad de
Barcelona. A la vez coordina el Grupo Bíblico Universitario del campus central
de la UB, en donde expuso su fe en las jornadas <interroga a un cristiano</i>.
La periodista le pregunta a <b>Marta</b>: - Usted es
matemática. ¿No cree que la ciencia y la fe en Dios se llevan mal? Respuesta. “Alguien
dijo que un poco de ciencia te aleja de Dios, pero que mucha ciencia te acerca.
Yo como matemática busco la verdad científica, y ha sido precisamente la verdad
científica la que me ha acercado a Dios.
Entrevistadora. - ¿Cuál es esta evidencia? <b>Marta
Salguero</b> responde: “No digo que sea demostrable al cien por cien
científicamente, porque no hay nada que lo se al cien por cien. Pero se sabe que la
probabilidad de que haya vida compleja en la Tierra es de 10 elevada a la
potencia -123. Demasiados ceros le dice <b>Tramullas</b>, para
alguien de letras. Aclaración: “Es un 0 seguido de un punto, 122 ceros y un 1,
esto y nada es casi lo mismo. Ante esto existen dos opciones: creer que venimos
de la nada, o bien que una mente
inteligente ha diseñado este universo a nuestra medida”.
La
redactora le dice a la matemática: - Y usted cree en la segunda. La respuesta
que le da la estudiante de matemáticas: “El cristianismo es la explicación más
coherente del ser humano, de la sociedad
y de nuestros problemas. El ser humano se ha alejado del diseño original de
Dios, somos defectuosos, estamos rotos por dentro y necesitamos que Dios nos
restaure”.
¿Sus
padres son creyentes?, pregunta la periodista a <b>Marta
Salguero</b>. Ésta, muy coherente con lo que dice el apóstol Juan: “Todos
los que le recibieron (Jesús), los que creen en su Nombre, les dio potestad de
ser hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12,13). Es decir la fe no
es una herencia que se transmite de padres a hijos. Es una decisión personal
con la intervención de Dios que quita la venda que tapa los ojos que impide ver
la realidad. Por esto, la estudiante de matemáticas da esta respuesta: “la
madre es bautista y el padre no. Pero el cristianismo es una relación personal
con Dios, pero entendí que debía volver”. <b>Marta Salguero</b> de
alguna manera se comporta como el hijo pródigo de la parábola. En vez de seguir
en la fe que le transmitía su madre se fue a una “tierra lejana” que tenía muy
cerca: “Iba al instituto y eran años de mucha presión: los compañeros no
piensan como tú, sales más de casa, ves más opciones. Entonces tenía otros
dioses. El tenis era un gran dios, la música, los estudios…Intentaba hacerlo todo
bien por mi misma, encontraba la fuerza en mi para solucionar los problemas,
pero a primero de carrera estos dioses me cayeron”. Las algarrobas que le daba
el mundo no satisfacían el apetito que sentía su alma. El agua salada que le
daban a beber sus dioses intensificaba la sed de su alma. “Buscaba un sentido más profundo en mi vida”,
afirma la estudiante. Dice que un profesor católico la impactó por su
serenidad. Pensó. “Quiero lo que tiene este hombre”. Igual que el hijo pródigo
<b>Marta Salguero</b> “volvió en si y se dijo…Me levantaré e iré a
mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy
digno de ser llamado hijo tuyo, hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas
15:17-19). “Regresé a las raíces de la Biblia” dice <b>Marta
Salguero</b>, “a buscar personalmente a Dios. Y lo encontré. Antes quería
solucionar las cosas a mi manera y no podía, ahora es Dios quien me dice lo que
puedo y lo que he de hacer”.
El
pródigo abandonó la “tierra lejana” y emprendió el regreso a casa. “Y cuando
aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se
echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a
sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle, y poned un anillo en su mano,
y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos
fiesta” (vv.20-23).
El
pecado alejó al hijo de la casa de su padre, pero el arrepentimiento lo
devolvió al hogar que en su necedad había abandonado. Esto es lo que le sucede
a cualquier persona que habiendo abandonado a Dios creador del cielo y de la Tierra que vuelve
en si y confiesa su pecado. Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, viendo
en la lejanía que su hijo prodigo regresa a su casa empieza a correr para
apresurar el encuentro para poder abrazarlo y con júbilo introducirlo en el
banquete de bodas que se celebra en su honor. En los cielos hay una gran
alegría por un pecador que se arrepiente.
Octavi Pereña i cortina
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