EL RENCOR VENCIDO
<b>Cuando
alguien sufre una ofensa y no puede consumar venganza, la furia guardada
envejece y se enrancia. Rencor procede de rancio, que es la ira
“envejecida”</b>
En
un suplemento que semanalmente publica un importante diario aparece un consultante.
Un lector escribe lo siguiente: “Soy un hombre de 60 años, y siempre he tenido
un problema que se va agravando con la edad en vez de irse debilitando. Soy muy
rencoroso y así no es fácil vivir, al menos vivir a gusto…Incluso soy rencoroso
con los seres que más amo cuando me hacen daño. Me afligiría mucho llegar al
final de mis días y continuar siendo tan rencoroso. ¿Qué no tenga capacidad de
perdonar”.
La
respuesta que le da Ramiro Calle se refiere a venenos y vitaminas para el alma.
Si tomamos alimentos tóxicos envenenamos el cuerpo. Con la mente pasa algo
parecido. Se debe fortalecerla con vitaminas. Si a la mente la alimentamos con
:celos, odio, rencor, envidia, rabia y otros sentimientos considerados
negativos, le inoculamos toxinas que la lastiman y enferman. Ello obliga a
visitar a un especialista que nos recete pastillas o tratamientos sicológicos
con el propósito de contrarrestar los efectos negativos de los pensamientos
nocivos. En cambio, si a la mente le suministramos vitaminas: amor, perdón,
tolerancia y el resto de los llamados pensamientos positivos, la mente sanará.
Teóricamente la receta es muy buena. Se plantea, pero, un problema: ¿Se pueden
pensar de manera natural pensamientos positivos? Se debe ordenar y lavar la
mente aconseja Calle a su consultante. El consejo es muy fácil de aceptar pero
practicarlo es harina de otro costal.
Todo
nacido de mujer nace contaminado por el pecado original. Por este motivo el
pecado forma parte del ADN espiritual del ser humano. El hombre por si mismo no
puede cambiar su ADN contaminado por el pecado por otro de impoluto. Por esta
razón el profeta Jeremías utiliza un simbolismo muy esclarecedor para enseñar
la impotencia humana cambiar un naturaleza que tiene a partir del pecado de
Adán.: “¿Cambiará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también,
¿podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer el mal?” (13:23).
Ramiro Calle ve muy fácil poner orden en la mente y limpiarla de emociones
insanas que son una fábrica de sufrimientos. A la hora de la verdad el hombre
se propone hacerlo pero se queda con sus buenos propósitos. El negro y el
leopardo no pueden cambiar, la genética se lo impide. Hemos de llevar a cuestas
las consecuencias de ser tal como somos. Nos parecemos al dios Atlas,
condenados a transportar una pesada carga indefinidamente.
Lo
que Ramiro Calle denomina venenos la Biblia la llama “fruto de la carne” y a
las vitaminas “fruto del Espíritu
Santo”. El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos de Galacia, aunque
la epístola va dirigida a cristianos, el texto que comentamos muy brevemente,
los no cristianos también pueden encontrar respuesta a la pregunta que hace el hombre que escribe
a Ramiro Calle: “¿Qué no tenga capacidad de perdonar?” El apóstol expone la
lucha interior que hay en el cristiano de querer hacer el bien con el resultado
de que hace el mal que no quiere hacer. Es una lucha terrible que se libra en
las profundidades del alma, escondida de los testigos indiscretos: “Andad en el
Espíritu (vitaminas), y no satisfagáis los deseos de la carne (pensamientos
tóxicos). Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu
es contra la carne, y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
queréis” . Solamente el verdadero cristiano sabe lo duro que es esta lucha
interior.
El
apóstol detalla lo que Calle denomina venenos que intoxican el alma y que el
apóstol denomina fruto de la carne: “Adulterio, fornicación, impureza,
lascivia, idolatría, brujería, enemistades, batallas, celos, iras, trivialidades,
divisiones, partidos, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas
parecidas a estas…” (vv.19-21). Toda esta variedad de tóxicos brotan del
corazón del hombre nacido de mujer. Por más que se quiera no se pueden hacer
desaparecer porque el hombre no tiene acceso al interior del alma para
cambiarla. Acto seguido detalla las vitaminas que son consecuencia del esfuerzo
humano con la colaboración imprescindible del Espíritu Santo que ayuda a
continuar la lucha espiritual sin desfallecer. Esta lucha interna que dura todo
el tiempo que el creyente está aquí en la tierra es la consecuencia de haberse
convertido en un hijo de Dios por la conversión a Cristo y de haber sido
convertido en morada del Espíritu Santo. Las vitaminas que mantienen sana a la mente
son: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, fe, mansedumbre, templanza” (vv.
22,23).
La
respuesta que el hombre que escribe a Ramiro Calle pidiéndole consejo porque es
un desespero se pregunta: “Qué no tenga capacidad de perdonar?” la encuentra en
su conversión a Cristo y ser guiado por el Espíritu Santo que habita en el
creyente porque en la conversión a Cristo hay novedad de vida. En el escenario
social aparece el hombre nuevo que contribuye con su testimonio a reducir las
toxinas que contaminan las relaciones humanas.
Octavi Pereña i Cortina
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