LUCAS 11:27
“Mientras Él decía estas cosas,
una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el
vientre que te trajo, y los senos que mamaste”
La religiosidad sensiblera es
muy fácil de practicar. La religiosidad de peregrinaciones a lugares santos que
no exige nada a los devotos que satisfacen su sensualidad con las tradiciones,
la practican las multitudes que transitan por el camino ancho que conduce a la
perdición.
Nos encontramos “en Jerusalén
en la fiesta de la Pascua”. La Pascua atraía multitudes. El texto nos dice:
“Muchos creyeron en su Nombre viendo las señales que hacía”. Hoy
catalogaríamos este fervor manifestado por los judíos como un avivamiento y las
autoridades religiosas se apresurarían a catalogarlo como un despertar de la
fe. Pero, ¿cuál era el concepto que Jesús tenía de la explosión de fe que se
producía a su alrededor? “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque
conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del
hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:23,25).
Cambiamos de escenario y
encontramos a Jesús que alimenta a una gran multitud con cinco panes de cebada
y dos pececillos. Cuando estuvieron todos saciados, dijeron: “Éste es
verdaderamente el profeta que había de venir al mundo”. ¿Cómo reacciona
Jesús ante tal explosión de fe? “Pero entendiendo Jesús que iban a venir
para apoderase de Él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte solo” (Juan6:15).
Jesús no acepta la religiosidad de pandereta.
La fe efervescente de las multitudes
en un santiamén se desvanece y fácilmente es manipulada por las autoridades
religiosas. Bien seguro que la mujer que vociferó “bienaventurado el vientre
que te trajo, y los senos que mamaste” se debía encontrar entre la multitud
que ante Pilato gritaba: “Crucifícale, crucifícale, crucifícale”. Pilato
sorprendido les pregunta: “¿A vuestro Rey he de crucificar?” Los
principales sacerdotes respondieron: “No tenemos más rey que Cesar”
¿Quién es nuestro Señor : el
vientre o Jesús?
2 CRÓNICAS 9:7
“Bienaventurados tus hombres, y
dichosos estos siervos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría”
La reina de Sabá oyó la fama de
la sabiduría de Salomón. Le habían llegado a sus oídos hechos que la descubrían
y no quería quedarse con sólo querer saber del rey sabio de oídas. Quiso
conocerlo personalmente. Emprende el largo, dificultoso y peligroso viaje. Al
llegar a Jerusalén se queda sorprendida de la sabiduría de Salomón y de la casa
que había edificado.
El Antiguo Testamento fue escrito también para nuestra edificación,
para que las personas que vivimos en el siglo XXI podamos sacar enseñanzas de
acontecimientos acaecidos hace más de tres mil años.
Los judíos del tiempo de Jesús tuvieron el privilegio de escuchar las
palabras que brotaban de los labios del Señor que destilaban más autoridad que
la de los fariseos y saduceos.. Aquellas personas también tuvieron el honor de
poder contemplar con sus propios ojos los milagros que hacía Jesús, que le
acreditaban como Hijo de Dios. A pesar de ello lo rechazaron y lo condenaron a
morir en la cruz.
Si aquellas personas fueron unos privilegiados al poder contemplar a
Jesús viéndole con sus propios ojos
obrar milagros y con sus oídos oír las palabras de vida que fluían de sus
labios, nosotros ciudadanos del siglo XXI somos todavía más privilegiados que
ellos porque sabemos que aquel Jesús que murió en la cruz resucitó y está
sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.
Después de la resurrección Jesús se presentó en el aposento en el que
estaban reunidos los discípulos. Faltaba Tomás, que no creyó el testimonio que
le dieron sus compañeros de que habían visto al Señor. Ocho días después se les
vuelve a presentar Jesús estando en esta ocasión presente Tomás. Dirigiéndose
al incrédulo discípulo le dijo que
pusiese su mano en la herida que tenía en su costado. Tomás exclama: “¡Señor
mío, y Dios mío!”. Las palabras que le dijo Jesús deberían resonar en
nuestros oídos: “Porque me has visto, Tomás, creíste, bienaventurados los
que no vieron y creyeron” (Juan 20:24-29).
Volviendo a Jesús y a la reina de Sabá oigamos lo que el Señor dijo a
aquella generación de incrédulos: “La reina del Sur se levantará en el
juicio con los hombre de esta generación, y los condenará, porque ella vino de
los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que
Salomón en este lugar” (Lucas 11:31).
El hecho de que Jesús hable de condenación a aquellas personas que no
creyeron en Él debería hacernos reflexionar respecto a nuestra incredulidad con
respecto a Él que es más grande que la reina de Sabá. Nuestra responsabilidad
es mayor porque Jesús ha resucitado y el Espíritu Santo nos recuerda sus
palabras
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