dilluns, 9 de setembre del 2013


LUCAS 11:27


“Mientras Él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste”

La religiosidad sensiblera es muy fácil de practicar. La religiosidad de peregrinaciones a lugares santos que no exige nada a los devotos que satisfacen su sensualidad con las tradiciones, la practican las multitudes que transitan por el camino ancho que conduce a la perdición.

Nos encontramos “en Jerusalén en la fiesta de la Pascua”. La Pascua atraía multitudes. El texto nos dice: “Muchos creyeron en su Nombre viendo las señales que hacía”. Hoy catalogaríamos este fervor manifestado por los judíos como un avivamiento y las autoridades religiosas se apresurarían a catalogarlo como un despertar de la fe. Pero, ¿cuál era el concepto que Jesús tenía de la explosión de fe que se producía a su alrededor? “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:23,25).

Cambiamos de escenario y encontramos a Jesús que alimenta a una gran multitud con cinco panes de cebada y dos pececillos. Cuando estuvieron todos saciados, dijeron: “Éste es verdaderamente el profeta que había de venir al mundo”. ¿Cómo reacciona Jesús ante tal explosión de fe? “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderase de Él y hacerlo rey, volvió a retirarse al monte solo” (Juan6:15). Jesús no acepta la religiosidad de pandereta.

La fe efervescente de las multitudes en un santiamén se desvanece y fácilmente es manipulada por las autoridades religiosas. Bien seguro que la mujer que vociferó “bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste” se debía encontrar entre la multitud que ante Pilato gritaba: “Crucifícale, crucifícale, crucifícale”. Pilato sorprendido les pregunta: “¿A vuestro Rey he de crucificar?” Los principales sacerdotes respondieron: “No tenemos más rey que Cesar”

¿Quién es nuestro Señor : el vientre o Jesús?


2 CRÓNICAS 9:7


“Bienaventurados tus hombres, y dichosos estos siervos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría”

La reina de Sabá oyó la fama de la sabiduría de Salomón. Le habían llegado a sus oídos hechos que la descubrían y no quería quedarse con sólo querer saber del rey sabio de oídas. Quiso conocerlo personalmente. Emprende el largo, dificultoso y peligroso viaje. Al llegar a Jerusalén se queda sorprendida de la sabiduría de Salomón y de la casa que había edificado.

El Antiguo Testamento fue escrito también para nuestra edificación, para que las personas que vivimos en el siglo XXI podamos sacar enseñanzas de acontecimientos acaecidos hace más de tres mil años.

Los judíos del tiempo de Jesús tuvieron el privilegio de escuchar las palabras que brotaban de los labios del Señor que destilaban más autoridad que la de los fariseos y saduceos.. Aquellas personas también tuvieron el honor de poder contemplar con sus propios ojos los milagros que hacía Jesús, que le acreditaban como Hijo de Dios. A pesar de ello lo rechazaron y lo condenaron a morir en la cruz.

Si aquellas personas fueron unos privilegiados al poder contemplar a Jesús viéndole  con sus propios ojos obrar milagros y con sus oídos oír las palabras de vida que fluían de sus labios, nosotros ciudadanos del siglo XXI somos todavía más privilegiados que ellos porque sabemos que aquel Jesús que murió en la cruz resucitó y está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.

Después de la resurrección Jesús se presentó en el aposento en el que estaban reunidos los discípulos. Faltaba Tomás, que no creyó el testimonio que le dieron sus compañeros de que habían visto al Señor. Ocho días después se les vuelve a presentar Jesús estando en esta ocasión presente Tomás. Dirigiéndose al incrédulo discípulo  le dijo que pusiese su mano en la herida que tenía en su costado. Tomás exclama: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Las palabras que le dijo Jesús deberían resonar en nuestros oídos: “Porque me has visto, Tomás, creíste, bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:24-29).

Volviendo a Jesús y a la reina de Sabá oigamos lo que el Señor dijo a aquella generación de incrédulos: “La reina del Sur se levantará en el juicio con los hombre de esta generación, y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar” (Lucas 11:31).

El hecho de que Jesús hable de condenación a aquellas personas que no creyeron en Él debería hacernos reflexionar respecto a nuestra incredulidad con respecto a Él que es más grande que la reina de Sabá. Nuestra responsabilidad es mayor porque Jesús ha resucitado y el Espíritu Santo nos recuerda sus palabras

 

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