ESPAÑA DEMOCRÁTICA
<b>La corrupción política ha llegado a tales niveles
que con urgencia se precisa hacer algo para evitar que el hedor que desprende
no nos asfixie a todos</b>
Un mensaje distribuido por correo electrónico anuncia una
iniciativa ciudadana para tratar la Ley de Reforma del Congreso de 2012
(enmienda de la Constitución de España), con el fin de enmendar injusticias,
abusos y desarreglos parlamentarios y senadores.
Supongamos que se recogen las 500.000 firmas para presentar
la Reforma del Congreso y que se pone en marcha su reforma, ¿conseguirá
realmente democratizarlo? ¿Son los mismos políticos que han generado el caos
actual y que han perdido la confianza de los ciudadanos quienes deben iniciar
el proceso de la reforma de la Constitución? Si se consigue reformar la
Constitución, algo imprescindible por obsoleta, y se establecen las bases
legales para perseguir la corrupción política, ¿será suficiente para mantenerla
a niveles satisfactorios para preservar la democracia de desviarse hacia senderos
dictatoriales?
Jordi Ponce Solé con mucho acierto escribe: “Perseguir
penalmente la corrupción no conseguirá mantenerla en niveles aceptables para un
estado democrático de derecho, como el que queremos para España. Siendo mejor
prevenir que curar, la prevención de la corrupción se convierte en una
asignatura pendiente e imprescindible”.
El periodista Lluis Amiguet entrevista a Dieter Nohlen, que
en su día asesoró a los redactores de nuestra Constitución, diciéndole: - Hoy
acusamos a nuestro sistema electoral de favorecer <i>elites
extractivas</i> que controlan los partidos, elaboran sus listas y
exprimen después nuestros presupuestos. La respuesta que Nohlen da está
atiborrada de sentido común: “¡Ojalá cambiando simplemente la ley electoral
pudiese impedir el abuso de estas <i>elites extractivas</i>. Pero
un país no se puede regenerar reformando solamente el sistema electoral. Pensar que puedes poner
fin a la corrupción y a los defectos de un país únicamente con la reforma de la
ley electoral es como creerse que se puede enderezar el rumbo equivocado de una
transatlántico añadiéndole un pequeño motor fueraborda”. El entrevistador le
espeta a Nohlen: - Purgamos tres burbujas en una: inmobiliaria, de
infraestructuras y de cajas. En todas contribuyeron los partidos. La respuesta
que da es muy esclarecedora. “Estas burbujas son consecuencias de deficiencias
en su cultura democrática y no solamente de su sistema electoral. Se dan países
honrados y eficientes y otros disfuncionales y corruptos que tienen el mismo
sistema electoral. La diferencia recae en la cultura”. Sin perder de vista la
conveniencia de modificar las leyes que favorecen la corrupción nos atendremos
a la cultura democrática. Antonio Nello pone fin a su escrito <i>La amenaza a la democracia</i>
con estas palabras: “Juntamente con la lucha contra la corrupción, indispensable, es necesaria la
construcción de una cultura de la ciudadanía, cultura de la honestidad
personal, del sentimiento de pertenencia responsable a una convivencia, de la
grandeza de la calidad de ciudadano que ha de exigir, pero también ganarse,
cada persona”. “Siendo mejor prevenir que curar, la prevención de la corrupción
se convierte en una asignatura pendiente e imprescindible”, nos recuerda Jordi
Ponce Solé. Es por ello que la democracia no se implanta por decreto ley. Ha
fracasado estrepitosamente el intento de convertir a las dictaduras islámicas
en democracias que respetan los derechos de sus ciudadanos. España en concreto
ha fracasado en sus propósitos de democratizarse porque no basta con querer
imitar constituciones más o menos modélicas que rigen en las democracias
consolidadas. Es preciso que todos los
españoles sean verdaderos demócratas.
Josep Cuní mira hacia la <i>ética
protestante</i> como modelo a seguir para regenerar a la política. Albert
Montagut dice: “El proceso del cambio que necesitamos está en la regeneración
del sistema mismo y son los políticos quienes deben cambiar su concepto de la
función pública y convertir en dogma esta palabra mágica inglesa, que no existe
en castellano, catalán o francés, que es <i>accountability</i>: la
responsabilidad de la acción pública, el respeto al sistema y el compromiso
ante los ciudadanos”. Ambos, Josep Cuní y Albert Montagut se fijan en el modelo
político protestante. Alcanzar una España democrática no se consigue intentando
copiar un modelo defectuoso sin el soporte que tenían quienes lo crearon.
Detrás de la <i>ética protestante</i> luterana y de la
<i>accountability</i> británica se escondía la supeditación
política a la autoridad absoluta e indiscutible de Dios manifestada en la
revelación escrita que se encuentra en la Biblia. La Reforma protestante rompió
con el modelo político católico que estaba supeditado a la autoridad de la Iglesia y del Papa que con indulgencias
y otras estratagemas se conseguía eludir la responsabilidad, substituyéndolo
por la autoridad suprema de Dios que exige comportamiento ético y
responsabilidad ante Dios y los hombres, sin paliativos. No será de más
recordar que nuestro déficit democrático remonta al siglo XVI y posteriores en
que la Iglesia en connivencia con el Estado persiguieron con saña a los
cristianos reformados hasta extirparlos del suelo hispano. El odio a la nueva
espiritualidad que se extendía por toda Europa aquí fue seguido por la quema
implacable de la Biblia que es la Palabra de Dios. No se podía permitir que los
hombres pensasen. Nuestro déficit
democrático tiene su causa.
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