dilluns, 30 de setembre del 2013


JEREMÍAS 31:3


“El Señor se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado, por tanto te he atraído con misericordia”

¿Cómo salvarse? Pregunta a la que  se le han dado respuestas diversas. La más común es que debemos hacer un montón de cosas y dejar de hacer otras. A esto se le llama salvación por obras. El resultado de quererse salvar haciendo buenas obras y dejando de hacer las malas no es satisfactorio. Siempre queda la duda de si soy o no salvo. Esta duda es frustrante y causante de muchos sinsabores.

El texto que comentamos es uno de los muchos que contiene la Biblia que confirman que la salvación es un regalo de Dios y que el hombre no debe hacer nada para obtenerla. Que la salvación es un don de Dios muchos cristianos  no lo ponen en duda, pero, junto a la salvación divina se pone un debes: bautizarte, debes guardar el domingo, debes ir a la iglesia, debes leer la Biblia, debes…

El texto que comentamos hoy además de reafirmar que la salvación es obra de Dios, tiene una profundidad insondable. ¿Puede la mente llegar a entender lo que Dios le dice a Jeremías que por el hecho de estar  en la Biblia también lo dice a nosotros: “Con  amor eterno te he amado”? Es totalmente imposible discernir la profundidad, la altura y la anchura  del amor de Dios. ¡Ah!, si no fuese por el regalo de la fe nos quedaríamos sin poder disfrutar el consuelo que tales palabras contienen. “¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fu su consejero?” (Romanos 11:33,34).

¿Quién puede entender que no somos rescatados de nuestra vana manera de vivir con cosas corruptibles , como oro o plata, “sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de nosotros”? (1 Pedro 1:19,20).

El amor eterno de Dios tiene una consecuencia : “te he atraído  con misericordia”. A los escogidos de Dios desde antes de la fundación del mundo, pecadores como somos en Adán y por lo tanto destituidos de la gloria de Dios, de una manera incomprensible el Señor nos atrae hacia Él y nos rendimos voluntariamente a su voluntad. Aún cuando no lo entendemos nos sentimos movidos a decirle: ¡Gracias Señor por tu misericordia y por el amor eterno con que nos has amado!


HEBREOS 4:12


“Porque la palabra de Dios es más viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”

El obispo de Lleida Joan Piris empieza su escrito dominical: La Homilía no es lo principal con estas palabras: “Comentaban el otro día unas personas que se les hacía difícil seguir asistiendo a ciertas Misas porque – decían  has de escuchar ciertas cosas que no hay quien las pueda aguantar…y, a veces, valdría más que no predicaseis”. El resto del escrito, haciendo honor al título del artículo, se olvida de la predicación para enaltecer  a la Eucaristía.

Poco antes de subir Jesús al cielo dijo a sus discípulos: “Y que se predique en su Nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:47). La versión que da Mateo de las palabras de Jesús, es:: “Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (28:19,20).

El libro de Hechos de los apóstoles que relata la expansión de la iglesia desde Jerusalén hasta el extremo de la tierra detalla de manera muy cuidadosa que la misión principal de los agósteles y sus discípulos  era la predicación basada en el fundamento apostólico del cual la piedra principal es Jesucristo.

El obispo Peris se equivoca cuando margina la homilía y el vacío que crea lo substituye por la adoración de la Eucaristía que se debe hacer con mucho fervor pero que no sirve para la edificación espiritual de los fieles.

Eucaristía, Cena del Señor la llamamos los evangélicos, no consiste en un acto de adoración a los elementos pan y vino, sino un recordatorio de que Jesús murió por los pecados del pueblo de Dios y resucitó para darles vida eterna: “Así, pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga” (1Corintios11:26).

Aunque la Cena del Señor es un símbolo de la muerte y resurrección de Jesús, el Señor no envió a sus discípulos a predicar símbolos sino a anunciar por todas partes sus palabras registradas  en las Sagradas Escrituras. La fe evangélica está fundamentada en la Escritura que es la verdad de Dios revelada, verdad que puede hacer que los hombres se vean pecadores, se arrepientan y reciban el perdón de sus pecados por la fe en el Nombre de Jesús.

 

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