SALMO 51: 17
“Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciaras, tú, oh Dios”
Los
siete primeros versículos de este salmo sapiencial se tienen que tener en
cuenta si es que verdaderamente el lector desea crecer espiritualmente. El salmo lo escribe el rey David
después que el profeta Natán le reprendiese por haber por haber cometido
adulterio con Betsabé, esposa de Hurias, que en aquel momento se encontraba en
el campo de batalla. Así dicen los versículos mencionados: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la
multitud de tus piedades lava mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad,
límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está
siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo
delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por
justo en tu juicio. He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió
mi madre. He aquí, tu amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho
comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio, lávame y seré más
blanco que la nieve”
Si el
lector lee atentamente este salmo y le pide al Señor que le unja con el
Espíritu Santo se dará cuenta enseguida que rechaza totalmente la práctica
religiosa como medio para alcanzar el
favor de Dios: “Señor, abre mis labios, y
publicará mi boca tu alabanza, porque no quieres sacrificio que yo lo daría, no
quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al
corazón contrito y humillado no despreciarás, tú, oh Dios” (vv, 15-17).
Estos versículos trasladados a nuestros días significan que ni la confesión
auricular con un sacerdote, ni ayunos, ni abstinencias, ni flagelaciones, ni
peregrinaciones a lugares considerados santos, no sirven de nada para alcanzar
el favor de Dios.
En
sueños el Espíritu Santo habló a José que tenía que casarse con María que lo
que es esta “es engendrado, del Espíritu
Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a
su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 20, 21).
Concluyo
este comentario con las palabras que el apóstol Pablo escribe a los cristianos
de Éfeso: “Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe, y esto no es de vosotros, pues es don de Dios, no por obras
para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús
para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas” (Efesios 2: 8-10).
SALMO 58: 3
“Se apartaron los impíos desde la matriz, se
desviaron hablando mentira desde que nacieron”
Como
consecuencia del pecado de Adán toda su descendencia nace marcada por el
pecado. Algunos dicen que los hijos son engendrados sin pecado y que la
influencia externa es la responsable de que adquieran hábitos malos.
El
salmo 58 trata de manera muy concreta la cuestión de la maldad humana. Comienza
el poema diciendo: “Oh congregación,
¿pronunciaréis en verdad justicia? ¿Juzgáis rectamente hijos de los hombres?
Antes en el corazón maquináis iniquidades, hacéis pasar la violencia de
vuestras manos en la tierra”. Este texto se refiere a personas adultas que
se comportan malvadamente. El versículo que encabeza este escrito expone el
origen de la maldad de los adultos.
La
Iglesia Católica conocedora de la realidad infantil practica el bautismo de
recién nacidos por aspersión porque
considera que el agua bautismal bendecida por el sacerdote tiene poder para
limpiar el pecado del bebé. Ceremonia inútil porque el agua bendecida que el
cura asperje sobre la cabeza del recién nacido no posee ningún poder de limpiar
pecados.
Jesús
se encontraba en Capernaum y como era habitual arrastraba multitudes. Entonces
trajeron a un paralítico y al no poder
acceder a Él hicieron una obertura en el techo de la casa donde se encontraba
Jesús “y bajaron la camilla en que yacía
el paralítico”. Al ver Jesús su fe dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Entre la multitud se
encontraban “algunos escribas que
cavilaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién
pude perdonar pecados, sino solo Dios? Los mencionaos escribas al
considerar que Jesús era un hombre como todos los otros tenían toda la razón al
decir que no podía perdonar los pecados. Conociendo Jesús los pensamientos de
aquellos escribas, les dice: “Por qué
caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir al paralítico: tus
pecados te son perdonados, o decirle: Levántate toma tu lecho y anda. Pues para
que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, coge tu camilla y vete a
tu casa. Entonces él se levantó enseguida, y tomando su camilla salí de delante
de todos” (Marcos 2: 1-12).
Resumiendo:
Cree en el Señor Jesucristo y, y sin añadir nada, tus pecados te serán
perdonados, porque la sangre que Jesús vertió en la cruz tiene el poder de
limpiar todos tus pecados.