SALMO 5: 6
“Tú destruyes a quienes hablan cosas falsas”
“Santifícalos en tu verdad, tu palabra es
verdad” (Juan
11: 17. Jesús le dijo a Tomás: “Yo soy el
camino, y la verdad, y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:
7). El enemigo número 1 de Jesús es Satanàs. Así lo describe el Señor: “Y no ha permanecido en la verdad, porque no
hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y
padre de mentira” (Juan 8: 44). Una declaración de Jesús que debería
alertarnos: “Y a mí porque digo la
verdad, no me creéis” (Juan 8: 45). La mentira pulula por todas partes. Da
la impresión que Satanás es omnipresente. Los niños aprenden a mentir desde muy
pequeños. Satanás que es el padre de la mentira, que habita en sus corazones
les enseña a hacerlo. Cuando quieren
evitar el castigo de sus padres, la sabiduría popular que es muy sabia, dice:
“Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”.
Es en
el campo de la Religión donde Satanás se frota las manos con más satisfacción
cuando hace errar a los fieles haciéndoles creer doctrinas que no se ajustan a
la verdad de Dios. ¿Se encuentran las personas desamparadas ante las mentiras
que Satanás propaga en el campo de la Religión? De ninguna de las maneras. Tenemos
a nuestra disposición la Biblia que por haber inspirado el Espíritu Santo a
unos hombres a escribirla, su contenido es la verdad de Dios revelada que guía
a las personas en el camino de la
salvación. Es lamentable que los hombres se dejen embaucar por personas cuyas
lenguas son picos de oro. El peligro del engaño es constante. Jamás se tiene
que bajar la guardia. Satanás jamás duerme. Siempre está listo para hacer
alguna de sus fechorías, tenemos que ser muy previsores. Tenemos que
esforzarnos para alcanzar el máximo conocimiento posible de la Biblia. Jesús
derrotó a Satanás cuando le tentó fregándole la nariz con la Biblia.
HEBREOS 4: 14
“Por tanto teniendo un gran sumo sacerdote
que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión”
Según
leemos en el Antiguo Testamento, los sacerdotes intercedían por el pueblo. De
manera especial el sumo sacerdote una
vez al año entraba en el lugar santísimo para ofrecer en sacrificio un cordero
sin defecto para perdón de sus propios pecados y por los del pueblo. Anualmente
el sumo sacerdote en funciones tenía que repetir el sacrificio porque la sangre
de los animales sacrificados simbolizaba el perdón de los pecados, pero no los
borraba. “Pero Cristo, habiendo ofrecido
una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados” (Hebreos 10: 12).
La función sacerdotal de Jesús ya la anunció Juan el Bautista al inicio del
ministerio público de Jesús. Al ver que Jesús se aceraba a él, dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo” (Juan 1: 29).
La
palabra latina “sacerdote” es “pontifex”
que significa “constructor de puentes”. Los sumos sacerdotes de la
antigüedad, simbólicamente construían
puentes entre Dios y los hombres. La sangre de los corderos que
sacrificaban no tenía poder de limpiar pecados. No construían puentes que
allanasen el camino a Dios. Jesús dijo: “Yo
soy el camino” (Juan 14: 6). El abismo infranqueable que separa al hombre
de Dios lo solventa Jesús que nos allana el camino a Dios.
Hasta
nuestros días ha prevalecido la versión castellana de pontifex. Pero se hace
una mala aplicación. Los hombres en su desvarío la aplican al hombre que se
convierte en la cabeza de una secta cristiana. Con lo cual la corrupción
desciende desde la cabeza a los pies. “Pero
Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los
pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”, pero el Señor Jesús “por
cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable, por lo cual puede
también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo
siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7: 24, 25). El sacerdocio de
Jesús es eterno. Es un consuelo insuperable. Con estas palabras Jesús consoló a
María dolida por la muerte de su hermano Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, aunque esté
muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente”.
Jesús le dijo a la mujer: “¿Crees esto? Que la respuesta que la mujer da a Jesús sea
la del lector: “Sí, Señor, yo he creído
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11:
25-27).
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