diumenge, 31 d’agost del 2025

 

SALMO 5: 6

“Tú destruyes a quienes hablan cosas falsas”

“Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (Juan 11: 17. Jesús le dijo a Tomás: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14: 7). El enemigo número 1 de Jesús es Satanàs. Así lo describe el Señor: “Y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8: 44). Una declaración de Jesús que debería alertarnos: “Y a mí porque digo la verdad, no me creéis” (Juan 8: 45). La mentira pulula por todas partes. Da la impresión que Satanás es omnipresente. Los niños aprenden a mentir desde muy pequeños. Satanás que es el padre de la mentira, que habita en sus corazones les enseña a hacerlo.  Cuando quieren evitar el castigo de sus padres, la sabiduría popular que es muy sabia, dice: “Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”.

Es en el campo de la Religión donde Satanás se frota las manos con más satisfacción cuando hace errar a los fieles haciéndoles creer doctrinas que no se ajustan a la verdad de Dios. ¿Se encuentran las personas desamparadas ante las mentiras que Satanás propaga en el campo de la Religión? De ninguna de las maneras. Tenemos a nuestra disposición la Biblia que por haber inspirado el Espíritu Santo a unos hombres a escribirla, su contenido es la verdad de Dios revelada que guía a las personas en el camino  de la salvación. Es lamentable que los hombres se dejen embaucar por personas cuyas lenguas son picos de oro. El peligro del engaño es constante. Jamás se tiene que bajar la guardia. Satanás jamás duerme. Siempre está listo para hacer alguna de sus fechorías, tenemos que ser muy previsores. Tenemos que esforzarnos para alcanzar el máximo conocimiento posible de la Biblia. Jesús derrotó a Satanás cuando le tentó fregándole la nariz con la Biblia.


 

HEBREOS 4: 14

“Por tanto teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión”

Según leemos en el Antiguo Testamento, los sacerdotes intercedían por el pueblo. De manera especial el sumo sacerdote  una vez al año entraba en el lugar santísimo para ofrecer en sacrificio un cordero sin defecto para perdón de sus propios pecados y por los del pueblo. Anualmente el sumo sacerdote en funciones tenía que repetir el sacrificio porque la sangre de los animales sacrificados simbolizaba el perdón de los pecados, pero no los borraba. “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados” (Hebreos 10: 12). La función sacerdotal de Jesús ya la anunció Juan el Bautista al inicio del ministerio público de Jesús. Al ver que Jesús se aceraba a él, dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29).

La palabra latina “sacerdote” es “pontifex”  que significa “constructor de puentes”. Los sumos sacerdotes de la antigüedad, simbólicamente construían  puentes entre Dios y los hombres. La sangre de los corderos que sacrificaban no tenía poder de limpiar pecados. No construían puentes que allanasen el camino a Dios. Jesús dijo: “Yo soy el camino” (Juan 14: 6). El abismo infranqueable que separa al hombre de Dios lo solventa Jesús que nos allana el camino a Dios.

Hasta nuestros días ha prevalecido la versión castellana de pontifex. Pero se hace una mala aplicación. Los hombres en su desvarío la aplican al hombre que se convierte en la cabeza de una secta cristiana. Con lo cual la corrupción desciende desde la cabeza a los pies. “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”, pero el Señor Jesús  “por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable, por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7: 24, 25). El sacerdocio de Jesús es eterno. Es un consuelo insuperable. Con estas palabras Jesús consoló a María dolida por la muerte de su hermano Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente”. Jesús le dijo a la mujer: “¿Crees esto?  Que la respuesta que la mujer da a Jesús sea la del lector: “Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11: 25-27). 

 

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