PROVERBIOS 25: 4, 5
“Quita
las escorias de la plata y saldrá objeto para el orfebre. Aparta el malvado de
delante del rey, y su trono se afianzará en la justicia”
Para que el mineral de plata tenga valor
se le tiene que someter a un proceso de altas temperaturas para separarlo de la
escoria. Una vez libre de lo inservible, la plata está lista para que el
orfebre diseñe y fabrique preciosas joyas. La Biblia tiene algo más que decir. En este caso, algo
tan pragmático como es la política.
Jeroboam se encuentra con el profeta
Abias que le dice: “Yo rompo el reino de
la mano de Salomón y a ti te daré diez tribus” (1 Reyes 11: 31). Salomón
fallece y le sucede en el trono su hijo Roboam. Las diez tribus envían a
Jeroboam a parlamentar con el nuevo monarca. El parlamentario le expone al
recién entronado los desaires que habían
sufrido durante el reinado de su padre Salomón. Roboam les da 10 días para
darles respuesta. Roboam se asesora con los consejeros que había tenido su
padre. Le dicen: “Si tú fueses hoy siervo
de este pueblo y lo sirvieses y respondiéndoles buenas palabras les hablaras,
ellos te servirían para siempre” (1 Reyes 12: 7). Roboam no quedó
satisfecho con el consejo recibido. Se asesoró con sus compañeros de juventud.
Cuando Jeroboam volvió a encontrarse con el nuevo monarca, la respuesta que
recibió fue: “Mi padre agravó vuestro
yugo, pero yo añadiré a vuestro yugo, mi padre os castigó con azotes, mas yo os
castigaré con escorpiones” (v. 14). Jeroboam se convirtió en el primer rey de las
diez tribus disidentes.
Hoy, para ser consejero para los
presidentes de los gobiernos y de las instituciones del Estado, se exigen:
títulos académicos, masters e idiomas. Pero nos olvidamos de algo muy
importante: la calidad moral de quienes tienen que ser los presidentes de los
gobiernos e instituciones del Estado y de los consejeros que los asesoren
La segunda parte del texto que sirve de
base de esta meditación, dice: “Aparta el
malvado de delante del rey, y su trono se afianzará en la justicia”. Será
así si el gobernante expulsa de su entorno a los malvados. Si hacemos como
Roboam que escuchó a los rufianes, compañeros de su juventud, todo se irá al
garete. Así es como va la política: Los
malvados buscando el consejo de los malvados.
Ambos caen en el hoyo. Y la ciudadanía sufre.
SALMO 38: 3
“Nada
hay sano en mi carne, a causa de tu ira, no hay paz en mis huesos a causa de mi
pecado”
Creo que se tiene que hacer resaltar “no hay paz en mis huesos a causa de mi
pecado”, porque es la respuesta a las enfermedades sicosomáticas que se
deben a un mal funcionamiento del cerebro y que repercuten en la salud física.
Los médicos pasan olímpicamente del alma a la hora de analizar el origen de los
trastornos sicosomáticos que tanto malestar ocasionan. Como se desconoce su
verdadero origen, los médicos prescriben unos tranquilizantes y asunto
solucionado. Lo cierto es que los trastornos físicos que se originan en el
espíritu van a más. No respetan la edad de los pacientes.
El salmista reconoce: “No hay nada sano en mi carne” (v. 3).
El salmista describe su estado: “No hay
paz en mis huesos, a causa de mi pecado, porque mis iniquidades se han agravado
sobre mi cabeza, como carga pesada se han agravado sobre mí” (vv. 3, 4). No
nos gusta la palabra pecado. La hemos borrado del diccionario. El salmista la
tiene presente en su boca. Como el salmista es la boca por la que Dios habla,
sería sensato por parte nuestra prestar atención a lo que dice: “Señor, delante de ti están todos mis deseos,
y tu suspiro no te es oculto, mi corazón está acongojado, me ha dejado mi
vigor, y aun la luz de tus ojos me falta ya” (vv. 9, 10). A pesar que el
salmista se siente abandonado por sus amigos (v. 11). El hecho de que en su
dolor busque al Señor significa para él que el Señor vive y que tiene oídos
para oír el clamor que brotan de sus labios. No hace caso de lo que sus amigos
piensen o digan de él, “porque en ti, oh
Señor he esperado, Tú responderás, Señor Dios mío” (v. 15).
A pesar de la confianza que el salmista
deposita en el Señor su Dios, no le quita reconocer que es un ser humano “muerto en sus delitos y pecados”: “Por
tanto confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado” (v. 18).
A pesar de la turbulencia que golpea la
vida del salmista no se queja contra Dios a pesar de “los que pagan mal por bien” (v. 20). La confianza que el salmista
mantiene con Dios a pesar de las tribulaciones es admirable: “No me desampares, oh Señor, Dios mío, no te
alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación” (vv. 21, 22).
Cuando el lector es zarandeado por los
vientos de la adversidad, ¿dónde busca ayuda: en el hombre que no se la puede
dar, o en el Señor que es su salvación?
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