diumenge, 3 d’agost del 2025

 

PROVERBIOS 25: 4, 5

“Quita las escorias de la plata y saldrá objeto para el orfebre. Aparta el malvado de delante del rey, y su trono se afianzará en la justicia”

Para que el mineral de plata tenga valor se le tiene que someter a un proceso de altas temperaturas para separarlo de la escoria. Una vez libre de lo inservible, la plata está lista para que el orfebre diseñe y fabrique preciosas joyas. La Biblia  tiene algo más que decir. En este caso, algo tan pragmático como es la política.

Jeroboam se encuentra con el profeta Abias que le dice: “Yo rompo el reino de la mano de Salomón y a ti te daré diez tribus” (1 Reyes 11: 31). Salomón fallece y le sucede en el trono su hijo Roboam. Las diez tribus envían a Jeroboam a parlamentar con el nuevo monarca. El parlamentario le expone al recién entronado los desaires  que habían sufrido durante el reinado de su padre Salomón. Roboam les da 10 días para darles respuesta. Roboam se asesora con los consejeros que había tenido su padre. Le dicen: “Si tú fueses hoy siervo de este pueblo y lo sirvieses y respondiéndoles buenas palabras les hablaras, ellos te servirían para siempre” (1 Reyes 12: 7). Roboam no quedó satisfecho con el consejo recibido. Se asesoró con sus compañeros de juventud. Cuando Jeroboam volvió a encontrarse con el nuevo monarca, la respuesta que recibió fue: “Mi padre agravó vuestro yugo, pero yo añadiré a vuestro yugo, mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones” (v. 14).  Jeroboam se convirtió en el primer rey de las diez tribus disidentes.

Hoy, para ser consejero para los presidentes de los gobiernos y de las instituciones del Estado, se exigen: títulos académicos, masters e idiomas. Pero nos olvidamos de algo muy importante: la calidad moral de quienes tienen que ser los presidentes de los gobiernos e instituciones del Estado y de los consejeros que los asesoren

La segunda parte del texto que sirve de base de esta meditación, dice: “Aparta el malvado de delante del rey, y su trono se afianzará en la justicia”. Será así si el gobernante expulsa de su entorno a los malvados. Si hacemos como Roboam que escuchó a los rufianes, compañeros de su juventud, todo se irá al garete. Así es como va la  política: Los malvados buscando el consejo de los malvados.  Ambos caen en el hoyo. Y la ciudadanía sufre.


 

SALMO 38: 3

“Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira, no hay paz en mis huesos a causa de mi pecado”

Creo que se tiene que hacer resaltar “no hay paz en mis huesos a causa de mi pecado”, porque es la respuesta a las enfermedades sicosomáticas que se deben a un mal funcionamiento del cerebro y que repercuten en la salud física. Los médicos pasan olímpicamente del alma a la hora de analizar el origen de los trastornos sicosomáticos que tanto malestar ocasionan. Como se desconoce su verdadero origen, los médicos prescriben unos tranquilizantes y asunto solucionado. Lo cierto es que los trastornos físicos que se originan en el espíritu van a más. No respetan la edad de los pacientes.

El salmista reconoce: “No hay nada sano en mi carne” (v. 3). El salmista describe su estado: “No hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado, porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza, como carga pesada se han agravado sobre mí” (vv. 3, 4). No nos gusta la palabra pecado. La hemos borrado del diccionario. El salmista la tiene presente en su boca. Como el salmista es la boca por la que Dios habla, sería sensato por parte nuestra prestar atención a lo que dice: “Señor, delante de ti están todos mis deseos, y tu suspiro no te es oculto, mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de tus ojos me falta ya” (vv. 9, 10). A pesar que el salmista se siente abandonado por sus amigos (v. 11). El hecho de que en su dolor busque al Señor significa para él que el Señor vive y que tiene oídos para oír el clamor que brotan de sus labios. No hace caso de lo que sus amigos piensen o digan de él, “porque en ti, oh Señor he esperado, Tú responderás, Señor Dios mío” (v. 15).

A pesar de la confianza que el salmista deposita en el Señor su Dios, no le quita reconocer que es un ser humano “muerto en sus delitos y pecados”: “Por tanto confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado” (v. 18).

A pesar de la turbulencia que golpea la vida del salmista no se queja contra Dios a pesar de “los que pagan mal por bien” (v. 20). La confianza que el salmista mantiene con Dios a pesar de las tribulaciones es admirable: “No me desampares, oh Señor, Dios mío, no te alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación” (vv. 21, 22).

Cuando el lector es zarandeado por los vientos de la adversidad, ¿dónde busca ayuda: en el hombre que no se la puede dar, o en el Señor que es su salvación?

 

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