dissabte, 28 de juny del 2025

 

2 CRONICAS 6: 18

“Mas, ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí los cielos y los cielos de los cielos no le pueden contener, ¿cuánto menos esta casa que he edificado”

Las palabras de Salomón, autor del texto que comentamos desacreditan la doctrina católica de la transustanciación según la cual el sacerdote diciendo en latín: “esto es mi cuerpo”, la hostia eucarística deja de ser una masa de harina para convertirse en el cuerpo físico de Jesús. ¡En el reducido espacio de un sagrario se hace caber la inmensidad de Dios que ni el magnífico templo de Jerusalén no podía contener!

El apóstol Pablo en la doxología con que cierra la carta que escribe a los Romanos, dice: “Y  al que puedo confirmaros según mi evangelio y la predicación del MISTERIO que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan la fe” (Romanos 16: 25, 26).

¿Qué misterio es este que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos y que ha sido manifestado ahora? Ni más ni menos que  la asombrosa doctrina de que los verdaderos creyentes en Cristo se han convertido en hijos adoptivos de Dios por la fe en el Nombre de Jesús a la vez que en templos del Dios viviente. Si los cielos de los cielos no lo pueden contener, ni tampoco el magnífico templo de Jerusalén. Ahora se nos revela el misterio oculto desde tiempos eternos: Los creyentes en Cristo se han convertido en templos de Dios. ¡Grande es la responsabilidad que recae sobre ellos!

“¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguien destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3: 16, 17). La sangre de Jesús que limpia todos los pecados (1 Juan 1: 7) ha convertido el cuerpo del creyente en lugar santo. Es responsabilidad suya conservarlo santo.

“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cal está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (1 Corintios 6: 19). El cuerpo del creyente en Cristo pertenece a Dios. Ya no se puede hacer con él lo que mejor nos parezca. Prestemos atención a la doxología con la que el apóstol Pablo pone punto final a la carta a los Romanos: “Y  al que puedo confirmaros según mi evangelio y la predicación del MISTERIO que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén.


 

APOCALIPSIS 14. 13

Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque con ellos sus obra siguen”

¿Por qué son bienaventurados los que mueren en el Señor? Quienes desean que la aniquilación fuese verdad, se llevarán un gran desengaño cuando abran sus ojos en la eternidad. A pesar que el texto se refiere a quienes fallecen en el Señor, la Biblia es muy clara y especifica que hay dos lugares donde los difuntos van a pasar la eternidad futura: Salvación y condenación.

En el texto que comentamos el apóstol Juan se refiere “muertos que mueren en el Señor”, parece indicar que entre el presente y el futuro separado por la muerte del cuerpo existe continuidad: “porque con ellos sus obra siguen”. La muerte del cuerpo no significa inactividad del espíritu incorpóreo. El libro Apocalipsis nos da a entender que las almas de quienes han muerto en Cristo y que aguardan la resurrección de sus respectivos cuerpos siguen activas alabando al Señor.

Nos adentramos en un tema que no podemos ser dogmáticos. El texto que comentamos nos infunde esperanza cierta porque quienes han muerto en el Señor, la resurrección de sus cuerpos para vida eterna está garantizada por la resurrección de Jesús. Durante este estado intermedio, el cuerpo que se ha convertido en polvo es insensible a lo que ocurre a su alrededor, pero el espíritu sigue consciente, lo que le permite adorar a su Dios y Salvador, en espera del día de la resurrección en que el espíritu junto a su cuerpo convertido por la resurrección en incorrupto e inmortal, toda la eternidad futura sirviendo al Señor liberados de las angustias del tiempo presente.

No me atrevo a decir nada más porque sería entrar en especulación. Lo que sí extraigo del texto que comentamos  es que con la muerte del cuerpo el espíritu no cae en la ociosidad. Descansa del frenesí del tiempo presente. No quiero escribir nada más para no caer en la especulación. Quienes esperamos en el Señor el futuro será tan glorioso que las palabras no lo pueden describir.

 

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