2 CRONICAS 6: 18
“Mas,
¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí los cielos y
los cielos de los cielos no le pueden contener, ¿cuánto menos esta casa que he
edificado”
Las palabras de Salomón, autor del texto
que comentamos desacreditan la doctrina católica de la transustanciación según
la cual el sacerdote diciendo en latín: “esto es mi cuerpo”, la hostia
eucarística deja de ser una masa de harina para convertirse en el cuerpo físico
de Jesús. ¡En el reducido espacio de un sagrario se hace caber la inmensidad de
Dios que ni el magnífico templo de Jerusalén no podía contener!
El apóstol Pablo en la doxología con que
cierra la carta que escribe a los Romanos, dice: “Y al que puedo confirmaros según mi evangelio y
la predicación del MISTERIO que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,
pero que ha sido manifestado ahora, y que por las escrituras de los profetas,
según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes
para que obedezcan la fe” (Romanos 16: 25, 26).
¿Qué misterio es este que se ha mantenido
oculto desde tiempos eternos y que ha sido manifestado ahora? Ni más ni menos
que la asombrosa doctrina de que los
verdaderos creyentes en Cristo se han convertido en hijos adoptivos de Dios por
la fe en el Nombre de Jesús a la vez que en templos del Dios viviente. Si los
cielos de los cielos no lo pueden contener, ni tampoco el magnífico templo de
Jerusalén. Ahora se nos revela el misterio oculto desde tiempos eternos: Los
creyentes en Cristo se han convertido en templos de Dios. ¡Grande es la
responsabilidad que recae sobre ellos!
“¿No
sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si
alguien destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de
Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1
Corintios 3: 16, 17). La sangre de Jesús que limpia todos los pecados (1 Juan
1: 7) ha convertido el cuerpo del creyente en lugar santo. Es responsabilidad
suya conservarlo santo.
“¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cal está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (1 Corintios 6: 19). El cuerpo del creyente en Cristo pertenece a
Dios. Ya no se puede hacer con él lo que mejor nos parezca. Prestemos atención
a la doxología con la que el apóstol Pablo pone punto final a la carta a los
Romanos: “Y al que puedo confirmaros según
mi evangelio y la predicación del MISTERIO que se ha mantenido oculto desde
tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las escrituras
de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a
todas las gentes para que obedezcan la fe, al único y sabio Dios, sea gloria
mediante Jesucristo para siempre. Amén.
APOCALIPSIS 14. 13
Bienaventurados
de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque con ellos sus obra siguen”
¿Por qué son bienaventurados los que
mueren en el Señor? Quienes desean que la aniquilación fuese verdad, se
llevarán un gran desengaño cuando abran sus ojos en la eternidad. A pesar que
el texto se refiere a quienes fallecen en el Señor, la Biblia es muy clara y
especifica que hay dos lugares donde los difuntos van a pasar la eternidad
futura: Salvación y condenación.
En el texto que comentamos el apóstol
Juan se refiere “muertos que mueren en el
Señor”, parece indicar que entre el presente y el futuro separado por la
muerte del cuerpo existe continuidad: “porque
con ellos sus obra siguen”. La muerte del cuerpo no significa inactividad
del espíritu incorpóreo. El libro Apocalipsis nos da a entender que las almas
de quienes han muerto en Cristo y que aguardan la resurrección de sus
respectivos cuerpos siguen activas alabando al Señor.
Nos adentramos en un tema que no podemos
ser dogmáticos. El texto que comentamos nos infunde esperanza cierta porque
quienes han muerto en el Señor, la resurrección de sus cuerpos para vida eterna
está garantizada por la resurrección de Jesús. Durante este estado intermedio,
el cuerpo que se ha convertido en polvo es insensible a lo que ocurre a su
alrededor, pero el espíritu sigue consciente, lo que le permite adorar a su
Dios y Salvador, en espera del día de la resurrección en que el espíritu junto
a su cuerpo convertido por la resurrección en incorrupto e inmortal, toda la
eternidad futura sirviendo al Señor liberados de las angustias del tiempo
presente.
No me atrevo a decir nada más porque
sería entrar en especulación. Lo que sí extraigo del texto que comentamos es que con la muerte del cuerpo el espíritu
no cae en la ociosidad. Descansa del frenesí del tiempo presente. No quiero
escribir nada más para no caer en la especulación. Quienes esperamos en el
Señor el futuro será tan glorioso que las palabras no lo pueden describir.
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