diumenge, 23 de febrer del 2025

 

PROVERBIOS 17: 22

“Un corazón alegre es buena medicina, pero un espíritu abatido reseca los huesos”

La medicina para curar una alma y atribulada es el corazón alegre. La alegría del corazón no tiene que irse  a buscar fuera de uno mismo. Sino en su propio interior. Si alguien examina su interior atentamente descubrirá que en su alma no reposa la alegría. Todo lo contrario sobreabunda la tristeza y  la insatisfacción. ¿Es que el salmista nos propone un imposible?  Rotunamente no. Es muy posible que en este instante el corazón del lector esté envuelto de tristeza y frustración. ¿Es un imposible pedirle a alguien que tiene el corazón envuelto de tristeza esté alegre? Lo imposible se hace realidad cuando alguien que está estresado, triste, angustiado, desanimado, cansado de vivir, abatido, resecos los huesos, con sentimientos suicidas, encuentre la alegría. Envuelto por las espesas tinieblas espirituales que le impiden avanzar con seguridad, de entre el espesor tenebroso se filtra un  rayo de esperanza.

 Cansado por la caminata, Jesús se sienta a descansar junto a un pozo. Se acerca una  mujer llevando un cántaro sobre su cabeza. La mujer es el símbolo del espíritu abatido que se escondíae n su alma.   Entre Jesús y la mujer samaritana les separaba el muro del racismo. Los judíos y los samaritanos no se hablaban. La escena del pozo representa  el muro de separación que se levanta entre el hombre y Dios. El hombre muerto en sus delitos y pecados no quiere saber nada de Dios. Desearía  que no existiese. No quiere saber nada de Él. Menos hablar con Él. Jesús que derriba el muro que separa el hombre de Dios, rompe el muro del silencio y lleva la iniciativa de hablar con la mujer (Efesios 2: 14).  ¿Se hará pedazos el muro que separa al Hijo de Dios de la mujer samaritana? El muro empieza a agrietarse cuando Jesús le dice a la mujer: “Dame de beber” Juan 4: 7). Dios  siempre lleva la iniciativa a la hora de restablecer la relación con el hombre. “Dios da a su Hijo en semejanza de carne de pecado”  (Romanos 4: 3). La samaritana responde a la petición de Jesús. Una conversación de un gran calado espiritual se inicia entre ellos. Jesús le habla a la mujer del agua viva que mitiga para siempre la sed del alma. La mujer que se siente interesada por esta agua le dice a Jesús: “Señor dame esa agua para que no tenga yo sed, ni venga aquí  buscarla” (v. 5). Jesús le responde: “Yo soy” (el agua viva), el que habla contigo” (v. 26). Entones la mujer dejó el cántaro junto al pozo y se dirigió corriendo hacia el pueblo para anunciar a sus conciudadanos el Agua viva que había encontrado. La mujer habiendo sido liberada del espíritu abatido que reseca los huesos al haber encontrado a Jesús, no puede resistirse a   mantener cerrada la boca. Tiene que compartir con sus conciudadanos el tesoro encontrado.


 

MATEO 5: 14: 16

“Vosotros sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder, ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”

Palabras que se supone pronunció Gandhi tendrían que sacudir a quienes presumen de ser cristianos: “Me gusta su Cristo, pero me disgustan   sus cristianos”. Muchas veces quienes les gusta gallear de las buenas obras que dicen que hacen no se dan cuenta de que los incrédulos que los observan no se interesan por el Cristo que vociferan.

Las buenas obras no sirven para alcanzar el favor de Dios porque la salvación se obtiene por la fe en Jesús, no por las obras. Las buenas obras que se hacen como consecuencia de la fe sirven para que los incrédulos se interesen por el Cristo en quien se cree. Cuando se les hable de Jesús prestarán atención a lo que se les diga.

La apelación que el apóstol Pedro hace a las mujeres casadas que conviven con maridos no cristianos, pueden aplicarse perfectamente a los maridos creyentes que conviven con  esposas incrédulas: “Vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos,  de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1Pedro 3: 1-4).

¡Qué distinto es un hogar que no se  parece a una olla de grillos cuando los posos  se recriminan mutuamente, vociferan, se parece a un infierno! Si el cónyuge creyente en Cristo no se deja arrebatar por el mal espíritu que manifiesta su conyugue no creyente, se consigue pacificar un hogar que se había convertido en un campo de batalla. Se necesita mucho coraje espiritual para no dejarse llevar por el espíritu belicoso del conyugue  no creyente.

Puede ser posible que el conyugue creyente en Cristo no logre convencer al  otro. Pero es muy beneficioso para la buena convivencia en el hogar si las aguas turbulentas se convierten en tranquilas como las de un lago y en el cielo brilla un sol reluciente. Sin nubes que amenacen tempestad.  

 

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