PROVERBIOS 17: 22
“Un
corazón alegre es buena medicina, pero un espíritu abatido reseca los huesos”
La medicina para curar una alma y
atribulada es el corazón alegre. La alegría del corazón no tiene que irse a buscar fuera de uno mismo. Sino en su
propio interior. Si alguien examina su interior atentamente descubrirá que en
su alma no reposa la alegría. Todo lo contrario sobreabunda la tristeza y la insatisfacción. ¿Es que el salmista nos
propone un imposible? Rotunamente no. Es
muy posible que en este instante el corazón del lector esté envuelto de
tristeza y frustración. ¿Es un imposible pedirle a alguien que tiene el corazón
envuelto de tristeza esté alegre? Lo imposible se hace realidad cuando alguien
que está estresado, triste, angustiado, desanimado, cansado de vivir, abatido,
resecos los huesos, con sentimientos suicidas, encuentre la alegría. Envuelto
por las espesas tinieblas espirituales que le impiden avanzar con seguridad, de
entre el espesor tenebroso se filtra un
rayo de esperanza.
Cansado por la caminata, Jesús se sienta a
descansar junto a un pozo. Se acerca una
mujer llevando un cántaro sobre su cabeza. La mujer es el símbolo del
espíritu abatido que se escondíae n su alma.
Entre Jesús y la mujer samaritana les separaba el muro del racismo. Los
judíos y los samaritanos no se hablaban. La escena del pozo representa el muro de separación que se levanta entre el
hombre y Dios. El hombre muerto en sus delitos y pecados no quiere saber nada
de Dios. Desearía que no existiese. No
quiere saber nada de Él. Menos hablar con Él. Jesús que derriba el muro que
separa el hombre de Dios, rompe el muro del silencio y lleva la iniciativa de
hablar con la mujer (Efesios 2: 14). ¿Se
hará pedazos el muro que separa al Hijo de Dios de la mujer samaritana? El muro
empieza a agrietarse cuando Jesús le dice a la mujer: “Dame de beber” Juan 4: 7). Dios
siempre lleva la iniciativa a la hora de restablecer la relación con el
hombre. “Dios da a su Hijo en semejanza
de carne de pecado” (Romanos 4: 3).
La samaritana responde a la petición de Jesús. Una conversación de un gran
calado espiritual se inicia entre ellos. Jesús le habla a la mujer del agua
viva que mitiga para siempre la sed del alma. La mujer que se siente interesada
por esta agua le dice a Jesús: “Señor
dame esa agua para que no tenga yo sed, ni venga aquí buscarla” (v. 5). Jesús le responde: “Yo soy” (el agua viva), el que habla contigo” (v. 26). Entones
la mujer dejó el cántaro junto al pozo y se dirigió corriendo hacia el pueblo
para anunciar a sus conciudadanos el Agua viva que había encontrado. La mujer
habiendo sido liberada del espíritu abatido que reseca los huesos al haber
encontrado a Jesús, no puede resistirse a
mantener cerrada la boca. Tiene que compartir con sus conciudadanos el
tesoro encontrado.
MATEO 5: 14: 16
“Vosotros
sois la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder,
ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos”
Palabras que se supone pronunció Gandhi
tendrían que sacudir a quienes presumen de ser cristianos: “Me gusta su Cristo,
pero me disgustan sus cristianos”.
Muchas veces quienes les gusta gallear de las buenas obras que dicen que hacen
no se dan cuenta de que los incrédulos que los observan no se interesan por el
Cristo que vociferan.
Las buenas obras no sirven para alcanzar
el favor de Dios porque la salvación se obtiene por la fe en Jesús, no por las
obras. Las buenas obras que se hacen como consecuencia de la fe sirven para que
los incrédulos se interesen por el Cristo en quien se cree. Cuando se les hable
de Jesús prestarán atención a lo que se les diga.
La apelación que el apóstol Pedro hace a
las mujeres casadas que conviven con maridos no cristianos, pueden aplicarse
perfectamente a los maridos creyentes que conviven con esposas incrédulas: “Vosotras mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que los que
no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por vuestra conducta casta y
respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino
el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1Pedro 3: 1-4).
¡Qué distinto es un hogar que no se parece a una olla de grillos cuando los
posos se recriminan mutuamente,
vociferan, se parece a un infierno! Si el cónyuge creyente en Cristo no se deja
arrebatar por el mal espíritu que manifiesta su conyugue no creyente, se
consigue pacificar un hogar que se había convertido en un campo de batalla. Se
necesita mucho coraje espiritual para no dejarse llevar por el espíritu
belicoso del conyugue no creyente.
Puede ser posible que el conyugue
creyente en Cristo no logre convencer al
otro. Pero es muy beneficioso para la buena convivencia en el hogar si
las aguas turbulentas se convierten en tranquilas como las de un lago y en el
cielo brilla un sol reluciente. Sin nubes que amenacen tempestad.
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