JEREMIAS 24: 7
“y
les daré corazón para que conozcan que yo soy el Señor, y me serán por pueblo,
y yo les seré a ellos por Dios, porque se volverán a mí de todo corazón”
El pasado domingo 26 de enero, la Iglesia
Católica celebró el VI domingo de la Palabra de Dios y la IX Semana de la
Biblia. Bienvenida sea cualquier celebración que tenga por objetivo fomentar la
lectura de las Sagradas Escrituras cristianas, cuando entre los que se
consideran cristianos se da tanto analfabetismo bíblico.
En una La Contra de La Vanguardia, Pascal
Plisson, director de cine documental, dice a su entrevistador: “Conocí a
aquella maravillosa mujer, que empezó Primaria a los 94 años porque quería leer
la Biblia y animar a las niñas a aprender, en un pueblecito de Kenia”. Rara
avis e una sociedad en que reina el analfabetismo bíblico y escaso interés por
la lectura.
¿Cuál es la causa que entre los que se
consideran cristianos exista tanta ignorancia bíblica? En la Iglesia Católica prevalece el bautismo
infantil. A los recién nacidos se les bautiza sin pedirles su consentimiento. A
los adultos se les rocía con agua. Automáticamente, tanto los unos como los
otros entran a formar parte del pueblo de Dios. El bautismo no los convierte en
hijos de Dios. Se lo creen porque así se les enseña sin contrastar la veracidad
de la doctrina. Con el paso del tiempo muchos de estos bautizados dejan de ser
católicos practicantes. Como mucho, solo unos pocos se convierten es seglares
comprometidos. A pesar del esfuerzo que
exige dicho compromiso, siguen siendo personas carnales que ignoran qué es ser
hijos de Dios. Únicamente el Espíritu Santo puede darles el convencimiento de
que lo son (Romanos 8: 15, 16).
Nicodemo, religioso muy comprometido con
el judaísmo, una noche salió para entrevistarse con Jesús, secretamente. El
Maestro le dice: “En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no
puede ver el reino de Dios” (Juan 3: 3). Jesús transporta a su interlocutor al
escenario del desierto en que Moisés alza una serpiente de bronce (Números 21:
4-9), señal profética de Jesús crucificado para salvación
del pueblo de Dios y que los creyentes “reciban vida eterna” (Juan 3: 14, 15).
El profeta Jeremías dirigiéndose a un
pueblo muy religioso y a la vez extremadamente incrédulo, les dice. “Y les daré
corazón para que conozcan que yo soy el Señor, y me serán por pueblo, y yo les
seré por Dios, porque se volverá a mí de todo corazón” (24: 7).
JOB 9: 2
"Ciertamente
yo sé que eso es así, pero, ¿cómo puede el hombre llegar a ser justo ante Dios?
Pregunta sorprendente la de Job. ¿Cómo puede alguien presentarse ante Dios y
que Éste le considere buena persona? Todos, cuando nos comparamos con otras
personas nos consideramos buenos chicos porque los otros hacen cosas que
nosotros no hacemos. Los otros cuando se fijan en nosotros se consideran buenos
chicos porque no hacen lo que nosotros hacemos. El resultado es que ambos
observadores son malas personas. El resultado final de la cuestión está no en lo que hacemos sino en lo que
somos. La Ley de Dios nos enseña qué tenemos que hacer a rajatabla. Como muy
bien escribe Santiago: “Cualquiera que
guarde toda la Ley pero ofende en un punto, se hace culpable de todos” (2:
10). Nos justificamos diciendo que únicamente cometemos pecadillos como “mentiras
piadosas”. Nuestras mentirijillas en realidad son homicidios sin derramamiento
de sangre. Todos sin excepción somos injustos ante Dios porque nuestros
pecadillos realmente son PECADOS. La
paga del pecado es la muerte eterna. Lo sensato es que dejemos de considerarnos
buenas personas ante nuestros propios ojos y reconozcamos lo que realmente
somos: PECADORES porque somos culpables de ser infractores de toda la Ley de
Dios.
Siendo como somos no nos gusta
reconocernos pecadores. Nos da vergüenza hacerlo. Si seguimos pensando así nos
engañamos a nosotros mismos. En cierta ocasión Jesús pasó ante la mesa donde
Mateo cobraba los impuestos. Parándose ante él, le dijo: “Sígueme” Sin pensárselo dos veces, el funcionario abandonó su
oficina, siguió a Jesús y le invitó a su casa. Alrededor de la mesa se sentaron
otros cobradores de impuestos y pecadores. Al ver esto, los fariseos que se
consideraban inmaculados porque creían que cumplían a rajatabla todos los
preceptos de la Ley de Dios, se escandalizaron y dijeron a los discípulos de
Jesús: “Por qué come vuestro Maestro con
los cobradores de impuestos y los pecadores?” Al oír esto Jesús dijo a los
impolutos fariseos: “Los sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa:
Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos (personas
buenas), sino pecadores al
arrepentimiento” Mateo 9: 9-13).
Declarados justos por la fe en Jesucristo
tenemos paz para con Dios (Romanos
5: 1). La pregunta de Job: ¿cómo puede el
hombre llegar a ser justo ante Dios? la responde el apóstol Juan: “La sangre de Jesucristo el Hijo de Dios nos
limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7).
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