diumenge, 2 de febrer del 2025

 

JEREMIAS 24: 7

“y les daré corazón para que conozcan que yo soy el Señor, y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios, porque se volverán a mí de todo corazón”

El pasado domingo 26 de enero, la Iglesia Católica celebró el VI domingo de la Palabra de Dios y la IX Semana de la Biblia. Bienvenida sea cualquier celebración que tenga por objetivo fomentar la lectura de las Sagradas Escrituras cristianas, cuando entre los que se consideran cristianos se da tanto analfabetismo bíblico.

En una La Contra de La Vanguardia, Pascal Plisson, director de cine documental, dice a su entrevistador: “Conocí a aquella maravillosa mujer, que empezó Primaria a los 94 años porque quería leer la Biblia y animar a las niñas a aprender, en un pueblecito de Kenia”. Rara avis e una sociedad en que reina el analfabetismo bíblico y escaso interés por la lectura.

¿Cuál es la causa que entre los que se consideran cristianos exista tanta ignorancia bíblica? En  la Iglesia Católica prevalece el bautismo infantil. A los recién nacidos se les bautiza sin pedirles su consentimiento. A los adultos se les rocía con agua. Automáticamente, tanto los unos como los otros entran a formar parte del pueblo de Dios. El bautismo no los convierte en hijos de Dios. Se lo creen porque así se les enseña sin contrastar la veracidad de la doctrina. Con el paso del tiempo muchos de estos bautizados dejan de ser católicos practicantes. Como mucho, solo unos pocos se convierten es seglares comprometidos. A pesar  del esfuerzo que exige dicho compromiso, siguen siendo personas carnales que ignoran qué es ser hijos de Dios. Únicamente el Espíritu Santo puede darles el convencimiento de que lo son     (Romanos 8: 15, 16).

Nicodemo, religioso muy comprometido con el judaísmo, una noche salió para entrevistarse con Jesús, secretamente. El Maestro le dice: “En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3: 3). Jesús transporta a su interlocutor  al escenario del desierto en que Moisés alza una serpiente de bronce (Números 21: 4-9), señal   profética de Jesús crucificado para salvación del pueblo de Dios y que los creyentes “reciban vida eterna” (Juan 3: 14, 15).

El profeta Jeremías dirigiéndose a un pueblo muy religioso y a la vez extremadamente incrédulo, les dice. “Y les daré corazón para que conozcan que yo soy el Señor, y me serán por pueblo, y yo les seré por Dios, porque se volverá a mí de todo corazón” (24: 7).


 

JOB 9: 2

"Ciertamente yo sé que eso es así, pero, ¿cómo puede el hombre llegar a ser justo ante Dios?

Pregunta sorprendente la de Job. ¿Cómo puede alguien presentarse ante Dios y que Éste le considere buena persona? Todos, cuando nos comparamos con otras personas nos consideramos buenos chicos porque los otros hacen cosas que nosotros no hacemos. Los otros cuando se fijan en nosotros se consideran buenos chicos porque no hacen lo que nosotros hacemos. El resultado es que ambos observadores son malas personas. El resultado final de la cuestión  está no en lo que hacemos sino en lo que somos. La Ley de Dios nos enseña qué tenemos que hacer a rajatabla. Como muy bien escribe Santiago: “Cualquiera que guarde toda la Ley pero ofende en un punto, se hace culpable de todos” (2: 10). Nos justificamos diciendo que únicamente cometemos pecadillos como “mentiras piadosas”. Nuestras mentirijillas en realidad son homicidios sin derramamiento de sangre. Todos sin excepción somos injustos ante Dios porque nuestros pecadillos realmente son  PECADOS. La paga del pecado es la muerte eterna. Lo sensato es que dejemos de considerarnos buenas personas ante nuestros propios ojos y reconozcamos lo que realmente somos: PECADORES porque somos culpables de ser infractores de toda la Ley de Dios.

Siendo como somos no nos gusta reconocernos pecadores. Nos da vergüenza hacerlo. Si seguimos pensando así nos engañamos a nosotros mismos. En cierta ocasión Jesús pasó ante la mesa donde Mateo cobraba los impuestos. Parándose ante él, le dijo: “Sígueme” Sin pensárselo dos veces, el funcionario abandonó su oficina, siguió a Jesús y le invitó a su casa. Alrededor de la mesa se sentaron otros cobradores de impuestos y pecadores. Al ver esto, los fariseos que se consideraban inmaculados porque creían que cumplían a rajatabla todos los preceptos de la Ley de Dios, se escandalizaron y dijeron a los discípulos de Jesús: “Por qué come vuestro Maestro con los cobradores de impuestos y los pecadores?” Al oír esto Jesús dijo a los impolutos fariseos: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos (personas buenas), sino pecadores al arrepentimiento” Mateo 9: 9-13).

Declarados justos por la fe en Jesucristo tenemos paz para con Dios      (Romanos 5: 1). La pregunta de Job: ¿cómo puede el hombre llegar a ser justo ante Dios? la responde el apóstol Juan: “La sangre de Jesucristo el Hijo de Dios nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7).   

 

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