diumenge, 17 de març del 2024

 

MATEO, 5: 12

“No penséis que he venido para abrogar la Ley o los Profetas, no he venido para abrogar, sino para cumplir”

En una sociedad sin ley se convierte en una colectividad en que impera la ley del más fuerte en donde el pez grande se come al pez pequeño. Es decir, en una sociedad sin ley. Jesús como dice el texto que comentamos vino para cumplir al cien por cien la Ley de Dios que nosotros somos incapaces de cumplir uno solo de sus preceptos. Jesús es el Hombre Perfecto que en la cruz pagó la deuda que nosotros tenemos con Dios. Jesús es el único Nombre dado a los hombres para que podamos salvarnos.

Jesús nos libera de la ley ceremonial del Antiguo Testamento por cumplida. Ya que miraba al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Cuando Jesús murió en la cruz y el velo que separaba el lugar santo del santísimo, en el templo, en aquel mismo instante la ley ceremonial falleció. La Ley moral quedó intacta. Los Diez Mandamientos que resumen la Ley moral nos recuerdan que seguimos siendo pecadores y que Jesús es el Autor de nuestra salvación. Como muy bien nos recuerda Santiago: “Cualquiera que guarda toda la Ley, pero la quebranta en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2: 10). A no ser que uno se considere  fariseo que se cree justo ante Dios, jamás podrá decir que no ha dicho una mentira piadosa. Que no ha asesinado odiando a una persona. Que no ha sido infiel a su conyugue mirando con deseo a una persona del otro sexo. Ante una Ley que nos acusa con tanta contundencia, ¿qué haremos para salir del atolladero? El apóstol Pablo n os saca de dudas cuando escribe: “De manera que la Ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3: 24).

Por la fe en Jesús el Padre nos contempla como si nunca hubiésemos cometido pecado alguno. Nos declara justos, limpios de corazón. Los cristianos de Roma se preguntaban: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia aumente? El apóstol Pablo les responde: “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aun en él?” (Romanos 6: 1, 2). La fe en Jesús borra el pecado que cometimos estando en Adán, pecado que se conoce como “pecado original”. Pero la naturaleza carnal que aún sigue viva nos induce a amar al pecado. El cambio que la fe en Jesús ha efectuado en nuestra naturaleza humana es que la ha convertido en morada de su Espíritu, lo cual  cambia el concepto que tenemos del pecado. Antes de la conversión a Jesús nos gozábamos en el pecado. Ahora con el Espíritu de Cristo morando en nosotros nos lo hace aborrecer y nos da la fuerza necesaria para que no nos vuelva a esclavizar.


 

SALMO 90. 8

“Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros pecados a la luz de tu rostro”

El llamamiento que Jesús le hizo a Mateo, el cobrador de impuestos, fue seguido de una confrontación con los fariseos. Éstos se quejaron a los discípulos de Jesús, diciéndoles: “¿Por qué come vuestro Maestro con los cobradores de impuestos y pecadores?” El fariseísmo fue una secta religiosa judía muy poderosa en tiempos de Jesús, cuyos miembros se consideraban ser estrictos practicantes de la Ley de Moisés. Como se creían ser puros espiritualmente, ello no les permitía relacionarse con   los  cobradores de impuestos y pecadores. Jesús por ser Dios es “tres veces santo” no tiene ningún reparo que le impidiese relacionarse con los pecadores, fuesen de la clase que fuesen.

En cierta ocasión un fariseo invitó a Jesús a comer en su casa. Sentado a la mesa una mujer pecadora, nosotros la consideramos una prostituta, mujer de mala vida, se le acercó con un frasco de perfume de gran precio, con el que mojó los pies del Señor. El fariseo al ver esta relación, según él, tan impropia  de un Maestro, se dijo: “Éste si fuese profeta, conocería quien es esta mujer que le toca, que es pecadora” (Lucas 7: 39). Un ejemplo vivo de alguien que tiene una biga en su ojo y no la ve es el fariseo. Estas personas que se consideraban tan impolutas miraban de mal ojo  la plebe que cuestionase su ejemplaridad. Estas personas que se auto otorgaban una justicia que solo se encuentra en Dios, no atendían las palabras de Jesús: “Los sanos no tienen necesidad de  médico, sino los enfermos”  (Mateo 9: 12). En el campo del deporte algunos árbitros sacan tarjeta al jugador o al entrenador que se atreva a discutir sus decisiones arbitrales. Los jueces se consideran ser tan superiores  del resto de los mortales, que los políticos no se atreven a pedirles que comparezcan ante el Parlamento se trata de esclarecer determinadas cuestiones.

Si nos comportamos como el fariseo que no quería ver su pecado, le imitaremos en la oración que dijo en el templo: “Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros” (no se había olvidado del cobrador de impuestos), “ni aún como este cobrador de impuestos”. ¡Cuántas personas hay que con espíritu farisaico son incapaces de ver la biga incrustada en su ojo! Al mismo tiempo y en rincón apartado del templo un cobrador de impuestos oraba de esta manera. “No quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios sé propicio a mí pecador”.

Finalizada la parábola Jesús añade la siguiente coletilla: “Os digo que éste” (el cobrador de impuestos), “descendió a su casa justificado antes que el otro” (el fariseo), “porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18: 9-14).

¿Qué clase de personas son las que prevalecen en la sociedad?

 

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