dissabte, 2 de març del 2024

 

ESTER 5: 15

“Y el rey y Amán se sentaron a beber, pero la ciudad de Susa estaba conmovida”

La historia empieza cuando el rey Asuero engrandece a Amán sobre todos los príncipes. El rey ordenó que todos sus siervos se arrodillasen y se inclinasen ante la presencia de Amán. El judío Mardoqueo no obedeció la orden real. Esta actitud enardeció a Amán que al saber que el díscolo era judío se propuso destruir a todos los judíos del reino. Amán se presentó ante el monarca para pedirle autorización para llevar a cabo sus planes malvados. El rey dio su autorización a la destrucción y confiscación de las propiedades de los judíos-. Apresuradamente los correos reales montados en rápidos corceles se dispersaron por todo el reino para que todos los súbditos conociesen el edicto real promovido por el odio de Amán hacia los judíos. Mientras los correos reales se dispersaban por el reino, Asuero y Amán se sentaron  a beber y celebrar la efeméride. Pero la ciudad de Susa estaba conmovida.

La reina Ester que era judía intentó frenar el desatino que se iba a cometer contra su pueblo. El edicto promulgado sellado con el anillo del rey no se podía revocar (8: 8). He aquí la importancia que tiene que los monarcas y los presidentes de gobierno sepan escoger a sus consejeros pues de ello depende que se aplique la justicia que es la que hace que las naciones prosperen.

Según la Biblia la cosa no irá por este camino. Afirma con rotundidad que la situación política, económica y social empeorará. Los dirigentes políticos, las élites económicas y sociales anuncian a bombo y platillo que las medidas económicas, sociales y militares que se toman llevan a un mundo mejor. Pero Dios dice: “No hay paz para los impíos”.

Estando Susa la capital del reino persa  conmovida por el edicto real que se había promulgado por razón de Estado, los dos protagonistas causantes del dolor que se avecinaba “se sentaron a beber” (Ester 3: 16). El texto no menciona de qué hablaron, Tal vez comentarían  las ganancias que aportarían a las arcas reales el expolio que iba a cometerse. Si algún sentimiento de culpa brotase en ellos,  el alcohol se comportaría como sedante que tranquilizaría a sus conciencias angustiadas.

Cuando después de una sesión parlamentaria, los artífices del espectáculo, los protagonistas del mismo, sin distinción de color político, se reúnen en un reservado para los VIP de un prestigioso club para resarcirse de la dureza de la reunión parlamentaria dejada atrás lo hacen para ver cómo mejorar su actividad política y solucionar la inmensidad de la miseria existente, o para mejorar sus emolumentos.


 

MATEO 20: 8

“Cuando llegó la noche el señor de la viña dijo a su mayordomo: llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los postreros hasta los primeros”

En la parábola de los obreros en la viña nos enseña que la justicia de Dios nada tiene que ver con el concepto que nosotros tenemos de la misma. Un padre de familia sale al amanecer a la plaza para contratar obreros para trabajar en su viña. Los contrata por un denario diario. Repite su visita a la plaza diversas veces al día. Al atardecer sale de nuevo a la plaza para contratar más obreros y les dice: “Id también vosotros a la viña y recibiréis lo que es justo”. Terminada la jornada el mayordomo paga a los obreros el denario concertado. Uno de los obreros que trabajaron desde el amanecer hasta anochecer se queja de que ello no era justo.  El propietario de la viña le dice: “¿No te contraté por un denario? ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿Oh tienes envidia porque yo soy bueno?” (v. 13).

La parábola nada tiene que ver con derechos laborales. La parábola es una metáfora terrenal para enseñarnos una doctrina espiritual. Sirve para enseñar la recompensa que recibirán los hermanos de Jesús que durante largos años que han trabajado en la viña del Señor, que es este mundo. La parábola quiere enseñarnos que la salvación que Jesús consiguió con su muerte en la cruz es igual para todos. El quilate de salvación es el mismo para todos. Su valor no depende de los años que uno ha sido cristiano.

El ejemplo hecho carne de que ¿”No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío”?, lo encontramos en el malhechor crucificado junto a Jesús que reprende a su compañero de fechorías, diciéndole: Nosotros a la  verdad justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos, mas éste (Jesús), ningún mal hizo” (Lucas 23: 41). Una  vez el malhechor ha hecho confesión de sus pecados se dirige a Jesús, diciéndole: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v. 42). Luego, Jesús, dirigiéndose al bandolero arrepentido, le dice: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”  (v. 43). Jesús cumple con el bandido arrepentido lo que dijo: “No he venido a llamar a justos, sino pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 13). El malhechor hizo en el último segundo de su existencia terrenal la obra que tiene valor salvífico: Creyó que Jesús es el Salvador. Aunque murió sufriendo terribles dolores entró en la eternidad gozando de la vida eterna.

 

 

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