DOS PUEBLOS
“Porque Él (Cristo) es nuestra paz, que de ambos
pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Efesios 2: 14)
Juan José Omella, arzobispo de Barcelona en su escrito Semillas
de solidaridad, escribe: “Dios nos llama a no perder la esperanza, nos
insiste que es posible un mundo nuevo. La fe nos da fuerzas que nos interpela,
transforma nuestra vida y nos ayuda a ver que todos los seres humanos de la
tierra formamos una sola familia con un mismo Padre. Estamos llamados a ser una
familia unida por lazos de respeto y amor. Recordemos también el ejemplo de
Jesús”.
El purpurado no utiliza
la celo que puso el evangelista Lucas a la hora de recoger los hechos de Jesús
desde sus orígenes a fin de que su amigo el honorable Teófilo “para que
conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas
1: 1-4). ¿Qué base bíblica tienen las palabras del prelado que he transcrito?
Ni una. Son fruto de una Tradición inestable que va cambando a lo largo de los
siglos según sea la dirección en que sopla el viento. La inestabilidad de la fe
católica la pone de manifiesto una parroquia de Lleida que votando quiso
decidir si la imagen de Jesús clavado en la cruz se quitaba o no. El párroco
aceptaría la decisión que tomasen los feligreses. Esto me hace preguntar: ¿Qué
base doctrinal posee el sacerdote de esta parroquia que es incapaz de hacer
prevalecer su autoridad como pastor? En el seminario se le instruyó en el
humanismo cristiano que no se distingue en nada de los otros humanismos
existentes de no ser cristiano en que ha sido bautizado.
La clave del desconcierto
en que se encuentra la Iglesia Católica se encuentra en el hecho de que no
comprueba con el uso de la plomada, que es la Biblia que contiene la verdad de
la revelación de Dios. Sin el uso
constante de la plomada no se percibe si la enseñanza que imparte se ajusta o no a la Verdad. Se desconoce si los
muros del edificio eclesial se levantan rectos o se inclinan como ocurre con la
torre de Pisa que se la apuntala para evitar que se derrumbe. “Entonces el
profeta Jeremías dijo al profeta Ananías: Ahora oye, Ananías: El Señor no te
envió, y tú has hecho confiar en la mentira a este pueblo” (Jeremías 28: 15).
El apóstol Juan nos advierte. “Hijitos, ya es el último tiempo, y según
vosotros oísteis que el anticristo
viene, así ahora han surgido muchos anticristos, por esto sabemos que es
el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si
hubiesen sido de nosotros, hubieran permanecido con nosotros, pero salieron
para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Juan 2: 18, 19).
Analicemos las palabras
del prelado:
“La esperanza nos insta
en que es posible un mundo nuevo”. Si no me equivoco creo que el prelado nos
está diciendo que con nuestro esfuerzo es posible conseguir un mundo nuevo en
que impere la justicia. La Tierra que Dios maldijo debido al pecado de Adán
“espinos y cardos te producirá…Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta
que vuelvas a la tierra” (Génesis 3. 18, 19). ¿Qué tipo de fe nos tiene que
interpelar y que transforme nuestra vida? Todo el mundo tiene fe en alguien o
en alguna cosa, pero solamente existe una fe que transforme nuestra vida
santificándola: la que es don de Dios que nos permite creer que Jesús es “el
único Nombre bajo el cielo en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12). La
transformación de nuestra vida para bien sólo se consigue si el Espíritu Santo
hace morada en el hombre y le impulsa hacia la santidad. A la vez inocula en el
creyente en Cristo la esperanza que en una fecha por determinar se instaurará
el Reino de Dios eterno, que es recuperar el paraíso que perdimos en Adán. No
es la esperanza incierta, sino el Dios de nuestra esperanza quien nos garantiza
un futuro en el Reino de Dios eterno en el que no existirá el pecado y por lo
tanto estaremos exentos de cualquier
tipo de sufrimiento.
La fe imprecisa de la que
nos habla el cardenal que según él “nos ayuda a ver que todos los hombres de la
tierra formamos una sola familia con un mismo Padre”, la cuestiona Jesús cuando
envuelto por una muchedumbre, uno de los presentes le dice que su madre y sus
hermanos quieren hablar con Él. Extendiendo la mano hacia los reunidos, Jesús
les dice: “He aquí mi madre, y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad
de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana y madre”
(Mateo 12: 46-50). La doctrina papal es clara: Todas las religiones llevan a
Dios.. Si eso fuese así el Padre un hubiese tenido necesidad de enviar a su
Hijo a la Tierra para salvar a su pueblo
de sus pecados (Mateo 1: 22).
En el momento en que Adán
y Eva tuvieron hijos, en Caín y Abel se pone de manifiesto la existencia de dos
pueblos: el de Dios y el de Satanás. Esta
dicotomía la acredita Jesús cuando los fariseos, la secta más estricta
del judaísmo que presumían ser descendientes de Abraham, por lo tanto pueblo de
Dios según la carne, pero no hijos adoptivos de Dios con la misma fe que poseyó
Abraham. Jesús desbarata el optimismo de los fariseos cuando les dice: “Vosotros
sois hijos d vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis
hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira”
(Juan 8: 44).
El texto de Juan
indirectamente nos enseña que en las iglesias coexisten personas de ambos pueblos. Jesús confirma que
la cosa es así cuando relata la parábola del trigo y de la cizaña. Ambas
plantas conviven juntas en las iglesias “hasta la siega, y al tiempo de la
siega, yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos
para quemarla, pero recoged el trigo en mi granero”(Mateo 13: 24-30).
Octavi Pereña Cortina
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