MARCOS 7: 5
“Y le preguntaron, pues los fariseos y los
escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los
ancianos, sino que comen pan con manos inmundas”
¿Son
buenas las tradiciones religiosas? Si se ajustan a la doctrina bíblica nada que
objetar a no ser que se conviertan en obstáculos que impidan amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno
mismo.
Los
fariseos, la secta que se consideraban ser estrictos cumplidores de la Ley de
Moisés, cuya rigidez los convirtió en fanáticos que únicamente veían la letra
de la Ley a la vez que ignoraban qué es misericordia. A los tales Jesús les
dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los
hombres, pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando”
(Mateo 23: 12). Se tiene que ser muy cuidadoso a la hora de poner excesivo
énfasis a la hora de defender las tradiciones a pesar que tengan siglo de
existencia.
El
texto que sirve de base a esta meditación pone de manifiesto la queja que los fariseos le hicieron a Jesús de que
sus discípulos no anduviesen conforme a la tradición de los ancianos “sino que comen pan con manos inmundas”.
Los fariseos con sus ancestrales tradiciones habían ido mucho más allá de lo
que estaba escrito en la Ley. Se habían inventado una serie de preceptos que
regulaban los más mínimos detalles de la vida diaria que hacían asfixiante
vivirla. Jesús que vino a la Tierra como mensajero del Padre para anunciar su
amor, no un amor normal, sino un amor tan profundo e incomprensible a la mente
humana que da a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él crea no se
pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3: 16).
Jesús
no se muerde la lengua ante tal flagrante tergiversación del espíritu de la
Ley. Con la santa ira que Dios puede expresar, les dice: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías como está escrito: Este
pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me
honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Pues dejando el
mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres…Bien invalidáis
el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7: 6, 7, 9).
Vigile
el lector para no dejarse guiar por las tradiciones de la Iglesia que
revestidas de mucha pompa para excitar los sentidos le aparten de Cristo que es
la luz del mundo que guía a los ciegos a la vida eterna.
2 SAMUEL 12: 15
“Y el Señor hirió al niño que la mujer de
Urías había dado a David, y enfermó gravemente”
Aun cuando
no nos guste Dios es justo para con todos. Nos alegramos cuando alguien sufre
porque consideramos que se lo merece. David, con nocturnidad y alevosía, sin
consideración alguna hacia Urías, el
soldado que se encontraba en el campo de batalla luchando por su rey, cometió
adulterio con su esposa. El resultado del adulterio fue que la mujer concibió.
Dado que el marido cornudo le era un obstáculo pensó en deshacerse de él.
Utilizando los mecanismos que disponen los Estados, idea la manera que el
hombre muera en el campo de batalla. Dios que es justo para con todos, sea el
pueblo llano como los altos dignatarios de la corte, lo que hizo el rey no
agradó a Dios.
En
nuestros días se habla mucho de la violencia contra la mujer. De los abusos
sexuales que padece. Con dinero el violador ve reducida su condena. Nos
preguntamos: ¿Dónde está la justicia? Sí que la hay. ¿Dónde encontrarla? En
Dios que no da por inocente al culpable.
Pasaron
unos meses desde que el rey David cometió el adulterio y el asesinato del militar.
Dios envía al profeta Natán para que amoneste al monarca. La amonestación hace
efecto y el monarca se arrepiente de corazón. Dios en su misericordia perdona a
David. Según la Ley el adúltero tenía que morir pero la amnistía lo perdona.
Pero la justicia exige que el pecador pague por su pecado. El castigo que Dios le impone se cumple al pie de la
letra.
Lo que
ahora nos interesa saber es ¿cómo se encontraba David después de haberse
arrepentido? En el salmo 32 escrito por el mismo David nos lo dice: ”Mientras callé, se envejecieron mis huesos
en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano,
se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vv. 3, 4). Tal vez el lector me dirá que no ha cometido
adulterio y que no ha asesinado a nadie. Muy bien la Ley de Dios condena a
muerte al infractor. Jesús va más allá de la Ley y se introduce en el espíritu
que únicamente Dios puede juzgar. Que dice Jesús al respecto: “Cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5: 27). “Cualquiera que se enoje contra su hermano
será culpable de juicio” (Mateo 5: 22). Nadie puede decir que estos pecados
no los haya cometido nunca. ¿Por qué hay tantas personas que parece que tengan
ascuas ardientes en su corazón y se sienten tan mal? Porque no se han
arrepentido de estos pecados invisibles. El verdor del alma se ha convertido en
sequedades del verano. David recibió el perdón de Dios y pudo escribir: “Muchos dolores había para el impío, pero el
que espera en el Señor, le rodea la misericordia. Alegraos en el Señor y gozaos
justos, y cantad con júbilo vosotros los rectos de corazón” (vv. 10, 11).
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