dissabte, 2 de desembre del 2023

 

SALMO 101: 5b

“No sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso”

El alcalde de Badalona García Albiol presume de instalar el árbol de Navidad más alto de España. Dejando a un lado la manera sensual de celebrar la Navidad, la petulancia con que el alcalde manifiesta cuando se refiere a su árbol y el espíritu narcisista que expone cuando habla de él, como muy bien expone Llàtzer Moix en su escrito competición navideña, es “inoportuno porque en el tiempo de malbaratamiento energético, estas iniciativas no emiten el mensaje  adecuado, aun cuando las luces sean de bajo consumo, ni tendrían que regirse por este afán de subir la apuesta propio de jugadores de póquer que de alcaldes sensatos. Y preocupante porque refleja un orden de prioridades muy discutible”.

También es muy discutible la manera como se celebra la Navidad. El ángel que Dios envía a los pastores que guardaban las ovejas, les dijo: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo, que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador que es Cristo el Señor (Lucas 2: 10, 11).

En este tiempo en que se presume de tanta fanfarria. Que se enorgullece de manera escandalosa de las virtudes que se carecen. Que prevalece la mutua adulación y por la espalda se clava la navaja, la encarnación del Hijo de Dios tendría que servirnos de modelo. El Jesús que nació en un pesebre como cuna, no fue un bebé como cualquier otro. Ni más ni menos fue el Hijo del Dios eterno que se desvistió de su divinidad “tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a si mismo hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2: 7, 8). En aquella época la muerte en la cruz era la manera más humillante de perecer.

En nuestro tiempo cuando de fanfarria y de narcicismo vamos sobrados, Jesús que es el ejemplo de humildad por excelencia, nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11: 29)

El deseo de los ángeles hacia nosotros: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2: 14), sea el regalo que envuelto en una caja que cuelga del árbol esperando que vayamos a cogerlo con la impaciencia de un niño.


 

SALMO 119: 92, 93

“Si tu Ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido. Nunca jamás me olvidaré de mis mandamientos, porque con ellos me has vivificado”

El pecado nos ha convertido en zombis, personas de aire ausente, sin voluntad, encantadas. Esta actitud de ausencia se va manifestando cada vez con más brío  hasta que en la vejez llega a su zenit.

El texto que comentamos es el antídoto que combate la predisposición  a ser zombis cuando la ancianidad nos alcance. Lo triste  del  caso es que la incredulidad que es la causante de que nos convirtamos en zombis llegada la ancianidad se incremente. No se desanime el lector si es consciente  que los síntomas del zombismo se empiezan a manifestar en su vida. Como dice el dicho popular “mientras hay vida hay esperanza”. El virus indeseado del pecado que lleva a una persona a convertirse en zombi, la sangre de Jesús derramada en la cruz del Gólgota lo elimina. Tan pronto como se deposita la fe en Cristo empieza el proceso de recuperación.

“El hombre natural”, es decir, el nacido exclusivamente de mujer, que lo somos todos sin exclusión alguna, “no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, porque se tienen que discernir espiritualmente” (1 Corintios 2: 14). Si al lector le domina todavía la incredulidad las cosas de Dios las considerará fábulas inventadas por los hombres que esclavizan a otros. Jesús dijo a un padre que tenía un hijo endemoniado: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”. Inmediatamente el padre responde: “Creo, ayuda mi incredulidad”(Marcos 9: 23, 24). Jesús que jamás rechaza a quien le busca con sinceridad le concede el don de la fe que hace posible que la incredulidad sea algo del pasado para comenzar a caminar a caminar en novedad de vida. Si al lector se le aceleran los latidos del corazón por lo acabado  de leer, le invito a que vaya al texto que encabeza este escrito. El salmista es un hombre de fe que en un pasado más o menos lejano abandonó la incredulidad en la cuneta al convertirse en un hombre de fe. Afirma: “Si tu Ley no hubiese sido mi delicia, ya en mis aflicciones hubiese perecido”. El poeta no concreta qué tipo de aflicciones padecía. Es bueno que no lo haya hecho porque sus aflicciones podrían no coincidir con las del lector y pensar que las aflicciones que lentamente le convierten en un zombi no tienen solución. Si el lector ha pasado de la incredulidad a la fe Dios ha dejado de ser un engaña bobos pues ha descubierto que la Palabra de Dios es medicina para sus huesos: ”Nunca jamás me olvidaré de   tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado”, es decir me has devuelto las ganas de vivir porque ahora la vida tiene sentido.

 

 

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