VINO NUEVO EN ODRES NUEVOS
<b>Se necesita un corazón sensibilizado por el
Espíritu Santo para entender la Palabra de Dios</b>
Los
cristianos recogieron todos los elementos de las Saturnales para cristianizar
dicha celebración popular pagana del solsticio de invierno que se celebraba del
21 al 25 de diciembre. La transición de las Saturnales a la Navidad duró
siglos. Fue el Concilio de Tours (567) que decretó período festivo entre el 25
de diciembre al 6 de enero.
En el
contexto de la queja que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos que
ayunaban le hacen llegar a Jesús, Éste les dice: “¿Acaso pueden los que están
de bodas ayunar mientras esté con ellos el esposo? Entretanto que tienen
consigo al esposo, no pueden ayunar” (Marcos 2: 19).
En el
tiempo de Jesús el extremismo legalista representado por los fariseos que
contraponiéndose a la misericordia de Dios hecha carne en la persona de Jesús,
no podían coexistir. Eran dos conceptos irreconciliables. Es por este motivo
que Jesús se convierte en el enemigo público número uno de fariseos y de la
casta sacerdotal. Con el propósito de ilustrar la incompatibilidad entre
legalismo y misericordia, Jesús narra la parábola: “Nadie echa vino nuevo en
odres viejos, de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se
derrama, y los odres se pierden, pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de
echar” (v. 22).
Vayamos
a la celebración de la Navidad. Tenemos que tener presente que la celebración
del natalicio de Jesús no es bíblica. La iglesia apostólica no la celebraba. A
medida que la iglesia se iba distanciando de la enseñanza bíblica se iban
infiltrando en ella doctrinas heréticas. Una de ellas es la celebración del
nacimiento de Jesús. Si el lector examina a conciencia los relatos bíblicos
relacionados con el nacimiento de Jesús no encontrará nada que tenga que ver
con la Navidad, que es una cristianización de las Saturnales paganas que ha
anclado tan profundamente en el cristianismo que nos hace creer que tiene que
hacerse así.
He
citado la parábola de los odres de vino porque creo que encaja perfectamente
con la Navidad. Los odres viejos representan el legalismo incompatible con la
misericordia divina, como el paganismo lo es con el cristianismo. Si el
legalismo representaba la asfixia del mensaje liberador de Jesús, el
cristianismo paganizado es un impedimento para que las personas encuentren la
salvación que ofrece Jesús. El mensaje de Jesús que es el vino nuevo no puede
ponerse en los odres viejos del
paganismo. Necesita odres nuevos. ¿Cómo deshacerse de los odres viejos del
paganismo para sustituirlos por los nuevos que son el mensaje liberador de
Jesús? El cambio se inicia al sentir insatisfacción con el cristianismo
paganizado que se comporta como agua salada que intensifica la sed en quienes
beben sus aguas salobres. Ello hace que se vaya a beber en fuentes contaminadas
que gratifican momentáneamente pero desengañan con el paso del tiempo. El
cristianismo paganizado es una píldora amarga que deja mal sabor de boca. El
cristianismo paganizado ha convertido la Navidad en carnaval desmoralizador.
Los responsables del desbarajuste en que se ha convertido el cristianismo recae
en las autoridades eclesiásticas que no se preocupan en examinar si lo que
enseñan se ajusta a la enseñanza bíblica o no. La Biblia es la plomada que
verifica si la iglesia edifica sobre la Roca que es Jesús o sobre la arena que
son las filosofías paganas.
¿Qué
nos dice la Escritura de Jesús que es el protagonista principal del
cristianismo? Un ángel del Señor se le apareció
en sueños a José, padre potestativo de Jesús, y le dijo: “No temas recibir a
María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y
dará a luz un hijo, y llamarás su Nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo
de sus pecados”(Mato 1: 20, 21). “El Señor había dicho por medio del profeta:
He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su Nombre
Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (vv. 22, 23).
“Es
importante recordar que celebrar la Navidad, en un momento en que esta fiesta
ha adquirido tantos sentidos, que merece memoria reiterada del nacimiento de
Jesucristo” (Josep Planelles, arzobispo de Tarragona). Se le tendría que
recordar al arzobispo que existe un evangelio que no es el Evangelio y se
anuncia un Jesús que no es el Jesús evangélico (2 Corintios 11: 4), “sea
maldito” (Gálatas 1: 8), dice el apóstol.
Se
afirma que la imaginería nació debido al analfabetismo existente. Detengámonos
en Mateo 1: 24 que dice: “Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del
Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo
primogénito, y le puso el Nombre Jesús”. ¿Qué le dice a quién contempla una
pintura de Jesús yaciendo en el pesebre, con María y José junto a Él y unos
pastores que le adoran? Pienso que bien poca cosa si nadie le instruye
basándose en el texto bíblico. Después de admirar el valor artístico de la obra
contemplada regresará a su casa ignorando el sentido que tiene el Nombre Jesús.
Tiene que haber alguien que le haga entender las Escrituras. Aquí se encuentra
la importancia de la predicación. El apóstol Pablo resume así su ministerio:
“Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, no con
sabiduría de palabras, para que no es haga vana la cruz de Cristo” (1 Corintios
1: 17), y, “no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20: 22).
El predicador no tiene que distraer a los oyentes con oratoria elocuente,
“sabiduría de palabras”, dice el apóstol. El predicador tiene que cautivar al
auditorio con la fuerza de la palabra ungida por el Espíritu Santo que es lo
que hace que los oyentes entiendan y crean el mensaje escuchado y empiecen a
andar en novedad de vida. Si no es así, la predicación es como fuegos
artificiales que emocionan durante escasos minutos y poco después las emociones
sentidas se desvanecen.
Octavi Pereña i Cortina
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