SALMO 92: 5
“¡Cuán grandes son tus obras, oh Señor! Muy
profundos son tus pensamientos”
El
salmista comienza su poema con una alabanza al Señor: “Bueno es alabarte, oh Señor, y cantar salmos a tu Nombre, oh Altísimo,
anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche” (vv. 1,
2). El salmista experimenta en su propia carne las bendiciones que el Señor
promete a quienes le temen, le veneran. “¡Cuán
grandes son tus obras, oh Señor!”
En este
comentario quiero detenerme en la segunda parte del texto: “Muy profundos son tus pensamientos”. El
profeta Isaías piensa igual que el salmista cuando escribe: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor” (58: 8). Como
no entendemos los pensamientos del Señor
que son distintos a los nuestros
nos atrevemos a criticarlos porque no coinciden con los nuestros. Mala
decisión la nuestra.
El
profeta Jeremías cumpliendo la orden del Señor se acerca al taller del alfarero
y observa como el artesano rompe la vasija que estaba modelando y con la misma
masa de barro hace un vaso nuevo. Y dice el Señor: “¿No podré yo hacer de vosotros como el alfarero, oh casa de Israel?”
(18: 6). El mismo Jeremías dirigiéndose a un grupo de judíos que huían a Egipto
por miedo de los babilonios, les dice que no lo hagan porque si se quedan en
Judea, las cosas les irán bien. Que no deben temer a los babilonios. “Todos los varones soberbios” (43: 2),
dijeron al profeta que sus palabras eran mentirosas y que no las obedecerían.
Volvamos
al salmista: “El hombre necio no sabe, y
el insensato no entiende esto, cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen
todos los que hacen iniquidad, pero son destruidos eternamente” (vv. 6, 7).
Ante una declaración como esta aparecen “Todos
los varones soberbios” diciendo: Esto no es posible. Dios no puede condenar
eternamente a las personas porque Dios es amor. En defensa de esta disidencia,
dicen: “Un padre no haría tal cosa”. Dios como el Alfarero que es, ¿no puede
hacer con la masa de barro lo que mejor le parezca? Dios por medio de los
profetas y por el mismo Jesús, dicen: los impíos serán condenados al fuego
eterno. Si nuestros pensamientos no coinciden con los del Señor, entonces nos
comportamos como aquellos varones
soberbios que a las palabras de vida que les anunciaba el profeta, le
respondieron: “La palabra que nos has
hablado en Nombre del Señor, no la oiremos de ti” (Jeremías 44: 16).
Jesús
antes de ascender a los cielos dejó el encargo a sus discípulos de anunciar el
evangelio a todas las naciones. Jesús termina la parábola de los obreros en la
viña con esta coletilla. “Muchos son los
llamados, mas pocos los escogidos”. Los siervos del Señor anuncian el
Evangelio de la salvación sin hacer distinción de personas ni de razas. El
lector no tiene que hacer lo mismo que aquellos varones soberbios que respondieron al profeta Jeremías “La palabra que nos has hablado en Nombre
del Señor, no la oiremos de ti”
JUAN 6: 27
“Trabajad, no por la comida que perece, sino
por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará,
porque a Éste señaló Dios el Padre”
Poco
después de la alimentación de cinco mil personas a partir de cinco panes y dos
pececillos, Jesús abandonó el lugar. La
multitud emprende la búsqueda hasta encontrarle. Jesús les dice: “De cierto, de cierto os digo, que me
buscáis, no porque habéis visto las señales sino porque comisteis el pan y os
saciasteis” (v. 25). Jesús reprende a la multitud porque le buscan por
motivos egoístas y equivocados. Harta la multitud, se vuelca hacia Jesús. Pero
el Señor que conoce lo que hay en sus corazones, “Entiende que iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió
a retirarse al monte solo” (v. 15). Dios provee las necesidades materiales
de los hombres porque es misericordioso. Jesús enseña a los hombres a que pidan al Padre por el pan de cada día,
pero llenar la panza no tiene que ser el motivo principal por el que se busca a
Jesús. El apóstol Pablo escribiendo a los tesalonicenses les dice. “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”
(2 Tesalonicenses 3. 10). Jesús dice a la multitud: “Trabajad, no por la comida que perece”. A primera vista da la
impresión que Jesús desmotiva la multitud a trabajar. A Dios rogando y al mazo
dando, dice el refrán popular. Este dicho coincide con lo que enseña la Biblia
que hemos de imitar a las hormigas que durante el verano son muy laboriosas
recogiendo alimentos y almacenándolos para el invierno. La Biblia no apela a la
holgazanería, todo lo contrario, a la laboriosidad. Lo que Jesús quiere enseñar
a la multitud es que no vivan para comer, que no conviertan la comida en un
dios. Que coman para vivir, no para atragantarse. La bendición del maná que
caía diariamente del cielo para alimentar a los israelitas es un ejemplo de moderación.
Si se recogía más maná del necesario, el resto que sobraba se llenaba de
gusanos haciéndolo inservible.
Trabajar,
sí. Adictos al trabajo, no. Tenemos que priorizar el alimento que el alma
necesita. Tenemos que trabajar por el pan que Dios nos da cada día, con
limitaciones. Por esto nos dice. “Trabajad,
no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la
cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste señaló Dios el Padre” (v.
27). Más adelante el texto dice: “Porque
el pan de Dios es el que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron:
Señor, danos siempre este pan.” Claro, no tendrían que trabajar, tumbados
debajo de la higuera les entraría el pan en la boca y si lo recibiesen
masticado, mejor que mejor. Jesús identifica el pan que da vida al mundo: “Yo soy el pan de vida, el que a mí viene
nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (vv.33-35).
Jesús es el pan de vida que sacia las necesidades del alma. Trabajar por el pan
que da vida al cuerpo está bien. Trabajar “por
la comida que a vida eterna permanece”, es mucho mejor.
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