diumenge, 16 d’octubre del 2022

 

SALMO 92: 5

“¡Cuán grandes son tus obras, oh Señor! Muy profundos son tus pensamientos”

El salmista comienza su poema con una alabanza al Señor: “Bueno es alabarte, oh Señor, y cantar salmos a tu Nombre, oh Altísimo, anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche” (vv. 1, 2). El salmista experimenta en su propia carne las bendiciones que el Señor promete a quienes le temen, le veneran. “¡Cuán grandes son tus obras, oh Señor!”

En este comentario quiero detenerme en la segunda parte del texto: “Muy profundos son tus pensamientos”. El profeta Isaías piensa igual que el salmista cuando escribe: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor” (58: 8). Como no entendemos los pensamientos del Señor  que son distintos a los nuestros  nos atrevemos a criticarlos porque no coinciden con los nuestros. Mala decisión la nuestra.

El profeta Jeremías cumpliendo la orden del Señor se acerca al taller del alfarero y observa como el artesano rompe la vasija que estaba modelando y con la misma masa de barro hace un vaso nuevo. Y dice el Señor: “¿No podré yo hacer de vosotros como el alfarero, oh casa de Israel?” (18: 6). El mismo Jeremías dirigiéndose a un grupo de judíos que huían a Egipto por miedo de los babilonios, les dice que no lo hagan porque si se quedan en Judea, las cosas les irán bien. Que no deben temer a los babilonios. “Todos los varones soberbios” (43: 2), dijeron al profeta que sus palabras eran mentirosas y que no las obedecerían.

Volvamos al salmista: “El hombre necio no sabe, y el insensato no  entiende esto, cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen todos los que hacen iniquidad, pero son destruidos eternamente” (vv. 6, 7). Ante una declaración como esta aparecen “Todos los varones soberbios” diciendo: Esto no es posible. Dios no puede condenar eternamente a las personas porque Dios es amor. En defensa de esta disidencia, dicen: “Un padre no haría tal cosa”. Dios como el Alfarero que es, ¿no puede hacer con la masa de barro lo que mejor le parezca? Dios por medio de los profetas y por el mismo Jesús, dicen: los impíos serán condenados al fuego eterno. Si nuestros pensamientos no coinciden con los del Señor, entonces nos comportamos como aquellos varones soberbios que a las palabras de vida que les anunciaba el profeta, le respondieron: “La palabra que nos has hablado en Nombre del Señor, no la oiremos de ti” (Jeremías 44: 16).

Jesús antes de ascender a los cielos dejó el encargo a sus discípulos de anunciar el evangelio a todas las naciones. Jesús termina la parábola de los obreros en la viña con esta coletilla. “Muchos son los llamados, mas pocos los escogidos”. Los siervos del Señor anuncian el Evangelio de la salvación sin hacer distinción de personas ni de razas. El lector no tiene que hacer lo mismo que aquellos varones soberbios que respondieron al profeta Jeremías “La palabra que nos has hablado en Nombre del Señor, no la oiremos de ti”


 

JUAN 6: 27

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste señaló Dios el Padre”

Poco después de la alimentación de cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pececillos, Jesús  abandonó el lugar. La multitud emprende la búsqueda hasta encontrarle. Jesús les dice: “De cierto, de cierto os digo, que me buscáis, no porque habéis visto las señales sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (v. 25). Jesús reprende a la multitud porque le buscan por motivos egoístas y equivocados. Harta la multitud, se vuelca hacia Jesús. Pero el Señor que conoce lo que hay en sus corazones, “Entiende que iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte solo” (v. 15). Dios provee las necesidades materiales de los hombres porque es misericordioso. Jesús enseña a los hombres  a que pidan al Padre por el pan de cada día, pero llenar la panza no tiene que ser el motivo principal por el que se busca a Jesús. El apóstol Pablo escribiendo a los tesalonicenses les dice. “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3. 10). Jesús dice a la multitud: “Trabajad, no por la comida que perece”. A primera vista da la impresión que Jesús desmotiva la multitud a trabajar. A Dios rogando y al mazo dando, dice el refrán popular. Este dicho coincide con lo que enseña la Biblia que hemos de imitar a las hormigas que durante el verano son muy laboriosas recogiendo alimentos y almacenándolos para el invierno. La Biblia no apela a la holgazanería, todo lo contrario, a la laboriosidad. Lo que Jesús quiere enseñar a la multitud es que no vivan para comer, que no conviertan la comida en un dios. Que coman para vivir, no para atragantarse. La bendición del maná que caía diariamente del cielo para alimentar a los israelitas es un ejemplo de moderación. Si se recogía más maná del necesario, el resto que sobraba se llenaba de gusanos haciéndolo inservible.

Trabajar, sí. Adictos al trabajo, no. Tenemos que priorizar el alimento que el alma necesita. Tenemos que trabajar por el pan que Dios nos da cada día, con limitaciones. Por esto nos dice. “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste señaló Dios el Padre” (v. 27). Más adelante el texto dice: “Porque el pan de Dios es el que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.” Claro, no tendrían que trabajar, tumbados debajo de la higuera les entraría el pan en la boca y si lo recibiesen masticado, mejor que mejor. Jesús identifica el pan que da vida al mundo: “Yo soy el pan de vida, el que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (vv.33-35). Jesús es el pan de vida que sacia las necesidades del alma. Trabajar por el pan que da vida al cuerpo está bien. Trabajar “por la comida que a vida eterna permanece”, es mucho mejor.

 

 

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