diumenge, 2 d’octubre del 2022

 

SALMO 49: 14, 15

“Su ostentación se deshará en el sepulcro, y el sepulcro será su morada. Pero Dios redimió mi alma del poder del sepulcro, porque Él me tomará consigo”

Recientemente se ha efectuado el entierro de Elisabet II, reina de Gran Bretaña. La ceremonia ha sido vista por televisión por todo el mundo. El gasto asciende a millones de libras. Todo ello para gratificar el orgullo nacional. Todo para que “Su ostentación se deshaga en el sepulcro, y el sepulcro sea su morada”.

El salmo 49 que da motivo a este comentario tiene mucho que decir en cuanto a la ostentación en los entierros. “Oís esto, pueblos todos, escuchad habitantes de todo el mundo, así los plebeyos como los nobles, el rico y el pobre juntamente”  (vv. 1, 2). El salmista no se dirige a una sola clase social. Al referirse a plebeyos y ricos, no excluye a nadie. Todos tienen que prestar atención al mensaje que transmite.

En los funerales, sean religiosos o laicos, se acostumbra a alabar las presuntas virtudes del difunto y  los familiares pretenden honrarlo con exequias de cinco estrellas. Creen que cuanto más ostentosa sea la ceremonia y cuantos más sacerdotes oficien más llano será el camino que conduce al cielo. Se equivocan. “Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate, porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás, para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción” (vv. 6-9).

El orgullo nos incita a desear para nuestros difuntos los honores que los potentados conceden a los suyos. ¡Cuán equivocados estamos! “No temas cuando alguien se enriquece, cuando aumenta la gloria de su casa, porque cuando muera no se llevará nada, ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa su alma,  y sea loado cuando prospere, entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen” (vv. 16-20).

Por muy extravagantes que sean los funerales de los impíos, su muerte es semejante a las de las bestias que perecen. ¡Cuán distinta es la muerte de quienes mueren en Cristo. “Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14: 15). Sí, “preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos” (Salmo 116: 1).


 

APOCALIPSIS 9:20

“Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de  bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar”

Los supervivientes de las plagas a las que se refiere el apóstol Juan no aprendieron la lección. Este texto es muy apropiado en nuestros días. Aún no ha desparecido la Covid-19. Ha mejorado la situación, sí, pero tampoco hemos aprendido la lección. Tan pronto nos hemos visto las orejas hemos vuelto a nuestro estilo de vida que llevábamos antes de la epidemia: el despilfarro.

El apóstol Juan dice que los que sobrevivieron a las plagas que narra no “se arrepintieron de las obras de sus manos”. Nada cambió. La dureza de sus corazones les impidió aprender la lección. La experiencia en nuestros días es la misma. Tan pronto como la virulencia de la plaga de la Covid-19  ha amainado, la gente se ha lanzado a la calle  para recuperar el tiempo perdido con las restricciones impuestas. Todo son elogios a la recuperación económica debido al aumento del consumo: Las agencias de viajes a tope. La ocupación hotelera en muchas zonas rozando el 100%. ¡Viva la vida! ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!

Cuando la pandemia estaba en su máxima virulencia se decía que nos enseñaba lo insignificantes que somos. Aparentemente nos hizo entender que somos dioses con pies de barro. Al calmarse la tempestad y volver a salir el sol, la lección aprendida se echó en el saco del olvido. ¡A vivir que la vida es muy corta! El versículo 21 nos dice que los que sobrevivieron a las plagas “no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías,  ni de su fornicación, ni de sus hurtos”. La existencia no termina con la muerte física. La muerte abre la puerta que da acceso a la existencia eterna que es salvación o condenación. El propósito de Dios con la Covid-19 es que los sobrevivientes se arrepintieran de sus pecados y empezasen a andar en novedad de vida, volviéndose a Dios. De una manera u otra la muerte llegará  y no habrá lugar para el arrepentimiento. La ayuda sacerdotal a bien morir no servirá de nada. Quienes no hayan aprendido la lección abrirán los ojos en la eternidad condenados eternamente. Esto no es lo que Dios quiere.

El Señor no cuenta el tiempo según el reloj. Tiene otra manera de contarlo que se escapa a nuestra comprensión. El apóstol Pedro, escribe: “El Señor no retrasa su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9). El lector que lee este comentario puede hacerlo porque está vivo. Aproveche esta supuesta tardanza para arrepentirse. ¿Sabe si mañana tendrá otra oportunidad de poderlo hacer?

 

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