SALMO 49: 14, 15
“Su ostentación se deshará en el sepulcro, y
el sepulcro será su morada. Pero Dios redimió mi alma del poder del sepulcro,
porque Él me tomará consigo”
Recientemente
se ha efectuado el entierro de Elisabet II, reina de Gran Bretaña. La ceremonia
ha sido vista por televisión por todo el mundo. El gasto asciende a millones de
libras. Todo ello para gratificar el orgullo nacional. Todo para que “Su ostentación se deshaga en el sepulcro, y
el sepulcro sea su morada”.
El
salmo 49 que da motivo a este comentario tiene mucho que decir en cuanto a la
ostentación en los entierros. “Oís esto,
pueblos todos, escuchad habitantes de todo el mundo, así los plebeyos como los
nobles, el rico y el pobre juntamente” (vv. 1, 2). El salmista no se dirige a una
sola clase social. Al referirse a plebeyos y ricos, no excluye a nadie. Todos
tienen que prestar atención al mensaje que transmite.
En los
funerales, sean religiosos o laicos, se acostumbra a alabar las presuntas
virtudes del difunto y los familiares
pretenden honrarlo con exequias de cinco estrellas. Creen que cuanto más
ostentosa sea la ceremonia y cuantos más sacerdotes oficien más llano será el
camino que conduce al cielo. Se equivocan. “Los
que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan,
ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su
rescate, porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará
jamás, para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción” (vv.
6-9).
El
orgullo nos incita a desear para nuestros difuntos los honores que los
potentados conceden a los suyos. ¡Cuán equivocados estamos! “No temas cuando alguien se enriquece,
cuando aumenta la gloria de su casa, porque cuando muera no se llevará nada, ni
descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa su alma, y sea loado cuando prospere, entrará en la
generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra
y no entiende, semejante es a las bestias que perecen” (vv. 16-20).
Por muy
extravagantes que sean los funerales de los impíos, su muerte es semejante a
las de las bestias que perecen. ¡Cuán distinta es la muerte de quienes mueren
en Cristo. “Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis
14: 15). Sí, “preciosa es a los ojos del
Señor la muerte de sus santos” (Salmo 116: 1).
APOCALIPSIS 9:20
“Y los otros hombres que no fueron muertos
con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni
dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no
pueden ver, ni oír, ni andar”
Los
supervivientes de las plagas a las que se refiere el apóstol Juan no
aprendieron la lección. Este texto es muy apropiado en nuestros días. Aún no ha
desparecido la Covid-19. Ha mejorado la situación, sí, pero tampoco hemos
aprendido la lección. Tan pronto nos hemos visto las orejas hemos vuelto a
nuestro estilo de vida que llevábamos antes de la epidemia: el despilfarro.
El
apóstol Juan dice que los que sobrevivieron a las plagas que narra no “se arrepintieron de las obras de sus manos”.
Nada cambió. La dureza de sus corazones les impidió aprender la lección. La
experiencia en nuestros días es la misma. Tan pronto como la virulencia de la
plaga de la Covid-19 ha amainado, la
gente se ha lanzado a la calle para
recuperar el tiempo perdido con las restricciones impuestas. Todo son elogios a
la recuperación económica debido al aumento del consumo: Las agencias de viajes
a tope. La ocupación hotelera en muchas zonas rozando el 100%. ¡Viva la vida!
¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!
Cuando
la pandemia estaba en su máxima virulencia se decía que nos enseñaba lo
insignificantes que somos. Aparentemente nos hizo entender que somos dioses con
pies de barro. Al calmarse la tempestad y volver a salir el sol, la lección
aprendida se echó en el saco del olvido. ¡A vivir que la vida es muy corta! El
versículo 21 nos dice que los que sobrevivieron a las plagas “no se arrepintieron de sus homicidios, ni
de sus hechicerías, ni de su
fornicación, ni de sus hurtos”. La existencia no termina con la muerte
física. La muerte abre la puerta que da acceso a la existencia eterna que es
salvación o condenación. El propósito de Dios con la Covid-19 es que los
sobrevivientes se arrepintieran de sus pecados y empezasen a andar en novedad
de vida, volviéndose a Dios. De una manera u otra la muerte llegará y no habrá lugar para el arrepentimiento. La
ayuda sacerdotal a bien morir no servirá de nada. Quienes no hayan aprendido la
lección abrirán los ojos en la eternidad condenados eternamente. Esto no es lo
que Dios quiere.
El
Señor no cuenta el tiempo según el reloj. Tiene otra manera de contarlo que se
escapa a nuestra comprensión. El apóstol Pedro, escribe: “El Señor no retrasa su promesa, según algunos la tienen por tardanza,
sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino
que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9). El lector que lee
este comentario puede hacerlo porque está vivo. Aproveche esta supuesta
tardanza para arrepentirse. ¿Sabe si mañana tendrá otra oportunidad de poderlo
hacer?
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