OSEAS 6: 6
“Porque misericordia quiero y no sacrificio,
y conocimiento de Dios más que holocaustos”
Mateo
se refiere a este texto cuando cita las palabras de Jesús: “Y si supierais qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no
condenaríais a los inocentes” (Mateo 12: 7). Jesús las dice en el contexto
del descanso sabático. En sábado, Jesús y sus discípulos iban andando por un
camino entre sembrados. Los discípulos tenían hambre y cogían espigas y las refregaban entre sus
manos para extraer el grano de las espigas. Los fariseos que daba la impresión
que su único trabajo consistía en espiar a Jesús y sus discípulos, observaron
la transgresión que según ellos cometían los discípulos de la ley del sábado
según enseñaba la tradición. Es en este contexto que Jesús cita a Oseas.
La
censura que hace Jesús a los fariseos aporta luz para entender mejor las
palabras del profeta. Los fariseos eran muy religiosos pero muy injustos. Oseas
dice de los sacerdotes de su tiempo y que pueden aplicarse a los religiosos de
todos los tiempos: “La piedad vuestra es
como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada que se desvanece”
(v. 4). En el contexto de la piedad ficticia de los religiosos acompañan las
palabras del texto que comentamos.
En el
momento en que el Espíritu Santo desaparece del culto, con estas palabras Jesús
define a la religión: “Mi casa, casa de
oración será llamada, más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”
(Mateo 21: 13). La injusticia impera. La casta sacerdotal que tiene que
distinguirse se convierte en ladronicio. Es por esto que Oseas como portavoz de
Dios dice a los religiosos de su tiempo y en ellos a
los santurrones de todas las épocas: Misericordia quiero. Vuestras ofrendas de
animales tarados me irritan. No puedo aceptarlas. Vuestro culto se ha convertido en ceremonial barroco, mucho
ornamento. Los oficiantes con rostros serios que no expresan sentimientos. Sin
variar ni un punto ni una coma de la tradición litúrgica. Mucho teatro para
esconder la ausencia de Cristo en el ritual. Más que ceremonial barroco lo que
Dios pide a los oficiantes es “conocimiento
de Dios”. Cuando Jesús en el Espíritu Santo no está presente en las
celebraciones litúrgicas impera la monotonía de repetir siempre lo mismo:
repetir los textos para la ocasión, los asistentes se levantan, se sientan, se
santiguan, recitan los textos pertinentes,
cuando toca. Oficiantes y asistentes se comportan como autómatas. Son
muertos vivientes.
Cuando
Cristo en el Espíritu se mueve entre los congregados, a pesar de que todo tiene
que hacerse “decentemente y con orden”
(1 Corintios 14: 40) impide que la celebración se convierta en desorden.
SALMO 51: 4
“Contra ti, contra ti solo he pecado, y he
hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu
palabra, y tenido por puro en tu juicio”
En un
claro contraste con la confesión auricular en que el fiel católico expone los
pecados que mejor le parece a un sacerdote, éste, asumiendo una hipotética
potestad de perdonar pecados absuelve al confesante.
Hoy,
tal como van las cosas el ofensor pide perdón a la víctima. La cosa no tiene
que ser así. La víctima si verdaderamente es cristiana tiene que perdonar a sus
enemigos porque posee el amor de Dios. El perdón que la víctima concede al
ofensor no significa que la culpa de éste haya sido perdonada por Dios. El
ofendido está en paz con Dios porque no guarda resentimiento. El ofensor sigue
cargando con su culpa.
Como la
Biblia no nos dice nada de la conversación sostenida entre Betsabé, a mujer
ofendida, y David el ofensor, guardaremos silencio al respecto.
Lo que
nos interesa saber es dónde fue David a buscar el perdón por la ofensa cometida
contra la mujer ultrajada. En el caso de la confesión auricular a un sacerdote
el penitente puede decirle al confesor lo que mejor le parezca porque el
sacerdote desconoce los pecados que se esconden en el interior del confesante.
En la confesión hecha directamente a Dios el engaño no se puede dar porque
Dios conoce al dedillo los pecados
escondidos en lo más profundo del alma.
El
salmo 51 es una mina de oro que enseña al hombre a encontrar el tesoro
escondido bajo tierra y la perla de gran valor que el ladrón no puede robar ni
el orín corromper. Los escribas y los fariseos hacían diana cuando decían: “Sólo Dios puede perdonar pecados”. Se
equivocaban al no querer reconocer que Jesús era Dios igual que el Padre. Para
demostrar su divinidad les dice: “Pues
para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti
te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa” (Lucas 5: 21-26).
David
cometió pecado, se arrepintió y escribió salmos alabando la misericordia del
Señor
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