diumenge, 30 d’octubre del 2022

 

OSEAS 6: 6

“Porque misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”

Mateo se refiere a este texto cuando cita las palabras de Jesús: “Y si supierais qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes” (Mateo 12: 7). Jesús las dice en el contexto del descanso sabático. En sábado, Jesús y sus discípulos iban andando por un camino entre sembrados. Los discípulos tenían hambre y  cogían espigas y las refregaban entre sus manos para extraer el grano de las espigas. Los fariseos que daba la impresión que su único trabajo consistía en espiar a Jesús y sus discípulos, observaron la transgresión que según ellos cometían los discípulos de la ley del sábado según enseñaba la tradición. Es en este contexto que Jesús cita a Oseas.

La censura que hace Jesús a los fariseos aporta luz para entender mejor las palabras del profeta. Los fariseos eran muy religiosos pero muy injustos. Oseas dice de los sacerdotes de su tiempo y que pueden aplicarse a los religiosos de todos los tiempos: “La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada que se desvanece” (v. 4). En el contexto de la piedad ficticia de los religiosos acompañan las palabras del texto que comentamos.

En el momento en que el Espíritu Santo desaparece del culto, con estas palabras Jesús define a la religión: “Mi casa, casa de oración será llamada, más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21: 13). La injusticia impera. La casta sacerdotal que tiene que distinguirse se convierte en ladronicio. Es por esto que Oseas como portavoz de Dios dice  a los religiosos de su tiempo y en ellos a los santurrones de todas las épocas: Misericordia quiero. Vuestras ofrendas de animales tarados me irritan. No puedo aceptarlas. Vuestro culto se ha convertido en ceremonial barroco, mucho ornamento. Los oficiantes con rostros serios que no expresan sentimientos. Sin variar ni un punto ni una coma de la tradición litúrgica. Mucho teatro para esconder la ausencia de Cristo en el ritual. Más que ceremonial barroco lo que Dios pide a los oficiantes es “conocimiento de Dios”. Cuando Jesús en el Espíritu Santo no está presente en las celebraciones litúrgicas impera la monotonía de repetir siempre lo mismo: repetir los textos para la ocasión, los asistentes se levantan, se sientan, se santiguan, recitan los textos pertinentes,   cuando toca. Oficiantes y asistentes se comportan como autómatas. Son muertos vivientes.

Cuando Cristo en el Espíritu se mueve entre los congregados, a pesar de que todo tiene que hacerse “decentemente y con orden” (1 Corintios 14: 40) impide que la celebración se convierta en desorden.


 

SALMO 51: 4

“Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio”

En un claro contraste con la confesión auricular en que el fiel católico expone los pecados que mejor le parece a un sacerdote, éste, asumiendo una hipotética potestad de perdonar pecados absuelve al confesante.

Hoy, tal como van las cosas el ofensor pide perdón a la víctima. La cosa no tiene que ser así. La víctima si verdaderamente es cristiana tiene que perdonar a sus enemigos porque posee el amor de Dios. El perdón que la víctima concede al ofensor no significa que la culpa de éste haya sido perdonada por Dios. El ofendido está en paz con Dios porque no guarda resentimiento. El ofensor sigue cargando con su culpa.

Como la Biblia no nos dice nada de la conversación sostenida entre Betsabé, a mujer ofendida, y David el ofensor, guardaremos silencio al respecto.

Lo que nos interesa saber es dónde fue David a buscar el perdón por la ofensa cometida contra la mujer ultrajada. En el caso de la confesión auricular a un sacerdote el penitente puede decirle al confesor lo que mejor le parezca porque el sacerdote desconoce los pecados que se esconden en el interior del confesante. En la confesión hecha directamente a Dios el engaño no se puede dar porque Dios  conoce al dedillo los pecados escondidos en lo más profundo del alma.

El salmo 51 es una mina de oro que enseña al hombre a encontrar el tesoro escondido bajo tierra y la perla de gran valor que el ladrón no puede robar ni el orín corromper. Los escribas y los fariseos hacían diana cuando decían: “Sólo Dios puede perdonar pecados”. Se equivocaban al no querer reconocer que Jesús era Dios igual que el Padre. Para demostrar su divinidad les dice: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa” (Lucas 5: 21-26).

David cometió pecado, se arrepintió y escribió salmos alabando la misericordia del Señor

 

 

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